Pepe Rodríguez Hervella para Prensa Social

Es cierto. Hay veces en las que parecen alinearse los planetas y te pillan justo en medio, para que disfrutes y a ver quien te quita lo bailao. O que la vida se suelta el pelo y te invita a salir con ella a escena. O que uno le da gracias a El De Arriba por haberte permitido rozar el paraíso en esta tierra. Hay ocasiones, como esta que les cuento, en las que la realidad supera a la ficción por goleada, asombrándote del potencial de superación que guarda cada ser en el hondón del alma.

Uno era un universitario cuando conocí al Camarón de la Isla.

Iba a coger el autobús en San Fernando para ir a Chiclana y en la misma marquesina de la parada estaba él. 

Gitano de verde luna, guitarra al hombro, facciones marcadas, melena caracoleada y moreno cual salinero de Puerto Real.

Supe quien era cuando, al acceder ambos al bus, una señora se abalanzó sobre él diciéndole que lo adoraba, y que sabía que su cante provenía de la divinidad, y que la hacía muy feliz el hecho de compartir un viaje con semejante artista, y que le pedía por favor que pusiera las manos sobre su hijo, porque estaba segura que así se acabaría la parálisis que tenía. Era un niño en una silla de ruedas, con brazos y piernas contraídos y que no podía hablar.

José Monge Cruz, alias El Camarón, nunca llevaba bien las sinceras muestras de afecto de la gente. Su corazón humilde le hacía incluso avergonzarse. Y sencillamente le respondió:

  • Muchas gracias zeñora, pero na más soy un cantaor flamenco. Y créame que su chiquillo no va a andar aunque le ponga mis manos en lo alto. Vaya usté al hospital de Cádiz, donde hay muy güenos médicos que también son hijos de Dios.
  • Pues le ruego que le cante a mi niño. Se llama como usted, José. Y le admira. Todos los días escucha sus cantes.

El Camarón se dirige al conductor.

  • Jefe, ¿aquí está permitío el cante?
  • Maestro Camarón, usted puede cantar donde quiera. Todos nos sentimos honrados de que lo haga aquí.

Mientras desenfunda la guitarra le dice a la mujer:

  • Hagusté el favó de arrimar a Ozé aquí a mi vera.

El chiquillo balbucea y ríe y ríe, con movimientos torpes y espásticos. Está junto al gran Camarón.

  • ¡Amos allá Ozé, que va por ti, por la mare tan güena que te parió, por el conductó y por el que quiera ser feliz!

El Camarón se arranca …

  • Era una noche de invierno que llovía a chaparrones, mi pare Luis me decía ¡Ay Joselito, dame frijoles!, la fragua estaba encendía, mi mare Juana cantaba …

Canta el Camarón en un autobús de línea, entregándose sin límites, como si se hallara en la Venta de Vargas o en el mismísimo teatro Falla.

  • ¡Ay José! Yo te canto Camarón, te canto pa que tú cantes y me alegres el corazón  …

Siempre había pasado olímpicamente de este tipo de cantaores consagrados al flamenco. Por aquel entonces yo solo oía música en inglés que me enrollaba, de la que no entendía ni papa pero que transmitía un ritmo pegadizo y molón, que te evadía de pensar demasiado.

Pero el Camarón me deja con las patitas colgando. Con pasión, sin pausa ni tregua nos bendice con su cante en aquella tartana de autobús, haciéndonos partícipes de la melodía que le brota del alma y de la sangre, con un torrente de voz limpia, honesta, inocente …

  • Enamorao de la vida aunque a veces duela, si siento frío prendo candela, volando voy, volando vengo, por el camino yo me entretengo …

Inundándolo todo de magia zíngara y de asombro brujo hacia la vida. Haciéndote sentir que tú tienes que estar ahí, precisamente ahí, en un bus que bota en cada bache, junto a una pareja de guiris rubios como el oro y con gorras de New York City, tan alucinados y tan felices como Ozé, como su madre, como el conductor, como el público de todo pelaje y como un servidor, que redoblamos malamente las palmas y disfrutamos como cochinos en charca.  

  • Soy de una raza tan humilde y tan grande que de sus penas hacen rayos de Sol.

Se entrega por bulerías, y por fandangos, y por alegrías de Cádiz, y por lo que la gente le pide. Un monstruo. Fusionando sus cantes de siempre con un rock de tablao y arte que arranca a los trastes de la guitarra.

  • El sueño va sobre el tiempo flotando como un velero, nadie puede abrir semillas en el corazón del tiempo …

Mientras canta «La leyenda del tiempo» alguien ya ha compartido su garrafón de manzanilla de Sanlúcar. Entre  palmas, cante y copas uno piensa en los seres a los que quiere y se adentra en la melodía de cada uno de ellos. Y esas melodías te hace comprender la música que brota de las entrañas de todo ser humano y tu propia música.

Quizás me sucede entonces. Encandilado con el talento que nos regala observo el marcado rostro del hombre, tallado por la dureza de su vida, igual que la erosión del viento y la salitre esculpen las rocas de la playa de Camposoto. 

Y me parece ver detrás de sus pupilas, en el hondón de sus ojos y como queriendo disimularla con su larga melena rizada y sus patillas de hacha, una tristeza insondable y veraz. La tristeza de quien durante toda la vida ha ido persiguiendo sus lentejas de una en una, para comer caliente ese día y para tratar de hacer lo mismo al siguiente.

Lo veo de niño. Con apenas cinco años ha quedado huérfano de padre. Son ocho hermanos y doña Juana, su madre, a duras penas puede sacar adelante a su familia. 

El Camarón se echa al cante como quien se echa al monte. No puede seguir en el colegio si falta un guiso de puchero en casa.

¿De veras se imaginan ustedes a uno de sus hijos, con un puñado de abriles y con el hambre del perro de un ciego, cantando por las ventas de San Fernando, aceptando las monedas que tengan a bien echarle en la lata que pone en el suelo?

  • el que come el pan por manita ajena, siempre mirando a la cara, si la ponen mala o güena …   

Surco con la imaginación la bandera gitana que el Camarón luce con orgullo en su chaqueta. 

Tal como en el emblema de La India, la patria originaria del pueblo romaní, una rueda simboliza su deseo de transitar para encontrarse con la humanidad más allá de las fronteras. La franja superior azul representa el cielo, el techo del hogar de una nación nómada. Y la franja inferior verde es la madre tierra, la que pisan sus carromatos y que es testiga en cada quiebro del camino de los que nacen, de los que mueren y de la lucha por la libertad de todos ellos.

  • Limpiaba el agua del río como la estrella de la mañana, limpiaba el cariño mío al manantial de tu fuente clara ¡Ay, como el agua! …

La tristeza del Camarón es un quejío milenario. Arrastrando el lamento de sus ancestros que accedieron a la soñada España en el siglo XV, y que sufrieron tantísimas veces el recelo de las autoridades.

  • No dudes de la nobleza que puede tener un gitano, porque tiene corazón como cualquier ser humano, por no decirte mejor.

Su tristeza esconde el jondo penar de millares de sus primos de Hungría, de Polonia o de Croacia, exterminados junto a judíos y eslavos por el sueño de superioridad de la raza aria de Hitler.

  • Soy como el pájaro triste que de rama en rama va, cantando su sufrimiento porque no sabe llorar.

La tristeza del Camarón. El gemido lastimero de hoy de tantísimos calós, condicionados por una herencia cultural que lastra su inserción en la sociedad.

  • La ilusión de la vida, mi alma, es un momento, que si no se aprovecha es sufrimiento, y que yo quiero vivirla siempre contento.

El autobús llega a Chiclana. Todos aplaudimos puestos en pie, incluso el conductor. Y los guiris se hacen mil fotos con Camarón, diciéndole lo que todos pensamos:

  • Nosotros muy felices de escuchar a usted maestro de música española. Thank you por cantar desde corazón para el pueblo.

Se dirige a mí y me pregunta:

  • Muchacho, ¿sabusté donde puedo encontrar a mi primo, el cantaor Rancapino?
  • Estará en las Bodegas Sanatorio, donde se reúnen los artistas. Voy en aquella dirección.

Mientras le acompaño el Camarón se transforma en un besamanos a los ojos de la gente. Lo abrazan y lo besan mientras el tiempo se para con aquel alquimista romaní, que firma tímidamente autógrafos, muerto de vergüenza.

Me despido deseándole la suerte que se merece, respondiéndome él como lo que es: un maestro espiritual, un artista del cielo. 

  • Mucha suerte a usté también, muchacho. Confíe siempre en Nuestro Señó.

En una palabra: Camarón. Auténtico y sencillo. La voz del pueblo. 

Antes de un concierto hay otros cantantes de otras músicas que exigen chorradas de extravagancia para hacerse pasar como dioses ante un público alelado, pidiendo pernoctar en el mejor hotel y con mil ositos de peluche.

Pero el Camarón disfrutaba en cualquier pensión, poniendo en su mesilla una estampa de su Virgen del Carmen.

Cuentan que cuando los Rolling Stones vinieron a una actuación en Madrid, el endiosado Mick Jagger, demacrado y falso como amor de suegra, llamó al representante del Camarón para que este cogiera el primer tren y fuera a cantarles a él y su banda de capitalistas, y que le largaría una pasta gansa. Una pasta grandísima. Se forraría de dinero en un par de horas.

El manager corrió en su busca, encontrándolo ya de noche, cantando en su barrio alrededor de una hoguera.           

El duende del flamenco sopla cuando, donde y como quiere. En un autobús a Chiclana o en el cumpleaños hoy de la abuela junto a una candela.

Su guitarra y su talento no se prostituyen ante unos guiris catetos, con sus trepidantes músicas de vértigo y de droga dura en vez de compasión flamenca que sabe ponerse en el pellejo del necesitado.

  • No me insistas más, compadre. Ya pueden darme mi peso en oro que no voy a ir a la fiesta de esos payos anglozajone. ¿Tú crees que esos gachés saben de flamenco ni ?

Genio y figura. Dignidad frente a prepotencia. Camarón.

Estoy ahora en el Museo del Camarón de la Isla que recientemente se abrió en San Fernando.

El alma me ha pedido visitarlo porque uno también alberga sus propios quejíos lastimeros. Tus dramas internos que te acompañan desde niño. 

Pero recuperaré esos jirones de un tiempo de leyenda que compartí con el Camarón, para embriagarme de nuevo con el recuerdo de un viaje en el que fui el hombre más feliz del mundo. Lo he decidido. Seguiré el camino aprendiendo de la cadencia compasiva de la rueda de un carromato gitano y del espíritu del Camarón.

De su ancestral sabiduría. La que plasmó a modo de testamento espiritual poco antes de morir de cáncer en un hospital de Badalona. 

Me sobrecoge su escrito. Lo transcribo literalmente, incluyendo las bellísimas faltas de ortografía de un niño que no fue al colegio para ayudar a sus hermanos:  

«Jovenes y mayores darse cuenta que estamo viviendo una vida mundiana que no merese la pena vivir. Porque es mui bonita la vida y tu ties que fortaleserte y tener clonpeta fe en Dios y ustede mismo. Con simpatia y cariño de este que lla es LIBRE. CAMARON»

Reverberan en mi mente, como los acordes de sus cantes, las palabras finales junto a su firma: De este que ya es libre. Camarón.

Pepe Rodríguez Hervella es escritor.

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