El Algarve portugués ofrece una gran ruta para cumplir en coche y recorrerla es admirarse ante una de las regiones más hermosas del viejo continente europeo.
Muchos son los lugares magníficos y capaces de enamorar que embellecen la geografía de Europa, aunque nada como el Algarve de Portugal, cuyo mapa de embeleso se extiende por todo el sur del país oeste de la Península Ibérica, desde la desembocadura del río Guadiana hasta el cabo de San Vicente.
¿Por qué visitar el Algarve portugués?
Espectaculares playas, poblaciones repletas de sabor, incontestables parques naturales y murallas legendarias. Portugal guarda una estupenda ruta entre Tavira y el Cabo de San Vicente que se llama Algarve, que al recorrerla de extremo a extremo en coche despliega una explosiva mezcla de caudales y tradiciones históricas y un metafórico yacimiento de profundas herencias.
Escapar al Algarve es agenciarle al recuerdo una de las mejores experiencias
viajeras de Europa, habida cuenta sobre todo del rosario de atractivos que lo conforman, los cuales inician en La bellísima Tavira, a ras de la frontera sureña entre España y Portugal.
De herencia semita cananeo y legado árabe, Tavira es el umbral donde la colonia fenicia y lo que fuera entonces una floreciente población árabe se entremezclan para conformar la historia más pretérita del Algarve.
Basta cobijarse al amparo de la sombra de su mezquita, construida en el siglo XIII, para empezar a viajar en el tiempo. Una mirada remota en la que también participan las calles de Pelames, por su gran estado de conservación; la iglesia de Santa María do Castelo, por los aires góticos que emana; o las vías urbanas de Travessa de Dona Brites y la Rua de Sâo Brás, por el absorbente perfume a épocas pasadas que las impregna.
Una ciudad que además se ve arropada por el Parque Natural de la Ría Formosa, paraíso natural donde las aves se sienten como en casa, y los amantes que gustan observar a los pájaros encuentran motivos para volver y llenar su cuaderno con todo lo avistado.
Más que apto para menores
Si hay niños en el coche, es imprescindible apearse en el Zoomarine, el parque oceanográfico por excelencia de la zona, donde conocer mejor a las especies marinas es una lección que ya quisieran impartir muchos colegios, y bañarse con delfines, un sueño a tachar en la lista de deseos cumplidos.
Otra parada imprescindible por hacer al adentrarse en el Algarve portugués es la propia capital de la región, la llamada zona del Faro. ¿Y por qué? Porque a pesar de su posición céntrica y dominante, conserva no obstante toda esa misma tranquilidad y buena calma que tanto define a Portugal.
A ello se suma el copioso y espléndido patrimonio arquitectónico que calza, encarnados en la estampa de la iglesia de la Misericordia, el museo municipal, la catedral, los conventos de San Francisco y de Santiago Mayor… por mencionar unos pocos ejemplos.
Faros es, asimismo, el bocado perfecto con el que estrenar el paladar en los sabores de la riquísima gastronomía del Algarve, a decir verdad; y es que la excelencia de sus productos empleados y los procesos de elaboración que tras muchos eones aún se respetan de manera escrupulosa, hacen inolvidable a los alimentos de la región, tanto así que conforman el sello de identidad de la carta de presentación del lugar.
La historia del Algarve continúa en Lagos
Si antiguamente llegó a convertirse en capital de la región del Algarve, suponiendo, de hecho, uno los puertos más importantes del Imperio portugués hasta que quedó arrasado por el mismo terremoto que en 1755 asoló Lisboa, Lagos es hoy en día un auténtico tesoro oculto; uno de los mayores de la zona del Algarve, incluso, ansioso eso sí de ser explorado y descubierto… con tacto, paciencia y respeto.
Su marina, repleta de espectaculares yates, entra en la lista de las mejores de Europa; y los servicios que engrosan su oferta turística son interesantes, combinados de tal forma que no distraen de la contemplación de los encantos de sus parajes.
Esta es una región donde cartagineses, romanos, bárbaros, árabes y finalmente los reconquistadores cristianos de mediados del siglo XIII marcaron un gol en la portería del legado y otro en el de la historia y las leyendas.
Una herencia multicultural representada especialmente en los trazos del casco antiguo de Lagos, donde un laberinto amurallado abraza las callejuelas y las casas marcadas por la huella de pescadores, comercios tradicionales y un buen suministro de bares, restaurantes y hasta hoteles, rebosantes todos ellos de incuestionable encanto.
Lagos hace visiblemente reconocible el perfil de su urbe con monumentos como el campanario de la iglesia de São Sebastião, superviviente de los siglos XIV y XVI, suponiendo actualmente la mayor altura que domina la ciudad antigua.
Como buena urbe, Lagos hace espacio incluso al estudio en sí de su historia, poniéndolo por ejemplo en boca de la Praça Infante D. Henrique, al ser este su Antigo Mercado De Escravos, punto desde el cual enseña con dinamismo la esclavitud, a través de un pequeño museo didáctico.
Imposible pasar por alto el edificio que se yergue frente a él, la Iglesia de San Antonio, cuya decoración interior, a base de oro y azulejos, remite al barroco más bello de Portugal. Y otro tanto ocurre con la fortaleza de Nuestra Señora de la Penha de França, que con su batería de cañones habla de los miles de momentos que defendió a la ciudad, mientras su panorámica, enmarcada por los barcos de pescadores, despliega las ondas del Atlántico.
Pero si algo sobrecoge del Algarve portugués es, desde luego, la Ponta da Piedade, estampa magnífica conformada por impresionantes formaciones rocosas, recortadas con formas peculiares y grutas excavadas que se dejan admirar incluso permaneciendo en tierra firme o, mejor aún, en una excursión en barca.
¿Cómo culmina el turismo por el Algarve?
Los 800 kilómetros cuadrados de espesos bosques que conforman el parque natural de la Costa Vicentina suponen sin duda alguna la guinda de este pastel turístico; comprobarlo es fácil, al adentrarse en su paraje y verse arrullado enseguida por el cantar de águilas, nutrias, linces y otras cien especies endémicas, como mínimo, animales que duermen y amanecen y hacen vida apostados en senderos que conducen a pequeños pueblos tradicionales que han petrificado el tiempo a su conveniencia.
El mapa de la ruta a coche por el Algarve desemboca en el cabo de San Vicente, la punta más occidental de Europa, ubicación marcada por una emblemática fortaleza coronada por un faro aún más identificativo.
Hacerse una foto aquí es inmortalizarse al abrigo de un horizonte bañado por la caída de un sol infinito que atardece desde la orilla de américa, y presumir después ante los amigos de haber sido testigo de uno de los fenómenos de atardeceres más aplaudidos y bellos de toda Europa.
Antes, sin embargo, será posible ponerse las botas más playeras contemplando la cara más marítima del Algarve, con un desplegable de acantilados, playas, puertos pesqueros e incluso campos; son regiones que, de hecho, simbolizan la antesala de Sagres, ubicación tranquila y bucólica que conecta directamente y en pocos kilómetros con el faro del Cabo.
En este sentido, Sagres es sinónimo de deporte náutico; tanto así que su vida cotidiana vibra al son de un ciclo pesquero y de un turismo basado en el surf. El toque final del encanto de esta población lo pone la visión de las casas de arquitectura tradicional, edificadas con tejas y azulejos y ventanas enrejadas, ya que pueblan un lugar apacible pero cosmopolita, oriundos de diferentes puntos cardinales y amantes de una gastronomía épicamente internacional.
La historia también ha trazado su alargada sombra en esta región del Algarve, dejando a su paso bellos monumentos dignos de retratarse en fotos y cuadros y en la memoria; es el caso de la Ermita de Nuestra Señora de Guadalupe en Raposeira, el Porto do Pesca que corona Baleeira, la Vila de Pescadores de Salema, la Iglesia Matriz asentada en Vila do Bispo desde el siglo XVIII.
A pie o en coche… no importa. El Algarve portugués se abre a todas las visitas, no importa realmente su modalidad, presumiendo de carácter diferente y auténtico, y de un patrimonio muy animado por la belleza natural y la gastronomía tradicional, fusionadas ambas con la cultura.