Disfagia: cuando es muy difícil tragar

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Tragar es un proceso complejo, aunque no lo parezca. La disfagia interfiere ominosamente con esta acción natural, casi un gesto automático. ¿Cómo y por qué?

Si en algo se puede distinguir a la disfagia es en la dificultad para tragar que causa en sus penitentes. ¿Quiere saber qué es, cuáles son sus síntomas y si tiene tratamiento? Siga leyendo.

¿Qué es la disfagia?

Tener disfagia implica una dificultad o imposibilidad para tragar, tal y como apuntan desde este instituto especializado en la otorrinolaringología. Líquidos o alimentos sólidos u otros productos comestibles… en esta enfermedad todos encuentran la misma reticencia del cuerpo a dejarlos resbalar por la garganta; un intento de descenso que las más de las veces suele acabar en arcadas, tos, atascamiento del alimento y la consiguiente sensación de ahogamiento.

Se trata, médicamente, de un proceso en el que la deglución se convierte en un arduo esfuerzo y una manifiesta complicación, llegado el momento de trasladar los líquidos o alimentos de la boca al estómago, requiriendo, por ende, más tiempo y esfuerzo para conseguirlo, llevando a quienes lo sufren de manera más grave a buscar ayuda profesional para poder mantener una nutrición básica.

¿Causa dolor? En ocasiones sí. Si ya es una sensación horrible experimentar un momento puntual e irregular en el que al no masticar lo suficiente o al comer muy deprisa uno puede acabar con problemas para tragar, vivir permanentemente con esta enfermedad a ras de cada bocado o sorbo no debe ser fácil de digerir, en absoluto.

Esa problemática constante de la deglución es lo que los médicos han acabado por llamar disfagia permanente, y es un fuerte motivo de preocupación porque la obstrucción puede desembocar en una interferencia con la respiración, generando ahogamiento y muerte, por lo que esta es una enfermedad grave que precisa de tratamiento profesional.

¿Se conocen las causas de la disfagia?

No siempre pueden los médicos identificar su origen, aunque la mayoría de las veces sí. Según la afección que uno presenta, la disfagia puede ser esofágica u orofaríngea.

La primera alude a una disfagia donde los alimentos se pegan o atascan en la base de la garganta o en el pecho, tras empezar a tragar, y la segunda refiere a una disfagia derivada de una o varias afecciones en concreto, donde los músculos de la garganta se ven debilitados, de modo que, aunque los alimentos logran deslizarse de la boca a la garganta, se resisten a pasar de la garganta al esófago.

Como causas más reconocibles de la disfagia esofágica destacan la acalasia, es decir, cuando el esfínter, ese músculo esofágico inferior no se relaja adecuadamente y, por tanto, no permite que lo ingerido, sea líquido o sólido, acceda al estómago, provocando así el retorno de los alimentos a la garganta.

Otra afección es la llamada espasmo difuso, la cual desata una batería de convulsiones después de tragar, llevando al esófago a soportar mucha presión y a contraerse repetidas veces a un ritmo descoordinado.

La estenosis esofágica también es otra afección que causa la disfagia esofágica, igual que la esofagitis eosinofílica, la enfermedad del reflujo gastroesofágico, la esclerodermia, la radioterapia, el anillo esofágico o estrechamiento de la parte inferior del esófago, los tumores esofágicos, e incluso cuerpos extraños atascados en la zona, como pueden ser otros alimentos.

En cuanto a las afecciones que empujan a padecer una disfagia orofaríngea, característica también por la sensación de percibir cómo los alimentos descienden por la tráquea o reptan por la nariz, lo que, por cierto, puede provocar neumonía, cabe destacar los trastornos neurológicos de la talla de la esclerosis múltiple o la distrofia muscular o la enfermedad de Párkinson.

Un daño neurológico también puede propiciar la aparición de la disfagia orofaríngea, pues al ser una lesión cerebrovascular o de la médula espinal tiende a afectar directamente a la capacidad para tragar.

El divertículo faringoesofágico o de Zenker, el cual gusta acumular partículas de alimentos en la garganta, también figura entre las causas principales de la disfagia orofaríngea, y lo mismo reza para ciertos tipos de cáncer.

¿Quiénes pueden padecer disfagia?

Cualquiera, ciertamente, en cualquier momento y a cualquier edad. Ni los niños están libres de oportunidad para conocerla, presentando una disfagia en niños más sensibles, al ser unos pacientes que no pueden advertir con palabras lo que sienten.

El rechazo a ciertos alimentos sólidos y la tensión corporal llegado el momento de la comida pueden actúan como señales de alarma en estos casos de disfagia infantil, y lo mismo hace la pérdida de peso, la tos, el vómito y una respiración que se vuelve dificultosa llegado el momento de comer.

La disfagia suele ser más frecuente en las personas mayores, empero, exigiendo un tratamiento que varía en función de las causas que han propiciado en primer lugar la aparición de la enfermedad.

Sea cual sea la afección responsable de la aparición de la disfagia, es usual ver a las personas que sufren esta enfermedad a cortar los alimentos en trozos muy pequeños antes de disponerse a comer, llegando a evitar incluso la ingesta de determinados alimentos debido, claro, a los problemas que les genera el sólo intento de tragarlos.

Ahora bien; lo que no varía tanto en la disfagia, eso sí, son las señales que presenta, síntomas asociados como la tos o el vómito o las arcadas al tragar, o la sensación de que el alimento masticado no desciende y se queda atascado en la garganta, el pecho o detrás del esternón.

A estas señales de la disfagia también se suma la voz ronca, el babeo, un repentino adelgazamiento, una frecuente acidez estomacal, la regurgitación o regreso de los alimentos o del ácido estomacal a la garganta o a la boca; amén del dolor al tragar, el llamado odinofagia; e incluso peor, directamente la imposibilidad de tragar.

La desnutrición, la pérdida de peso y la deshidratación son, por su parte, consecuencias frecuentes y directas de la disfagia, igual que la neumonía por aspiración, generada al introducir bacterias en los pulmones, y la muerte por atragantamiento, producida al atascarse la comida en la garganta y no poder salvarse después con una maniobra exitosa de supervivencia al más estilo Heimlich.

Por otra parte, existen factores de riesgo que aumentan la deglución dificultosa, como el envejecimiento natural y el desgaste del esófago que trae consigo esa fase de la vida. No obstante, el consenso general de los profesionales continúa sin considerar a la disfagia como un signo consecuente del envejecimiento, ya que son muchos los adultos mayores que no la padecen.

Diferentes trastornos y diferentes enfermedades también juegan una carta muy importante en la aparición de esta patología, siendo ciertos trastornos neurológicos o ciertas enfermedades del sistema nervioso las más propensas a plantear después una dificultad para tragar.

¿Puede prevenirse la disfagia?

Si bien los médicos admiten que esta es una enfermedad cuyas dificultades para deglutir son imposibles de prever y, por tanto, difíciles de prevenir, señalan que sí existen modos de reducir el riesgo de acabar padeciendo este problema de ingesta. ¿Cómo? Comiendo lentamente, primero, y masticando bien los alimentos, esencial.

Por supuesto, la disfagia es una patología sensible a la detección temprana y al diagnóstico precoz, pues a más rapidez de reacción, mayores posibilidades de encontrar un tratamiento que impida el reflujo gastroesofágico y, con ello, reducir el riesgo de acabar padeciendo una disfagia demasiado vinculada con una constricción esofágica.

Cualquiera de los tratamientos planteados por los especialistas, no obstante, se centran en evitar que la enfermedad empeore y, superado ese escalón, se trata de combatir directamente a la causa que ha originado la enfermedad, recopilando en el camino todas las posibles mejoras importantes que pueden aplicarse en la batalla de lograr que los síntomas cesen.

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