Los caminos sensoriales equivalen a estimular al cerebro con los pies; toda una ayuda sensorial que divierte y enseña.

Andar sin zapatos y percibir la arena de la playa, la hierba del césped, la frescura del mar es una vivencia que puede resultar bastante reveladora. Una experiencia placentera que se vive gracias al tacto, ese sentido tan importante a ras de piel, manos y, cómo no, los pies. Como muestra, los caminos sensoriales, senderos con personalidad de textura que los niños con discapacidad viven a través de los pies.

Un trabajo táctil y sensitivo

Captar, recibir, recordar y organizar los estímulos que llegan de fuera es una habilidad en equipo del cerebro y los sentidos. Y es que el cerebro siempre está atento a nuevos estímulos externos, una recopilación de datos con el que se le puede adiestrar y ejercitar. Oído, gusto, olfato, vista y tacto son sus nexos al exterior, mirillas con información, con conocimiento, con dominio y con aprendizaje.

Reconocer los objetos al tocarlos es una acción habitual, de día a día, casi automática, que ejecutan tanto el sistema táctil como el sistema vestibular y el propioceptivo. Un trabajo constante a tres bandas que repercute en el toque, la torpeza, la movilidad, la coordinación y en el equilibrio de cada persona. ¿Pero qué ocurre cuando se presentan fallas en el sistema? ¿Qué sucede cuando este sentido no funciona correctamente?

Un desarrollo del tacto con diversión

A muchos niños se les diagnostica en su etapa infantil un mal funcionamiento del sistema sensorial, un índice que incluye también a los niños con discapacidad sensorial. Ello se debe bien porque presentan hipersensibilidad o bien por una sensibilidad baja, por debajo del índice habitual. Una dificultad con nombre de trastorno en la integración sensorial, que se deja detectar con los síntomas de problemas en el habla y el lenguaje, retrasos en la coordinación y en las acciones motoras y, por revote, también en el aprendizaje.

Hablamos de niños cuyos cerebros tienen dificultades para atender y reaccionar ante la información que le captan y agrupan los sentidos. ¿Qué quiere decir esto?

Que el timbre fuerte de algunos sonidos, el brillo de algunas luces, el regusto de algunos sabores, la intensidad de algunos olores, la revelación de algunas texturas… pueden causarle una especie de sobrecarga sensorial que ellos exteriorizan en forma de agobio, molestia, llanto e irritación, de modo que se tapan los oídos para no oír, cierran los ojos para no ver, rechazan prendas con tejidos intolerantes, se cubren del todo la cara para resguardarse del aluvión sensorial.

«Una sobrecarga sensorial ocurre cuando algo a nuestro alrededor estimula excesivamente al menos uno de nuestros sentidos. Pudiera ser una televisión con mucho volumen, una habitación llena de gente o una cafetería ruidosa y con un olor intenso. Repentinamente nuestros sentidos reciben demasiada información y nuestro cerebro no puede procesarla», señala la experta Ellen Braaten a la organización Understood, asociación especializada en niños que piensan y aprenden de forma diferente.

Así, al final acaban o bien evitando todas esas sensaciones que no soportan porque todo es mucho y abrumador para ellos (hipersensibilidad) o bien acaban buscando sentir cualquier cosa, sin control, sin cuidado, pues todo es poco, bajo e insuficiente para ellos (hiposensibilidad).

Es entonces cuando entra en escena el aprendizaje divertido. Un tratamiento enfocado tanto en el bienestar del niño como en su diversión. Son actividades que van desde hacerle subir a una hamaca y columpiarle, por ejemplo, a montar en patinete o hacerle mantener el equilibrio en una colchoneta, sin ir más lejos. Terapias divertidas que, por tanto, los preparan para asumir el auténtico aprendizaje sensorial sin ellos saberlo, los predispone a adquirir más habilidades de equilibrio y lectura, mejorando además el toque y la torpeza.

Los caminos sensoriales: un tratamiento del aprendizaje divertido

Numerosas herramientas ayudan en esta campaña de enseñanza del aprendizaje divertido, todas a favor del despertar táctil. Entre ellas, los libros sensoriales, las cajas sensoriales y, por supuesto, los caminos sensoriales. Un apoyo eficaz que admite escenarios oficiales, de consulta terapéutica, como escenarios más domésticos y hogareños, en casa. En ambos casos, el niño se ejercita física y sensorialmente y de forma regular, sin desanimarse ya que la promesa de diversión hace de golosina que lo anima a seguir.

Suave o rugoso, duro o blando, líquido o pegajoso, frío o caliente, doloroso o cosquilleante… aunque estamos acostumbrados a notar todo eso con palmas, dorso y yemas de las manos, lo cierto es que los pies también pueden (y son) un gran aliado del tacto.

Pisar sin ver, centrarse en los pies, despertar al tacto en los talones. Los caminos sensoriales son una terapia para explorar el mundo con los pies, para que los niños aprendan a reconocer diferentes superficies y a acostumbrarse a ellas. Las formas de los objetos son variadas, los colores y tamaños, también.

¿Qué son los caminos sensoriales?

Se trata de agrupar diferentes elementos con diferentes materiales y estructuras, en una ruta de textura para sentir con todos los poros de los pies. Un camino donde el niño recopilará información sensorial, mientras recorre, toca, explora, supera pruebas… una dieta sensorial que juega con la diversión, el entretenimiento, el ejercicio físico y el cansancio para brindarle al pequeño sensación, adaptación, sensibilidad y tranquilidad.

Desde Senso-Rex, empresa dinámica experta en productos terapéuticos, señalan que «jugar en un sendero sensorial contribuye al mejorar la condición física del cuerpo, las llamadas habilidades de motrices finas, que pueden definirse mediante actividades que requieren coordinación visual y motriz, como natación, rayuela o jugar a la pelota». Matizan, además, que «un pequeño con baja sensibilidad seleccionará elementos con un relleno grande y duro, mientras que un niño con hipersensibilidad decidirá rellenos suaves y delicados».

Así, no es de extrañar que estos caminos sensoriales ayuden a prevenir disfunciones, mientras aumentan el campo de conocimiento del entorno del pequeño. Además, fomentan la función adecuada de los receptores de la piel de los niños con y sin discapacidad, fortaleciendo de paso los músculos que tiene en pies y manos.

Como ejemplo, la publicación de la estadounidense Holly Barker Clay, maestra especializada en la educación especial, quien enseñó al mundo en un vídeo cómo uno de sus alumnos recorría el camino sensorial que ella había diseñado. «Se usa varias veces durante la jornada escolar cuando un niño necesita un descanso», escribió, «o cuando un niño no puede quedarse quieto».

Los caminos sensoriales no dejan de ser un grupo de actividades orientadas a apoyar a los niños con discapacidad, pequeños con dificultades en el procesamiento sensorial. «Al saltar, flexionarse y finalmente respirar, pueden liberarse de la acumulación sensorial”, afirma Clay en su publicación. «¡Toda esa energía acumulada puede ser utilizada de manera más provechosa por sus cerebros!».

En cualquier caso, se siga el modelo de camino sensorial de Clay o cualquier otro, no habrá mejor guía orientativa que la reacción de los niños; su gusto o disgusto señalarán mejor que el dedo sus preferencias táctiles y, a raíz de ellas, se obtendrá una base sólida y respaldada a partir de la cual despertar, agudizar y entrenar el sentido sensorial del tacto de los pies.

¿Cómo hacer un camino sensorial?

Esta actividad sensorial se puede hacer en casa, como ya hemos señalado. Puede apilarse todo en un cubo, en una cartulina, en una alfombra o sencillamente en un pequeño pasillo en contacto directo con el suelo.

El objetivo es construir una actividad caracterizada por el movimiento. Una tarea llena de flechas, colores, luces, indicaciones, líneas, formas y señales que tendrán que esquivar, saltar, agacharse o empujar a un lado. Que, en suma, tendrán que encarar, conocer, percibir, sumergirse para vivir, experimentar en carne propia para vencerlo.

Pueden hacerlo con los ojos abiertos, mirando cada nuevo paso del camino, o pueden hacerlo con los ojos tapados, e intentar averiguar el nombre de lo que están tocando, examinando, pisando o empujando. Y siempre valiéndose de la planta de los pies (si le es posible). Todo dependerá, como siempre, de la creatividad que uno tenga, de los gustos e intereses del niño con discapacidad que se tiene en mente ayudar, y del tipo de camino sensorial que se quiera diseñar para su mejor y mayor adaptación.

Con materiales de lo más simple y comunes, se puede llegar a hacer vivir a los niños una experiencia trascendental que siempre levantará eco y recuerdo en su despertar táctil. Granos de arroz, copos de avena, conos de castañas, capuchones de pasta, bolas de garbanzos, retazos de tela, trozos de cortezas, cuentas de vidrio, almohadillas de algodón, esponjas de goma Eva, plástico de burbujas… con pocos recursos, la imaginación puede revelarse útil e infinita al crear estos caminos sensoriales para los más pequeños con discapacidad de la casa, poniendo en concordancia al tacto, primero, y al resto de sentidos, después.

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