¿Un palacio? ¿Un jardín? ¿Una nave espacial? ¡Todo eso y más! Y es que todas ellas son estaciones de tren de lo más popular. ¿Preparados para viajar?

Viajar en ferrocarril es dejarse recibir muchas veces por una ciudad o pueblo que luce con orgullo sus huellas históricas y sus fachadas gloriosas; una carta de bienvenida que las estaciones de tren son las primeras en dispensar, tal y como señalara en su día el poeta Jacques Réda, quien no dudó en calificar como ‘castillos de corrientes de aire’ a las dos estaciones de ferrocarril del barrio de Saint Martin, en París.

¿Cuáles son estas estaciones de tren globalmente conocidas por quitar el aliento?

La Grand Central Terminal de Nueva York, en Estados Unidos, es la estación de tren más reconocida, o casi, gracias por ser parte del inventario cineasta de Hollywood en memorables secuencias cinematográficas como ‘Con la muerte en los talones’, de Alfred Hitchcock. ¿Qué la hace especial?

Quizá sea su techo estrellado, fiel reflejo de las constelaciones estelares que se divisan desde el cielo y no desde el ya habitual punto de vista de la tierra; o puede que sea la presencia mitológica de Minerva, Hércules y Mercurio cuidando de su fachada Beaux Arts… ¿quién sabe? ¡Razones para admirarla hay muchas!

Y el hecho es que esta estación, que en 1968 estuvo a punto de desaparecer y ser sustituida por un rascacielos, por cierto, levanta olas de pasiones, atrayendo a más turistas a su hall que, al interior de sus traqueteantes vagones, aun habiendo pasado 109 años de su construcción.

Otra de las estaciones de tren más memorables es la de Colonia, en Alemania. Un puesto que más responde al canto de atracción de su vecina e imponente Catedral de la ciudad, todo hay que decirlo, que el interesante perfil de la propia fachada en sí de la estación.

Es digna de visitar, en cualquier caso. Acristalada y decimonónica, esta parada central guarda una estructura de hierro y la visión de tres arcos sobre los andenes, lo que enseguida conquista a turistas y visitantes y les hace sacar los teléfonos móviles y las cámaras de fotos, respondiendo al incontrolable picor de inmortalizar la imagen.

Por su parte, la Bombay de la India optó por hacer de su palacio gótico su estación de tren por excelencia, ganándose enseguida el aplauso de los turistas. Llamada ‘Victoria Terminal’, en honor a la reina y emperatriz india que gobernaba la ciudad en su momento de inauguración, allá por 1887, hoy en día y desde 1996 se la conoce como Chhatrapati Shivaji’,. ¿Su mejor cualidad?

Su perfil medieval europeo con claros toques del revival típico del estilo victoriano, indiscutiblemente, una imagen a cuya belleza también contribuye el toque indio que lo salpica. Incluida en la lista de sitios Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, este gigante histórico impera sobre el bullicio de la ciudad, presenciando las idas y venidas y el transcurso del tiempo.

De las iglesias en raíl a las estaciones de tren

Aire desenfadado, dos patios ajardinados, suelos de terracota y mármol travertino, paredes encaladas y una gran torre con reminiscencias de una iglesia… Hablamos, cómo no, de la Union Station de Los Ángeles, en EEUU, toda una institución en lo que a edificios de descansos de ferrocarril se refiere.

Su gran tamaño, levantado en 1939, es una ensalada de estilos, desde el colonial holandés hasta el Streamline Modern, y ha sido escenario de multitud de películas, como Pearl Harbor o Blade Runner… por mencionar unos cuantos ejemplos.

Convertida en 2007 en la cabecera de los trenes Eurostar, la estación de St. Pancras, en Londres, es, por su parte, uno de los edificios que más contribuye a la imagen turista de la ciudad. Construida en 1868, ladrillo en mano y hechuras neogóticas como identificación, este gigante es un superviviente de los bombardeos de la Segunda guerra Mundial, y tiene incluso un hotel en su interior, el flamante St. Pancras Renaissance London Hotel.

Sería un crimen cerrar esta lista de estaciones de tren de lo más interesantes sin hacer una digna mención a la madrileña estación de Atocha o a la parisina estación del Norte, o sin hablar de la estación de Porto de São Bento, en el Oporto de Portugal.

Clasificada por algunos como un verdadero cofre del tesoro, en su interior se cobijan 20.000 delicados azulejos abonados al azul y al blanco, estandartes del país vecino. Fue Jorge Colaço, la estrella más rutilante de la azulejería portuguesa, quien en 1906 puso su mente a trabajar para recubrir las paredes de esta magnífica parada de ferrocarril, presumiendo así de arribar al siglo XX a la sombra de la ciudad, pese a que el edificio no se inauguró hasta 1916.

Bautizada así en honor a la iglesia de São Bento de Ave María, hoy carne de cañón del recuerdo y una sombra distante en la que se asentaba antes este mismo solar, esta estación hace inventario de su legado y de sus momentos más icónicos, bélicos y legendarios; desde la entrada en Oporto del rey Jõao I, junto a su esposa Philippa de Lancaster, en 1387, por ejemplo, hasta la conquista de Ceuta, en 1415.

Así, los frisos de colores que dan vida y tonalidad al vestíbulo de la estación se remontan a diversos episodios nacionales, por lo que en ellos no podía faltar el guiño del transporte de ferrocarril de Portugal.

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