Entendidas como dos enfermedades atópicas, tanto el asma como el eczema atópico son dos afecciones determinantes del riesgo de artrosis, según un nuevo estudio.
¿Sabía que los fármacos administrados para amortiguar los impulsos fisiológicos de las reacciones alérgicas que se producen en el organismo pueden ayudar a reducir el riesgo de artrosis? O eso aseguran los investigadores de un estudio publicado recientemente en la revista especializada ‘Annals of the Rheumatic Diseases’.
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Y es que según sugiere este trabajo, las personas con asma o eccema u otras enfermedades atópicas de talla similar se enfrentan a un mayor riesgo de artrosis, si bien los investigadores también plantean que los fármacos que se toman para amortiguar los impulsos fisiológicos de las reacciones alérgicas en el organismo, pueden ser buenos aliados capaces de contribuir a disminuir dicho riesgo.
Cabe recordar, en este punto, que la artrosis tiene una alta incidencia, un elevado coste y muchos efectos debilitantes, por eso de que es la forma más frecuente de artritis; y pese a ello, aún hoy carece de cura eficaz, por lo que el objetivo de sus tratamientos es llegar a controlar sus síntomas, principal y básicamente.
Aunque la ciencia ya ha evidenciado en investigaciones anteriores que la activación de tanto los mastocitos como la de las citoquinas, un tipo de glóbulos blancos y unas sustancias químicas inflamatorias, respectivamente, intervienen en las reacciones alérgicas, desempeñando entre todas un papel clave en el desarrollo de la artrosis, aún sigue sin ser evidente o consensuado que las personas con asma alérgica o con eccema pueden llegar a tener un mayor riesgo de padecer la enfermedad de la artrosis.
Pero a fin de salir de dudas y tratar de averiguar qué certeza hay en esto, los autores del presente ensayo tomaron las reclamaciones de una base de datos de seguros estadounidense que actuaba a nivel nacional, producidas entre enero de 2003 y junio de 2019, echando mano asimismo de los registros electrónicos de salud del Repositorio de Investigación de Stanford (el abreviado STARR), durante el periodo comprendido entre 2010 y 2020.
Esto les permitió identificar a 117.346 personas con asma alérgica o eczema, cuya edad media rondaba los 52 años, siendo que el 60 por ciento de ellas eran mujeres, y reconocer igualmente a 1,247.196 personas sin enfermedad atópica con 50 años como edad media y con predominio de mujeres en el grupo, habiendo un 48 por ciento de ellas.
Tras esta exhaustiva recopilación de personas a observar, los investigadores acabaron contando con 109.899 personas sin asma alérgica o eccema, por un lado, pero también con 109.899 aquejados de alguna enfermedad atópica, emparejándolos por etnia y raza, sexo y edad, nivel educativo y enfermedades subyacentes, visitas ambulatorias y duración del periodo de seguimiento… etc. ¿El resultado de tantos análisis?
Advertir que la probabilidad de acabar desarrollando artrosis era un 58 por ciento mayor en las personas con asma alérgica o eccema, en comparación con quienes no tenían enfermedad atópica, o al menos eso mismo resultó del periodo medio de seguimiento de ocho años.
¿Traducción? Que se producirían 27 nuevos casos frente a 19 nuevos casos si 100 personas con y sin enfermedad atópica se sometieran a seguimiento a lo largo de 10 años cada una, dicho en otras palabras. Una tendencia que aumentaba entre las 4.325 personas con asma alérgica y eccema, por cierto, quienes reunían el doble de riesgo de artrosis frente a las personas sin enfermedad atópica.
De igual forma, las 11.820 personas que sólo tenían asma alérgica reunían un 83 por ciento más de probabilidades de desarrollar artrosis en el transcurso de ocho años que, por ejemplo, los pacientes con EPOC, la enfermedad pulmonar obstructiva crónica que no implica vías alérgicas en su afección.
Por último, los investigadores compararon el riesgo de artrosis al que se exponían las personas con y sin asma/eczema alérgico que aparecían en los registros sanitarios STARR, a fin de averiguar si podían obtener resultados similares. ¿Qué consiguieron con todo esto?
Percatarse de que las probabilidades de desarrollar artrosis eran más pronunciadas entre quienes padecían asma alérgica o eccema, al menos en un 42 por ciento, mientras que el riesgo bajaba a un 19 por ciento más entre quienes padecían ambas dolencias, balance que obtuvieron y constataron tras ajustar los datos por peso e IMC, un sabido y más que conocido importante factor de riesgo de artrosis.
Una investigación que no anda falta de limitaciones
Con todo, los autores del trabajo son los primeros en reconocer que los hallazgos expuestos en su ensayo presentan ciertas carencias, empezando por limitante dependencia de datos de reclamaciones de seguros para parte del estudio, los cuales no incluían información sobre factores influyentes, potencialmente, como es el caso de las lesiones articulares previas, el IMC o los niveles de actividad física.
Y ello sin hablar de que durante el ensayo, los científicos no disponían de suficiente información acerca de la gravedad de la enfermedad atópica o la artrosis, como tampoco sobre el uso de remedios comunes sin receta; y es que todos ellos son factores que podrían haber influido en los resultados obtenidos; y lo mismo puede decirse del hecho de que las asociaciones observadas fueran más débiles entre los participantes en el STARR, por cierto, ya que sí se disponía de información sobre su IMC; algo que, tal y como admitieron los autores, sugiere que otros factores pueden andar involucrados en los resultados.
En sus conclusiones reafirman, sin embargo, que «los pacientes con enfermedad atópica tienen un mayor riesgo de desarrollar artrosis en comparación con la población general. La asociación entre enfermedad atópica y artrosis se ve respaldada por observaciones recientes de que los mastocitos y las citocinas de tipo II pueden desempeñar papeles importantes en su patogénesis en general, no sólo en pacientes con enfermedad atópica».
En este sentido y según el parecer de estos investigadores, todos estos hallazgos obtenidos «apoyan aún más el concepto de que las vías alérgicas pueden contribuir al desarrollo de artrosis». Tal es la razón, de hecho, por la que remataron diciendo que, «si esto es cierto, los pacientes no atópicos también podrían beneficiarse del uso de tratamientos que inhiban los mastocitos y las citocinas alérgicas para tratar o prevenir la artrosis».