Presente como una falta de conexión con las personas del entorno, el aislamiento social tiende a abrirle la puerta a una soledad no deseada y a guiñarle el ojo a la demencia.
Tanto el Alzhéimer como las demencias relacionadas (ADRD, por sus siglas en inglés), constituyen una crisis de salud pública que cada vez va a mayores, con un coste global anual de más de un billón de dólares. Un ambiente que se ve enrarecido ante las pruebas, cada vez más numerosas, de que el aislamiento social guarda una estrecha relación con estas patologías, significando un mayor riesgo para padecerlo en el futuro, aun cuando todavía se desconocen los vínculos entre el estilo de vida social y otros factores de riesgo conocidos.
Demencia, esa afección que va sumando factores de riesgo para justificar su despertar
Pero una nueva investigación ha descubierto que los determinantes sociales del estilo de vida, donde naturalmente figura el aislamiento social, por supuesto, también están relacionados con factores de riesgo de neurodegeneración.
Durante la elaboración del trabajo, difundido recientemente por la revista ‘PLOS ONE’, de acceso abierto, y dirigido por Kimia Shafighi, miembro de la canadiense Universidad McGill, el equipo involucrado contó con datos de 502.506 participantes del Biobanco del Reino Unido (UKBB, por sus siglas en inglés) para estudiar, así como de 30.097 personas inscritas en el Estudio Longitudinal Canadiense sobre el Envejecimiento (CLSA).
Con una fórmula de cuestionario, ambos trabajos incluían preguntas de diversa índole de conexión social, desde la frecuencia de la interacción con otras personas hasta la soledad no deseada y el apoyo social. Al final, los investigadores hallaron un amplio abanico de asociaciones entre factores de riesgo de ADRD potencialmente modificables, revelando en el estudio que tanto la falta de apoyo como la soledad son el puente entre tales factores y el riesgo de la demencia.
Asimismo, y según este trabajo, quienes bebían alcohol en exceso y fumaban más, tenían más probabilidades de sentirse solas y de carecer de apoyo social, igual que las personas que sufrían de trastornos del sueño y no participaban con frecuencia en actividades físicas de ligeras a intensas; y demostrando así entre todos el gran influjo de todos estos factores, símbolos muy reconocidos del riesgo de la ADRD.
El CLSA o aumento de la participación regular en ejercicio físico con otras personas, por ejemplo, reveló que estaba asociado con una disminución del 20,1 y del 26,9 por ciento en las probabilidades de sentirse solo y en las de tener poco apoyo social, respectivamente.
Por su parte, los factores de salud física y mental previamente relacionados con las ADRD, grupo en el que figuran tanto las deficiencias visuales o auditivas como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes y los comportamientos neuróticos y depresivos, por supuesto, también acabaron revelando una asociación con el aislamiento social subjetivo y objetivo, aumentando asimismo las probabilidades de sentirse solo y el riesgo de carecer de apoyo social.
Cuando actuar contra el aislamiento social implica ponerle trabas a la demencia
Todos estos datos llevaron a los autores del trabajo a concluir que el aislamiento social podría ser un objetivo prometedor para la acción clínica preventiva y las intervenciones políticas, especialmente porque permite modificarse más fácilmente que los factores de salud subyacentes y de los factores de riesgo genéticos.
«Dado el impacto incierto de las medidas de distanciamiento social impuestas por COVID-19, nuestros hallazgos subrayan la importancia de investigar el efecto multiescala del aislamiento social, para informar las intervenciones de salud pública para la ADRD».