Las querrá conocer sin duda alguna por su encanto y autenticidad. Hablamos de la Costa Brava, o más exactamente de las calas más escondidas que guarda.
El verano ya se acaba, y con él, el buen tiempo, pero los lugares de sol y arena de la Costa Brava continuarán allí, al pie del cañón de un buen chapuzón, reservando sus bonitos y recónditos lugares para cualquiera que no dependa el sí de sus visitas a la cambiante marea del clima y el tiempo. ¿Quiere anotarlas y no perderlas de vista aun cuando sea en una visita relámpago? ¡Descubra cuáles son y no se lo pierda!
Cala Estreta, en Palamós
Más porción de playa para pasear, más calma y tranquilidad que permiten disfrutar del mar casi en solitario. Acceder a las calas más escondidas de la Costa Brava es recompensarse con todo eso y más paisajes, aunque alcanzar su arena exige, en muchos casos, un plus de dificultad y de turismo de aventura. Con todo, merece la pena. Y como ejemplo de ello está Cala Estreta, en Palamós.
Tiene forma de medialuna y sus dimensiones superan por muy poco los 100 metros. La huella más identificativa de su pasado es la antigua barraca de pescadores que se yergue a su sombra, todo un reclamo turístico que posee una estructura del siglo XX, aun cuando se hacía referencia a su arena incluso en el siglo XV, según constatan los registros.
Son muy pocos los bañistas que han conseguido pisar su arena y dejar constancia de ello, y es que acceder a esta cala de Palamós es algo complicado. Se encuentra a 20 minutos caminando desde la Playa de Es Castell, más o menos, aunque también es posible alcanzarla en barco.
Cala Culip, en Cadaqués
Serena pero majestuosa, esta recóndita cala se ubica a unos 8 kilómetros de paseo desde Cadaqus o Cadaqués, y cuenta con apenas 15 metros de extensión, envuelta en silencio y tranquilidad; una perfecta oferta de abrazos de mar para dar el broche de oro y baño a un día de actividad, excusión o esnórquel.
Hasta la historia ha dejado su huella en este pacífico oleaje, ya que fueron muchos los barcos fenicios, griegos y romanos que naufragaron en su costa, según indicios arqueológicos; y otro que tampoco pudo resistirse a su sosiego fue el pintor Salvador Dalí, quien tomó la inspiración de su paisaje para crear alguna de sus obras.
¿Cómo visitarla? Tomando la carretera que va de Cadaqués al Cap de Creus, desviarse al ‘Pla de Tudela’ desde el km 5 y, una vez allí, estacionar el coche, primero, y seguir después y a pie el sendero de la cala, debiendo andar unos 30 minutos o así.
Cala Jugadora, en el Cap de Creus
Frecuentado sobre todo por los amantes del buceo y el paddle surf, Cap de Creus es el Parque Natural que no puede perderse, donde los acantilados y las rocas son pinceles que trazan en el paisaje una sucesión de calas idílicas, excelentes para practicar esos deportes que requieren de aguas calmadas, siempre y cuando el viento de Tramuntana no haga acto de presencia y le dé por azotar con sus corrientes.
Consta de dos gemelas, Cala Jugadora I y Cala Jugadora II, ubicadas ambas a escasos metros del Faro del Cap de Creus, e irguiéndose por igual como la máxima expresión de las playas nudistas o naturalistas.
No obstante, si ambas figuran en la lista de las calas más escondidas de la Costa Brava no es solo por su ubicación, que también; sino porque además lucen vírgenes, con aguas cristalinas, con muchos rastros de piedra de pizarra, y con unos 15 metros de extensión cada una.
Toda una estampa que invita a pasar el día bajo su sombra, ciertamente, armados de toalla, crema solar y comida. Ahora bien, ¿cómo se accede a ellas? Fácil, desde el Faro, y siguiendo un sendero de unos 250 metros, aproximadamente.
Cala d’Aigua Xèl lida, en Tamariu
Decir que es una maravilla paisajística es quedarse corto, muy corto. A caballo entre el municipio de Tamariu y Begur, en Cataluña, se ubica a pocos kilómetros de Punta des Banc. Nadie que haya pisado su suelo arenoso duda de sus encantos, y menos teniendo por delante los 25 metros de longitud que la conforman, junto a los 12 metros de ancho; las rocas que la salpican, los pinos que le dan panorámica, y el mar que la abraza en tonos turquesas.
Dotada de un aura especial, casi un embrujo, Cala d’Aigua Xèl lida es la única de esta lista de las calas más escondidas de la Costa Brava que puede presumir de aparecer entre los escenarios de los libros contemporáneos. Y es que fue la primera parada del escritor Josep Pla, en su obra ‘Un viatge frustrat’, cuyas líneas reflejan el espíritu calmoso de esta cala, perfecta para quienes buscan tranquilidad.
Para sentir bajo los pies los limpios granos de esta pequeñísima playa solo hay que llegar caminando desde Tamariu, a través del Camí de Ronda; o coger el volante y conducir hasta la calle Avi Xicu, desde donde ya se podrá recorrer el sendero que desemboca en la propia cala.
Cala Prona, en Port de la Selva
Quien desee hacerse una idea clara y rotunda sobre cómo es una cala de cuento, solo tiene que asomarse a esta geografía marítima. Se localiza en el Parque Natural del Cap de Creus, como Cala Tavallera, aunque la parte mala es que cuenta con una ubicación exacta que no es muy accesible, que digamos, sin dar el pego para aquellos que buscan un arenal de tierra fina.
Cala de la Roca del Paller, en Sant Antoni de Calonge
La última de las calas más escondidas que vamos a mencionar por el litoral de la Costa Brava es este emplazamiento curioso y salvaje, tan abandonado a la naturaleza que ni las pocas construcciones que se columpian en la cima de su acantilado disturban su atmósfera. Ahora bien, ¿qué la hace especial?
Su fondo marino rocoso, los pinos que pueblan su acantilado, la arena fina de su playa en la que tenderse panza arriba, y las rocas que alfombran su paisaje y le dan nombre y una estampa impresionante. Una ensalada de interesantes motivos que dan como resultado un plato turístico de lo más suculento. Así que la pregunta del millón está servida.
¿Cómo hacer para visitar su costa?
Existen dos opciones: la primera de ellas es ir a pie, por el Camí de Ronda, algo bastante recomendable, por cierto, ya que permite avistar de rebote otras calas con su propio e indiscutible encanto. No obstante, su vecina Playa Can Cristus representa la segunda puerta de acceso a este peculiar rincón de la costa catalana, siendo necesario aparcar y caminar unos 15 minutos para entrar desde ahí a la Cala de la Roca del Paller.
Cabe aclarar, eso sí, que es muy recomendable llevar un calzado especial, ya que su fondo marino es completamente rocoso.