Gente pululando por la tarde madrileña, gris y oscura; una que ninguno esperaba para acabar el mes de mayo. Y siguiendo con el refranero popular, «cuando marzo mayea, mayo marcea«, el Wizink —Palacio de los Deportes para los del foro—, convocó a propios y a extraños. Jóvenes y mayores, gente de todas las edades; algunos disfrazados de Sabina y otros que no lo habían escuchado nunca. «Es increíble», decían unas chavalas de veinte años haciéndose los oportunos tiktoks para contar —como es habitual— esa experiencia única.

Y Sabina salió entre el grito del gentío madrileño haciendo gala de su identidad con muchas sillas en el escenario y vasos de agua; «es agua; con lo que uno ha sido», apostilló.

Y entre todos ninguno pudo quedarse sentado porque la música les devolvió a aquellos años pasados cuando todo estaba por hacer.

Tres años después de aquella fatídica caída en el mismo escenario madrileño consiguió resucitar y resucitarnos no sin antes agradecer la mano tendida de Serrat y los dedos entrelazados como nos narró al detalle; el amigo en quien se apoyó cuando todos creíamos que era su final, ese febrero de 2020.

Entre las camisas de lunares y los bombines de diversos colores, Sabina reapareció pletórico y lleno de vida. Ídolo de masas que tras su maltrecha vida sigue sorteando la misma y apostando por lo único que sabe hacer que es mover a las masas en Madrid. No quiere un amor civilizado, con escenas de sofá; no quiere que viajemos al pasado con ganas de llorar; lo que quiere, corazones tristes es que muramos por él; por el hombre del bombín de Úbeda, madrileño como todos de adopción.

Y el gentío lo hizo. Sonriendo y sonrientes; llenos de vida saltando como no podía ser de otra manera y cantando durante las tres largas horas, su banda, la mejor posible, sin mención alguna a Pancho Varona, fue la gran ausencia que no pudieron compensar los grandes músicos que ahora le acompañan. No tardó en nombrar a Leiva —que es el que hoy mueve su cotarro— y nos recordó una y otra vez que estaba con nosotros.

Inició el concierto hablando del pasado, de su accidente y de la vida; esa que pasa de repente como una película y nos recuerda que un rato antes estábamos vivos. La llamada travesía del desierto como relató; esa que yo misma cuento cuando en alguna ocasión no he visto el horizonte y solo cabía un mar de confusión.

Menciones a su exsuegra, a Jorge Drexler, a su amigo Krahe, a Víctor Manuel y a Ana Belén y a tantos otros, entre ellos a su banda, «que no es de machirulos», apostilló. Mara Barros hizo el resto cuando se retiró Sabina a sus aposentos y con su viva voz acaparó la atención del público que en un principio auguraba lo peor. Pero no sucedió. Volvió a levantar a las masas y la música iluminó el cielo gris de Madrid.

Sabina habló del desamor, del amor y de la vida, porque pasar por ésta sin ésto es como no haber vivido nunca.

Nos aconsejó vivir cien años y no vivir como él, pero supimos de repente que «una casa sin él, es una embajada.»

así que; «ojalá que volvamos a vernos».

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