Biología, salud, juventud y regeneración del cuerpo. Así se define la autofagia, y en el presente artículo le explicamos cómo beneficiarse de sus secretos.

La moda es cíclica; es decir, que viene y va. Y en su proceso de rescate y revestimiento, toma prestados términos de otros sectores y los acuña como suyos, reinventándolos por el camino, poniéndolo después en boca de todos como un contagio irrefrenable. Eso, precisamente, es lo que le ha pasado a la autofagia, un mecanismo de la biología más que conocido en los círculos científicos, pero hecho estandarte por la moda del bienestar y la tendencia de la salud.

La autofagia es un compendio de muchas promesas reunidas en una sola palabra, con múltiples beneficios a cuál más atractivo: desde belleza y longevidad y apariencia joven, hasta menos enfermedades, pérdida de peso ganada con ejercicio físico, mejor envejecimiento, técnicas de control, alimentos saludables, depuración del ayuno y estimulación por medicamentos farmacológicos.

Aunque antes de adentrarse en sus ventajas, más vale presentarla adecuadamente primero, y así entender en qué consiste y de qué pie cojea; y cuáles son los secretos que la vuelven un elixir para el buen envejecimiento.

¿Qué es la autofagia?

Según el consenso científico y el testimonio de la literatura biológica, la autofagia es un proceso automático y natural del organismo, poco estudiado por la ciencia, hasta ahora; un mecanismo de regeneración a nivel celular, que en su aplicación y buena ejecución disminuye la probabilidad de contraer ciertas enfermedades y, al hacerlo, da fuerza de oportunidad y poder de prolongación a la esperanza de vida, razón fundamental por la que se la ha considerado desde sus inicios una buena apuesta a favor de la longevidad.

Hablamos de un proceso de origen griego en cuanto a su etimología, que significa ‘comerse a uno mismo’ y en su proceso biológico entraña un mecanismo por el que las células del cuerpo se degradan a sí mismas, hasta reciclar sus propios componentes, para al final proveer al organismo de una especie de combustible, en cantidad suficiente para ayudar al cuerpo a generar energía, sentando al mismo tiempo las bases para la renovación celular.

¿Traducción? Que las células recurren a la autofagia para desechar de su interior todas aquellas proteínas dañadas, incluyendo los orgánulos o estructuras contenidas en su citoplasma; estructuras disfuncionales y restos de tejidos celulares que se acumulan conforme pasa el tiempo, y que acaban depositándose en una suerte de sacos de reciclaje, los llamados lisosomas.

¿Puede fallar la autofagia? Sí, desde luego, entrañando por ende muchos peligros. ¿Qué ocurre? Que el proceso se complica cada vez más, y dichos deshechos se vuelven perniciosos para la salud general del tejido.

Autofagia: historia de una vejez

Identificado por primera vez en 1960, el proceso de la autofagia fue adquiriendo más y más peso, importancia e influencia durante los años noventa. No obstante, tanto en la industria farmacéutica como en el mundo académico, debemos su despegue a las investigaciones de cierto científico japonés: Yoshinori Ohsumi.

Galardonado del premio Nobel de Medicina en 2016 debido, precisamente, a su trabajo en la investigación de los mecanismos de la autofagia, Ohsumi es, sin duda alguna, uno de los investigadores que más incógnitas han despejado sobre este proceso natural del cuerpo; y por ello es considerado por muchos como el padre de la autofagia.

Su trabajo, en suma, ha representado por sí solo todo un desarrollo positivo en este campo de la ciencia, afectando incluso a otras ramas científicas, y trayendo también con su avance un mayor entendimiento sobre la demencia, el Parkinson y otras enfermedades neurodegenerativas. Y abriendo también la puerta para que los nutricionistas, los endocrinos y los entendidos en dieta y bienestar a través de la alimentación se incorporen a la fila de profesionales que se posicionan a favor de la autofagia.

Su apuesta, de hecho, se basa en afirmar que el proceso de este mecanismo biológico se puede inducir de manera natural, usando el ejercicio de alta intensidad, el ayuno y la restricción de los hidratos de carbono como aliados inestimables para alcanzar dicha meta, elevándolos a la categoría de estímulo para activar o encender la autofagia tanto mediante cambios de dieta como en los hábitos diarios y el estilo de vida en general.

«Hay estudios según los cuales se ha encendido el proceso utilizando herramientas genéticas, o fármacos o el ayuno; y en esos casos los animales tienden a vivir más tiempo y a estar, en términos generales, más en forma», explicó en su día el doctor David Rubinsztein a la BBC, en su doble calidad de catedrático de Neurogenética Molecular por la universidad de Cambridge y miembro del Instituto Británico para la Investigación de la Demencia.

Y si bien aún se desconoce la fórmula exacta para trasladar tales beneficios al ser humano, se sabe de todas formas que ayunar sí estimula la autofagia, o eso aseguró Rubinsztein en la misma entrevista, ya que otros estudios se han encargado de demostrar los beneficios de ese proceso natural de regeneración.

Rubinsztein, cuyo laboratorio desveló que las proteínas son dadas a formar «marañas» dentro de las células nerviosas de las personas aquejadas de Alzheimer o Parkinson, aclaró que la autofagia «también parece ser beneficiosa en el contexto del control de una infección y de la protección frente a una inflamación excesiva». En ese sentido, matizó, «descubrimos que si activas la autofagia, el cuerpo puede deshacerse rápidamente de esas proteínas; y eso protege contra enfermedades neurodegenerativas».

¿Cómo beneficiarse de la autofagia?

Vaya por delante que este mecanismo celular y biológico forma parte fundamental del crecimiento celular, una fase esencial en el metabolismo de las células del cuerpo; y por ende está estrechamente vinculado con algunas enfermedades, e igualmente ligado a la homeostasis, es decir, relacionado con esas reglas fisiológicas constantemente activas que luchan para impedir la muerte del organismo.

Muchos son los investigadores y academias científicas que sostienen que hablar de la autofagia en el ser humano es hablar también de las enfermedades asociadas al envejecimiento de las personas. Ríos de tinta en forma de investigaciones han corrido para demostrar con evidencias científicas esta aseveración, coincidiendo todos en una misma desembocadura: el aumento de la autofagia es una apuesta segura para reducir los efectos negativos de las enfermedades de la vejez.

Así, la neuroprotección o el mejor mantenimiento del sistema nervioso encabeza la lista de los principales beneficios de la autofagia, seguida muy de cerca por la prevención contra las proteínas y las grasas y otros problemas del metabolismo, así como el enlentecimiento del envejecimiento, si bien para esto último es preciso recurrir a tratamientos farmacológicos y a estilos de vida que intensifiquen el proceso.

Pero incentivar la autofagia ¿mejora realmente la salud? A decir verdad, ni los propios científicos concuerdan en este punto. Nature, prestigiosa revista científica por excelencia, publicó en 2019 la aseveración de dos investigadores de la Sorbona (Francia) que le llevaban la contraria a Rubinsztein en este específico punto del debate.

Así, al más puro estilo del interrogante de qué va primero, la gallina o el huevo, los investigadores replicaban con el planteamiento en sus estudios de una duda razonable: ¿qué va antes, el problema celular o la enfermedad? Después de todo, y como ya hemos señalado más arriba, el fallo del mecanismo de la autofagia deriva en problemas de salud, que a su vez provocan la aparición de más desechos celulares.

Entonces, eliminando los deshechos ¿desaparece el problema y se mejora la salud? La respuesta de ambos investigadores es… ¡más incertidumbre!; aseguran que no lo saben.

El patrón del ayuno, en este sentido, es una variante que da más fiabilidad y garantías a la activación de la autofagia en las personas. No en vano, la evidencia científica atestigua que ayunar beneficia a la salud.

Más aún: muchas fuentes de la literatura científica aseguran que la restricción calórica temporal fomenta la reducción de los factores de riesgo que personalizan a varias enfermedades, desde las cardiovasculares y las neurodegenerativas hasta el síndrome metabólico, pasando incluso por el cáncer. Pero ¿cuáles son los efectos clínicos de ayunar a nivel de autofagia? Otra incógnita pendiente de desvelar.

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