¿Qué es el dolor? ¿En qué se basa su poder? ¿Cómo deshacerse de él y por qué su fuerza es un látigo que castiga ya de forma crónica a tantas y tantas personas?
Cada 17 de octubre se celebra el Día Mundial contra el Dolor, un momento de conmemoración para concienciar a la población sobre la existencia y peligro y magnitud de esta dolencia; una jornada también para recordar a la sociedad que el alivio es un lujo que muchos desconocen, y, por ende, un derecho humano y universal que vale la pena fomentar.
Sin embargo, esta recordación y visibilidad no debe limitarse a una simple fecha en el calendario, sino convertirse en una labor de comprensión y sensibilización del día a día… como haremos a continuación en este artículo.
Todo lo que hay que saber sobre la esencia del dolor
«Una experiencia sensorial y emocional desagradable asociada a un daño de tejido real o potencial, o que se asemeja a él»; eso es el dolor en general, en palabras descriptivas de la Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP por sus siglas en inglés). «El dolor supone la mitad de las consultas médicas de atención primaria y su prevalencia e intensidad es mayor en mujeres y a mayor edad», advierte por su parte la Sociedad Española de Neurología (SEN).
En cualquier caso, se trata de un poder que casi el 80 por ciento de la población española ya ha admitido haber sufrido en algún momento de los últimos seis meses, mientras el 30 por ciento lo ha percibido en las últimas 48 horas.
Como todo lo que está muy extendido, el dolor cuenta con su propia variación o clasificación o categoría o tipos, siempre en función del origen y el grado y modo de afectación en que se deja notar en quien lo sufre.
Está el llamado dolor nociceptivo, por un lado, apercibido por los nociceptores, es decir, los receptores del dolor, tal y como explicó al medio ‘Maldita.es’ la doctora y anestesista María Madariaga, vocal de Comunicación de la Sociedad Española del Dolor (SED). Y también está el dolor neuropático, uno de los peores dolores conocidos, originado ante un daño de las estructuras nerviosas.
Mientras este último puede producirse ante una respuesta alterada a estímulos normales, e incluso surgir de un modo espontáneo, sin estímulo alguno que lo genere, el primero es muy influente, en cambio; tanto así que a su vez se divide en dos tipos: somático, caracterizado por ser sordo y constante, localizado en los sensores de las articulaciones, los músculos y la piel; y visceral, marcado por ser un dolor opresivo y profundo, azuzado por los sensores de las vísceras localizadas en el tórax, el abdomen y la pelvis.
«El dolor neuropático se considera como uno de los peores dolores», aseguró Madariaga, «con afectación en las esferas física, psicológica y funcional en la vida diaria de la persona en un 85% de casos». 3 millones de personas en España padecen este tipo de dolor, según estimaciones de la SED; un dato que desalienta aún más al saber que el dolor neuropático tiende a cronificarse ante su resistencia a responder a cualquier tratamiento inicial.
A las dos clasificaciones ya mencionadas ha de sumarse también el llamado dolor mixto, una aflicción que combina en una misma explosión de males tanto el dolor nociceptivo como el neuropático.
Y agregar también a la lista al dolor nociplástico, como el producido por la fibromialgia o el sentido en el abdomen al tener el colon irritable, distinguido por ser un daño producido a raíz de una sensibilización del sistema nervioso central, pero sin ninguna lesión aparente del tejido que lo justifique; de modo que el dolor que el nociplástico genera con su presencia es «un dolor continuo, real, sin saber dónde se produce la lesión», tal y como apunta la doctora Madariaga.
¿Qué es el dolor crónico?
Se habla de dolor crónico cuando esa experiencia sensorial o emocional desagradable dura más de tres meses, periodo en el que permanece ligado a un malestar emocional significativo y/o a una discapacidad funcional, incapaz de explicarse bajo la luz de otra condición, o así lo entiende y define la 11ª Edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11).
Pero el dolor crónico no muere; sólo descansa, tal y como señala la SED, un cese que no se da ni siquiera cuando desaparece la fuente original que lo desató. Más aún, «persiste en el tiempo», sostienen los expertos del SED, de modo que «afecta severamente a la esfera emocional, familiar y laboral, pudiéndose considerar una enfermedad en sí mismo».
El dolor es un conocido con el que ocho millones de personas en España, es decir, el 17% de la población, se han topado alguna vez; un viejo indeseado número uno que para el 11% de ese porcentaje, es decir, casi un millón de personas, se convierte en un invitado constante e invasor, alcanzando la categoría de dolor crónico que discapacita y que, para más inri, les ata fuertes lazos de movilidad o de funcionalidad.
Según los datos de la SED, el dolor crónico lumbar es el más frecuente entre la población española, con un 18%, sólo un paso más por delante del dolor cervical y la migraña, 16% y 11%, respectivamente. Claro que todo eso cambia si se separan los índices por sexo, porque en tal caso el dolor crónico de espalda en la lumbar es el que más aguijonea a los hombres, siendo la artrosis, en cambio, la experiencia más dolorosa entre las mujeres.
Son pacientes a los que el confinamiento domiciliario del año pasado, propiciado por la pandemia del Coronavirus, les dio una fuerte patada que vino a empeorar su situación, tal y como demostró la encuesta que la SED publicó en junio de 2020; un estudio que hizo evidente que el 60% de las personas con dolor crónico, aproximadamente, ha visto desmejorado su estado de salud desde entonces.
¿Cómo impacta el dolor en las personas?
Que el dolor impacta negativamente en quienes la sufren es una evidencia que no se puede refutar. No en vano es «una experiencia biopsicosocial», en palabras de la SED, «fruto del dolor absoluto que registra el cerebro».
La gravedad de su alcance se mide en las dimensiones y ámbitos que es capaz de rozar y dominar, tanto a nivel biológico y psicosocial, como en el campo del absentismo laboral y, por ende, desempleo público; ¿pues quién puede acudir y rendir en el trabajo cuando siente dolores constantes por el cuerpo?
«El dolor crónico afecta no sólo al que lo sufre, sino a todos aquellos que le rodean, especialmente a la familia más cercana».
El impacto del dolor es, en otras palabras, un mal que trasciende a los efectos físicos que genera consigo, afectando negativamente al entorno social, laboral y personal de quienes lo tienen por su segunda sombra, mermando de forma notable y considerable la calidad de vida de quienes lo padecen.
Retrasos en el tratamiento
A pesar de su impacto negativo, y del alto número de personas que lo padecen, al dolor le rodea un déficit de desconocimiento, con profesionales sanitarios que ignoran el modo correcto de manejarlo, enviando al desuso los mecanismos con los que tratar mejor la problemática.
Eso es, precisamente, lo que denuncia la doctora Madariaga, al insistir en que cualquier profesional de la salud tendría que recibir en algún momento de su carrera una formación básica que lo ayude a reconocer, reaccionar y actuar ante el dolor o, como mínimo, que tenga los conocimientos suficientes para paliarlo.
«El problema del dolor crónico es que no se ve y los pacientes se sienten incomprendidos. No se entiende que tu enfermedad sea el dolor», razonó.
«El paciente se siente una carga para su familia y sus cuidadores. Hay poca compresión a nivel social», lamentó, apostillando a continuación: «hay que visibilizar el dolor».
De hecho, el dolor crónico es un problema de salud grave, y así lo hizo ver en 2010 la IAPS en Montreal, durante un congreso en el que instauró el tratamiento del dolor agudo, estableciendo como un derecho humano fundamental el acceso a las herramientas que inutilicen esta experiencia sensorial desagradable, asociada a un daño tisular.
Como ejemplo de esta rápida falta de reacción está España, donde las personas que padecen dolor crónico tardan 2,2 años en ser diagnosticadas, tal y como denuncia la SED; una media que a la hora de recibir un tratamiento que disminuya el sufrimiento o acabe directamente con el problema se convierte en otro tiempo de espera extra, entre 1,6 años.
¿Existe la posibilidad de reducir las probabilidades de desarrollar dolor?
Sí, afortunadamente. Pero antes de responder a este interrogante hay que plantear otro aún más esencial: ¿cuáles son las causas del dolor?
El dolor es «una pandemia». Así lo entiende Juan Sabadell López de Arbina, experto fisioterapeuta especializado en ejercicios terapéuticos aplicados a pacientes con dolor crónico. A su entender, factores como los malos hábitos de vida, el sedentarismo, el estrés crónico e incluso el poco entrenamiento de fuerza son los causantes principales del dolor.
Por ello, López de Arbina dirige sus críticas a esas corrientes médicas centradas en plantear al dolor como un daño cuyo síntoma está asociado al tejido, lo que para él «es un profundo fracaso del sistema sanitario, pues el dolor va mucho más allá del daño tisular».
En este sentido, este mal puede convertirse en crónico cuando toma mucho más tiempo del habitual para curarse, debido a la persistencia de los impulsos dolorosos que llegaron con la lesión original.
A ello hay que añadir la evidencia de que el dolor es algo personal que cada paciente vive a su modo, aun tratándose del mismo dolor, ya que «los mensajes que el dolor envía a nuestro cerebro son interpretados de forma diferente por las distintas personas», tal y como indica la web del SED; «y porque nuestra experiencia individual en la vida diseña la forma en que experimentamos y expresamos nuestro dolor».
De todas formas, el dolor crónico se puede tratar. Esto implica que también existen formas de prevenir su aparición o, como mínimo, disminuir las posibilidades de que haga acto de presencia. La doctora Madariaga apoya esta afirmación al declarar:
«El dolor siempre es tratable. El agudo posoperatorio es en gran medida curable. El dolor crónico es mejorable parcialmente. Se pueden reducir los síntomas, aunque no es curable».
Para reducir la posibilidad de acabar desarrollando un dolor crónico, la página web de la SED recomienda mantener una dieta sana y un peso saludable, pues la obesidad es una de las enfermedades que más predisposición muestran hacia el dolor crónico.
A fin de evitar que el dolor agudo evolucione a un dolor crónico, la SED recomienda acudir a un profesional sanitario que por ser ducho en la materia pueda prescribir una medicación antiinflamatoria, como es el caso del ibuprofeno.
Trabajar y descansar en distintas posturas que le vengan bien al cuerpo tampoco está de más, igual que aplicar frío y/o calor en las zonas doloridas (si el dolor es corporal); realizar ejercicio físico con regularidad, incluso el terapéutico; hacer respiraciones profundas con las que controlar la ansiedad, evitar fumar y beber alcohol y hacer otras prácticas dañinas. Amén de recurrir a actividades agradables que ayuden a reducir el estrés, si es posible, y no dudar en buscar terapia psicológica si se cree necesario.
Y es que la labor del psicólogo en personas con dolor crónico es muy importante. Abordándolo de una manera personalizada, pone a disposición del paciente un entrenamiento riguroso donde las estrategias de afrontamiento y adaptativas se vuelven muy eficaces, tal y como explica Casandra Isabel Montoro, psicóloga.
Se trata de un programa que trata de manera especial el dolor, a través del cual se enseña a la persona afectada a convivir con su dolor, primero, y lograr una mayor calidad de vida, a partir de ahí, aun cuando no sea posible eliminar el dolor. El objetivo fundamental de esta técnica no es otra que evitar que el dolor se convierta en el centro de la vida de la persona que lo sufre.
De este modo, una terapia psicológica como la distracción cognitiva, puede ayudar perfectamente a reducir los síntomas depresivos, conformando las bases de un manejo eficaz de esta experiencia sensorial, reduciendo además en el camino el uso de medicación, de modo que el paciente tampoco se vuelva dependiente de fármacos.
«Un buen profesional en psicología se ha de convertir en el candil que ilumine el camino y sirva de esperanza para la mitigación del dolor crónico y el sufrimiento emocional», resume la psicóloga.