*Rocío de los Reyes Machuca
Mi amiga Mercedes Sanromá, antigua Directora del Colegio de Educación Especial en donde estudié —y que hoy lleva su nombre—, me ha enviado una de esas historias que te embriagan el alma de ilusión y te hacen sentir orgullosa de pertenecer a la bendita estirpe humana.
Todos sabemos que los animales, incluso los vertebrados más evolucionados, abandonan a su suerte a sus crías cuando estas nacen con alguna malformación. En su inexorable código de supervivencia de la especie, la ley de la selección natural de Darwin aboca a los animales adultos a sacrificar a aquellos que requieren una inversión de energía y de tiempo del que no disponen, ya que deben buscar alimento o huir de los depredadores, para que el rebaño, la piara o la camada salgan adelante.
En nuestra historia tenemos desoladores ejemplos de este comportamiento animal por parte de comunidades humanas. Cruel y eficaz era el método de la sociedad guerrera de Esparta para mantener una cantera contínua de soldados para el combate, despeñando al vacío, desde la terrible Roca Tarpeia, a sus hijos que venían al mundo con alguna discapacidad física o psíquica, sin aptitud para empuñar las armas.
El siniestro Tercer Reich, atendiendo a una economía de ahorro para la inversión en la industria bélica, también eliminó a millares de compatriotas, sólo por tener enfermedades crónicas o cualquier deficiencia orgánica o mental que requiriera distraer inversiones presupuestarias en sanidad.
Y en nuestras avanzadas democracias, supuestamente garantistas de derechos y libertades, muchos se alegran porque en Marte se ha descubierto una molécula con un aliento vital, a la vez que niegan el océano de la vida a los embriones a los que se les detecta la trisomía 3-21: la condena a muerte tras detectarse síndrome de Down en el embrión de una mujer gestante.
Con estos antecedentes puede parecer mentira, pero lo cierto es que hay razones para la esperanza. Y esta razón que les cuento nos llega desde el pasado. Desde un remotísimo pasado…
En la Sima de los Huesos del yacimiento de Atapuerca, donde se acumulan vestigios humanos datados con la friolera de medio millón de años de antigüedad, los arqueólogos han hecho un descubrimiento apasionante. Se trata de un cráneo deforme, correspondiente a una mujer homínida de unos 12 años de edad. Nació con una estrechez en la cavidad craneal, que fue deformada por el crecimiento del cerebro sin suficiente espacio para desarrollarse.
Con total seguridad la niña tuvo deficiencias de carácter psicomotor. Y aquí viene el milagro: no la abandonaron para que se la comieran las alimañas, sino que fue acogida como una más por su tribu. Me conmueve esta historia. Porque nuestros ancestros medio monos de la era prehistórica nos mandan un mensaje a la actualidad, de descarada apuesta por la vida. Y me conmueve también porque la niña de la cueva toca los resortes de mi propia biografía.
Mis amigos saben que, por un error médico, nací con parálisis cerebral y un 98% de discapacidad. Me daban 24 horas de vida tirando largo, pero supongo que alguien rezaría por mi a Fray Leopoldo de Alpandeire, que es muy milagroso, y los ángeles me debieron conceder una prórroga vital. Mis padres me acogieron amorosamente. Y tras ellos, mis maestros, amigos, profesionales de todo pelaje, familiares propios y políticos, etcétera, etcétera …
De modo que puedo y debo decir que una es quien es gracias a todos y cada uno de vosotros.
Vosotros los inteligentes, los que sabéis (al igual que nuestros ancestros de la cueva) que hoy es por ti y mañana será por mi, porque más pronto que tarde todos nos necesitamos mutuamente.
Me conmueve la historia de mi pequeña prima primitiva, porque nos muestra a las claras que sólo el compromiso, la implicación y el pensar en el otro, desarrolla nuestras comunidades y ensancha nuestras almas. En definitiva, sólo el amor puede desarrollar nuestra civilización. Miro el wasap con el cráneo de mi prima y me alegro con esta muestra de amor fosilizado, que hago extensiva a toda la que fue su prehistórica pero inteligente tribu.
Miro su cráneo y me alegro del acierto que han tenido sus descubridores al haberle puesto de nombre «Benjamina». Que en hebreo significa «La más querida».
*Rocío de los Reyes Machuca
Presidenta del Consejo Español en Defensa de la Discapacidad y la Dependencia – Andalucía