La cirrosis, que corresponde a una hepatitis crónica evolucionada, es una enfermedad del hígado que se produce habitualmente por un consumo excesivo de alcohol.

¿Qué es la cirrosis?

La cirrosis es una lesión que muestra un daño progresivo e irreversible en el hígado, ya que provoca una cicatrización del tejido hepático (fibrosis) y la formación de estructuras anómalas, como los nódulos de regeneración. Estas circunstancias derivan en un fallo en las funciones hepáticas y un bloqueo en el flujo sanguíneo, lo que dificulta que su hígado haga su trabajo correctamente. Por tanto, este órgano no será capaz de filtrar toxinas, no podrá ayudar a descomponer nutrientes y fármacos, ni tampoco podrá producir proteínas y otras sustancias para satisfacer las necesidades del organismo.

Una evolución de la hepatitis crónica

La hepatitis es una enfermedad del hígado que se caracteriza por la presencia de inflamación y daño de las células de este órgano (hepatocitos). Cuando la inflamación persiste más de seis meses, entonces se considera que es una hepatitis crónica. El problema principal es que el paciente no suele presentar síntomas hasta que la enfermedad está muy avanzada. Por ello, la inflamación crónica del hígado termina provocando la formación de tejido cicatricial y siendo diagnosticada como cirrosis.

Cirrosis y alcohol

Esta enfermedad del hígado puede producirse por diversas causas, siendo la más común la ingesta excesiva y habitual de alcohol. Además, también puede adquirirse debido a otras enfermedades víricas, hereditarias o inflamatorias, e incluso a la toma de algunos fármacos.

Para tener una cirrosis a causa del alcohol, se considera que el tiempo mínimo de abuso para que se reproduzca es de al menos 10 años. Es más, no todas las personas consideradas alcohólicas desarrollan esta enfermedad. De hecho, sólo ocurre en un 15 por ciento de los casos. Además, hay estudios que remarcan que las mujeres son más susceptibles al daño hepático que los hombres.

Virus y enfermedades hereditarias

Como hemos mencionado anteriormente, hay otras causas que pueden provocar también una cirrosis. Por ejemplo, las que son producidas por aquellos virus que tienen predisposición por el hígado. Aunque no todos derivan en una hepatitis crónica que evolucione a cirrosis; es más frecuente que ocurra en las hepatitis por virus ‘B’ o ‘C’. De hecho, el 10 por ciento de las cirrosis que se producen a causa de un virus de la hepatitis son a causa del ‘B’.

Igualmente, hay algunas enfermedades hereditarias que también pueden desarrollar una cirrosis: la hemocromatosis (acúmulo de hierro en el hígado y otros órganos); la enfermedad de Wilson (depósito de cobre en el hígado); y la deficiencia de alfa-1-antitripsina.

Cirrosis biliar

También es frecuente que se desarrolle esta enfermedad cuando se produce una inflamación o bloqueo de los conductos biliares. En estos casos, cuando se provoca una acumulación de líquido que produce una inflamación en el hígado, se suele formar la denominada cirrosis biliar.

Fármacos y otras causas

Entre las diversas causas que pueden desencadenar en una cirrosis, nos encontramos con algunos fármacos que son muy dañinos para el hígado: el metotrexato (para tratar la artritis); o la isoniazida (para la tuberculosis). Además, también pueden provocar una cirrosis, en casos más extraños, alguna cardiopatía, la diabetes o ciertas cirugías intestinales, entre otros.

Síntomas

Habitualmente, los pacientes con cirrosis no presentan ningún síntoma hasta que la enfermedad está avanzada. En esta situación, se dice que la cirrosis está compensada ya que el organismo ha encontrado mecanismos para evitar el muestran que indiquen un fallo hepático. Mientras que, en otras circunstancias, el paciente sí refleja indicadores de la lesión en el hígado. Entonces, estamos ante una cirrosis descompensada.

Los síntomas más habituales son: pérdida de apetito; fatiga y debilidad; pérdida de peso; coloración amarillenta de la piel y los ojos (ictericia); e incluso signos de inflamación abdominal o hinchazón de piernas debido al exceso de líquido. Además, es común que el paciente sufra picor, tenga moratones con mayor facilidad o que su orina sea más oscura.

También debemos señalar cuáles son las complicaciones más comunes que muestra una cirrosis: hemorragia digestiva; ascitis (acumulación excesiva de líquido en el abdomen); daño cerebral; peritonitis bacteriana espontánea; sepsis (infección diseminada) o incluso cáncer de hígado.

La cirrosis no tiene curación, pues el daño hepático es irreversible, aunque su progresión es muy lenta. No existe ningún tratamiento que modifique la historia natural de la enfermedad. El tratamiento de la cirrosis ha de dirigirse a evitar o controlar las complicaciones derivadas.

Tratamiento de la cirrosis

Tal y como hemos mencionado durante el artículo, la cirrosis es una enfermedad irreversible. Pero sí podemos realizar algunos cambios en nuestro día a día para reducir el daño hepático y tener mejor calidad de vida. Todas ellas relacionadas con las causas que la provocan.

Los expertos indican que las acciones principales son: dejar de consumir alcohol; limitar el uso de fármacos; intentar evitar otras enfermedades (mucho cuidado con las hepatitis víricas, la gripe o la neumonía); y cuidar mucho la dieta (es importante tener una alimentación rica en frutas, verduras y cereales, y que no contenga excesivas proteínas.

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