Cuando el estrés da alas al envejecimiento y al riesgo de enfermedades

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Tensión y nervios, rabia o frustración. El estrés es todo eso y más, un sentimiento físico o emocional que azuza una idea, demanda, desafío o situación externa.

Episodios traumáticos, situaciones de agobio, tensión laboral, momentos de ansiedad, pensamientos de angustia, factores cotidianos de discriminación o ansiedad… todo ello invita al estrés, y con su aparición, también al envejecimiento del sistema inmunitario; una escalera de consecuencias que bien puede culminar en un aumento del riesgo de las enfermedades cardiovasculares, por ejemplo, o en el cáncer y/o en esas dolencias infecciosas de la talla del coronavirus.

El estrés abre las puertas al envejecimiento y a patologías poco halagüeñas

Un nuevo estudio publicado en la revista PNAS o ‘Proceedings of the National Academy of Sciences’, bajo el liderazgo de la Universidad del Sur de California, en Estados Unidos, cuyos resultados podrían ayudar a explicar las disparidades en la salud; o, como mínimo, esclarecer las diferencias en ese campo desde la perspectiva de la edad, incluyendo en esta apreciación al número desigual de víctimas dejadas por la pandemia de la covid-19, buscando identificar en todo caso los posibles puntos de intervención.

Y es que el sistema inmunitario suele sufrir una degradación drástica, aunque natural al envejecer; una condición llamada inmunosenescencia que se da al alcanzar una edad avanzada, en un proceso en el que el perfil inmunitario de una persona se debilita, ya que los glóbulos blancos que tiene circulando por su torrente sanguíneo están desgastados, teniendo pocos de ellos aún frescos y listos para combatir a los nuevos invasores.

En opinión de Eric Klopack, de la Facultad de Gerontología Leonard Davis de la Universidad del Sur de California, en Estados Unidos, «a medida que aumenta la población mundial de adultos mayores, es esencial comprender las disparidades en la salud relacionada con la edad». No en vano, «los cambios en el sistema inmunitario relacionados con la edad juegan un papel fundamental en el deterioro de la salud».

Según este trabajo, el envejecimiento inmunológico está tan asociado con el cáncer como con las enfermedades cardiovasculares, de la misma manera en que mantiene un vínculo de lazos con una tendencia a aumentar el riesgo de neumonía, a disminuir la eficacia de las vacunas y a favorecer el envejecimiento de los órganos.

A fin de encontrar alguna explicación a las drásticas diferencias de salud en adultos que comparten la misma edad, los investigadores analizaron si podían descubrir una conexión entre la exposición al estrés durante toda la vida, más cuando dicho sentimiento estresante es un conocido acicate de la mala salud, así como un provocador de la disminución del vigor en el sistema inmunológico.

Por ello, durante la elaboración de su trabajo, los investigadores consultaron enormes conjuntos de datos del Estudio de Salud y Jubilación de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos, comparando en su estudio longitudinal y nacional factores como el estado civil y el estado familiar, la economía y la salud, los sistemas de apoyo público y privado de los residentes en el país con más edad.

La aportación de las células T

Con todos esos datos sobre la mesa, los científicos involucrados en el trabajo calcularon la exposición a diversas formas de estrés social y, con ello, analizaron las respuestas de una muestra de 5.744 adultos mayores de 50 años, y sus reacciones frente a un cuestionario diseñado para evaluar sus experiencias con el estrés social, el estrés crónico, la discriminación en la vida cotidiana y la discriminación de por vida.

Tras ello, tomaron muestras de sangre de los participantes para analizarlas más tarde mediante una técnica de laboratorio que cuenta y clasifica las células sanguíneas, conforme estas van desfilando una por una ante la corriente estrecha de un láser.

¿Cuál es el resultado? Uno esperable: personas con perfiles inmunológicos que parecían mayores igual a personas con mayor estrés, ya que reunían en su organismo altos niveles de glóbulos blancos desgastados y bajos porcentajes de combatientes de enfermedades.

Una asociación entre los episodios estresantes de la vida y el menor número de células T que se mantuvo incluso al incluir bajo control las variantes del tabaquismo y la bebida, la raza o el origen étnico, el índice de masa corporal y la educación.

«En este estudio, después de controlar estadísticamente la mala alimentación y la falta de ejercicio, la conexión entre el estrés y el envejecimiento inmunitario acelerado no fue tan fuerte», tal y como indicó Klopack.

«Las personas que experimentan más estrés tienden a tener una dieta y hábitos de ejercicio más pobres, lo que explica en parte por qué tienen un envejecimiento inmunológico más acelerado».

Razón por la que los autores del estudio sostuvieron a través de las líneas de su artículo divulgativo que mejorar los comportamientos de dieta y ejercicio en adultos mayores puede ayudar a compensar el envejecimiento inmunológico asociado con el estrés.

Una perspectiva de decadencia en la que también influyen las células T y sus componentes vinculados a la inmunidad, ubicados en la glándula del timo que puede encontrarse justo en frente y encima del corazón.

¿Y por qué se dice que el estrés mantiene relación con esta glándula?

Puesto que el tejido del timo se va encogiendo conforme uno envejece, sencillamente, hasta que al final acaba siendo remplazado por el tejido adiposo, en un relevo que reduce la producción de células inmunitarias.

Un proceso, dicho sea de paso, que acaba acelerándose por influjo de factores del estilo de vida como la mala alimentación y la falta de ejercicio, tal y como sugirieron investigaciones anteriores, las cuales apuntaron asimismo que también están asociados con el llamado estrés social.

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