La bulimia es sinónimo de desestimación personal, miedo al exceso de peso, pérdida de control y afectados de todas las edades, incluso los mayores.
La comida, el peso, la imagen corporal. La bulimia es el huracán de la nutrición llevada al desastre alimenticio, el centro del torbellino donde diferentes afecciones convergen en una tormenta de trastorno alimentario. ¿Qué es? ¿De qué forma se trata? ¿A quiénes afecta? ¿Cómo se reconoce? Veámoslo a continuación.
La bulimia: una mal llamada adicción a la comida
Ese hermano mellizo de la anorexia separado al poco de nacer y crecer; similares… pero diferentes. ¿Y por qué lo decimos? Porque la bulimia comparte con la anorexia el temor de ser un exceso de peso andante, el ejemplo perfecto de gordura grotesca… a ojos de quien lo sufre, por supuesto, ya que en realidad tienen una delgadez extrema y un peso corporal alarmantemente por debajo de lo que les corresponde.
A diferencia de la anorexia, donde dejar de comer hasta, literalmente, morir de hambre, es la respuesta ideal al propósito de alcanzar o mantener lo que la persona afectada considera su peso corporal ideal, la bulimia implica en su definición períodos ocultos de comer en exceso, primero, y acabar provocándose el vómito, después.
Atracones realizados generalmente en secreto, como alertan desde la Associació Contra l’Anorèxia i la Bulímia, y que pueden sucederse varias veces a la semana e incluso repetirse en un mismo día, prolongándose durante meses, sintiéndose perdidos, fuera de control, consumiendo en el camino y en cantidades nada recomendables a los enemigos de una dieta saludable: demasiadas calorías, desmedidas grasas y exagerados hidratos de carbono.
Un episodio de empacho, que en el pasado les valió a las personas con bulimia la asociación descriptiva de la adicción a la comida por parte incluso de los médicos, al comer en exceso durante esa pérdida de control.
Tras el atracón, las personas bulímicas reavivan la llama de la vela de su deseo dominante por alcanzar o mantener el autoimpuesto peso corporal ideal, derrumbándose ante el autorrechazo y cediendo ante las ganas de vomitar, envolviéndose así en espasmos convulsos para deshacer lo ingerido durante la compulsiva comilona.
Ya sea metiéndose los dedos en la garganta, o recurriendo al ejercicio exagerado, o apelando adictivamente a enemas o laxantes o diuréticos… lo importante para ellos es purgar el cuerpo, eliminar del organismo toda prueba de lo ocurrido que luego acarree un aumento de kilos.
Este miedo al aumento de peso no tarda en convertirse en culpa, un sentimiento que a su vez empuja a volver a comer en exceso y, tras ello, a vomitar una vez más, con el consabido sentimiento de alivio propio, repitiendo una y otra y otra vez el nocivo bucle o círculo vicioso. Y desembocando por ende en otro trastorno añadido: la anorexia desarrollada.
Y es que, si bien las personas con bulimia suelen estar en un peso normal, lo que dificulta que quienes estén alrededor no se percaten de que conviven con alguien con este trastorno alimentario, pueden verse muchas veces abocados a la anorexia, ante la visión sostenida y autovalorada de sobrepeso.
¿Qué problemas genera?
La bulimia es un grave trastorno de la alimentación, como ya hemos indicado. Y, como tal, causa un impacto negativo en la salud de quien lo padece, perturbando por supuesto su calidad de vida. Pero no sólo eso; también afecta a la autoimagen, a las relaciones con familiares y amigos y el resto del entorno, amén del rendimiento escolar o laboral.
Se trata de una enfermedad cuyas consecuencias sanitarias se hacen notar asimismo en la salud bucal de quien la padece. Y es que a falta de una nutrición apropiada que la fortalezca, las encías y demás tejidos blandos localizados en la boca pueden acabar desarrollando un sangramiento fácil y frecuente. A su vez, esas glándulas encargadas de producir saliva ultiman inflamándose, llevando a las personas bulímicas a experimentar una sequedad bucal crónica.
Incluso los dientes se ven afectados en la práctica de la bulimia. ¿Cómo? Al estar vomitando con frecuencia, los molares no dejan de rociarse con un ácido estomacal fuerte, lo que les arrebata el esmalte que los recubre, hasta el punto de que los dientes acaban cambiando de color, e incluso de forma y longitud, presentando unos bordes mucho más delgados que se fisuran a la mínima, llegando a incomodar hasta el ingerir cosas calientes o frías.
Causas y prevención
Hablar de causas de la bulimia es señalar a diferentes factores influyentes, desde la genética hasta la psicología, pasando por las influencias familiares y sociales, sin olvidar el papel de la variante cultural. Así, tener bulimia implica padecer de las consecuencias de una variedad de problemas físicos, emocionales, mentales y desde luego también sociales, dificultades que precisan de un abordaje profesional para ayudar a prevenir y tratarlo adecuadamente.
De ahí la asociación de la bulimia con un tratamiento psicológico brindado por un especialista de la salud mental; debido a su condición de afección negativa y emocional, demanda una intervención experta por parte de un cualificado capaz de brindar el estímulo perfecto que se convierta en un diagnóstico; un diagnóstico precoz que luego se vuelve fundamental para abrirle las puertas al tratamiento y a la oportunidad de una exitosa recuperación.
¿Es importante el papel de familiares y amigos a la hora de afrontar la bulimia?
Desde luego que sí, ya que son ellos quienes mejor influencia pueden ejercer en una persona bulímica, adoptando un rol de ejemplo de alimentación correcta a seguir, sin olvidar los efectos de sus comentarios positivos, aquellos que induzcan a la práctica saludable de la alimentación.
La bulimia puede alterar tanto a hombres como a mujeres, si bien tiende a afectar más al sexo femenino, especialmente a niñas, adolescentes y mujeres jóvenes.
Ni las personas mayores están exentas de este peligro. Y es que los cambios fisiológicos llegado con la edad y producidos en el sistema nervioso central no hacen más que favorecer la aparición de modificaciones en el estado psicológico de los mayores y, con ello, el desarrollo de algunos trastornos alimentarios y la variación en la sensación de apetito y nivel de saciedad.
Otros factores influyen de igual forma, como cambios como la viudedad, la estructura familiar, aislamiento social, la pérdida de capacidad para la autonomía en las actividades diarias, la jubilación y su consiguiente disminución de la capacidad económica, la rigidez en los ámbitos alimentarios y de vida , desechando las nuevas necesidades adquiridas con la avanzada edad.
¿Una persona con bulimia es consciente de que su patrón de alimentación es anormal? Generalmente sí; una concienciación que precisamente trae consigo los sentimientos de miedo y/o culpa, emociones que se agudizan con los episodios de atracones, primeramente, y con las sesiones de purgas, más adelante.
El abanico de tratamientos contra la bulimia no es muy amplio; todo depende eso sí de la gravedad de la bulimia que se padezca, por supuesto, así como a la respuesta personal al tratamiento ofrecido. En este sentido, los grupos de apoyo pueden ser un gran alivio contra el estrés de la enfermedad, especialmente en aquellos con bulimia leve, aquella que no acarrea otros problemas de salud.
La asesoría es otra respuesta positiva y profesional contra la bulimia, entendiéndose como una terapia conversacional a la par que nutricional. En cualquier caso, lo importante es entender, antes incluso de empezar cualquier terapia, que, como todo esfuerzo, superar la bulimia cuesta, y mucho, de modo que no ha de ponerse todos los huevos de la esperanza por curarse en la balanza de la terapia, únicamente.
Más bien hay que mantener unas expectativas realistas, ser consciente de que uno acabará requiriendo más de una terapia diferente hasta dar con la que mejor ayuda a manejar este trastorno de la bulimia.
¿Y qué pasa una vez recuperado? ¿Puede uno recaer? Sí, efectivamente; La bulimia no deja de ser una enfermedad crónica, después de todo, llevando a algunos a mantener activos los síntomas, a pesar de estar recibiendo tratamiento. Pero ni esto último ni una recaída debe ser causa de desesperación; es normal y habitual, y la mejor reacción a ello es contrarrestarla y volver a combatirla a base de ayuda profesional, nuevamente.
Es doloroso, desesperante, lento, especialmente porque arrastra también a la familia, pero pasar por todo ese proceso vale la pena, desde luego, sobre todo al recordar que en la meta aguarda una enorme recompensa: enderezar la vida y estabilizarse con bienestar y positividad en todos los aspectos posibles.