Familias de acogida, expandiendo el amor a la discapacidad

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Hablar de familia de acogida es aludir a la empatía, a la sociabilidad, a la atención por los desfavorecidos y el crecimiento propio en solidaridad.

Criar, educar, proteger, amar, cuidar. Ser padre es una de las decisiones más cruciales que puede uno llegar a tomar; pero darle a un niño afecto y cuidados y un acompañamiento significativo en su vida, en calidad de familia de acogida, es un acto de altruismo y generosidad como pocos; y cuando se trata de un menor con necesidades especiales, una personita con discapacidad, el detalle de compartir tiempo, días y momentos se convierte en todo un regalo y crecimiento, para ambas partes, además. Y si no, que se lo pregunten a Rocío, de Elche, en la Comunidad Valenciana, miembro de la alicantina Asociación Gaia, entidad difusora del acogimiento familiar.

Familias de acogida: conviviendo con la discapacidad

Escasos pero muy necesarios; exigente pero satisfactorio; difícil pero adaptable. El acogimiento de los niños con discapacidad por parte de familias de acogida que se ofrecen voluntariamente a ello es un ejercicio social que pocos se atreven a practicar, y que implica brindar un seno y un hogar a niños que, debido a diversas circunstancias, tienen dificultades extra para integrarse en una familia.

Generosidad, compartir, acoger. Así puede definirse los pilares de la experiencia de acogimiento de Rocío y su familia y su recibimiento a un menor cuyo nombre continuará en el anonimato (por cuestiones legales) pero cuya presencia en sus vidas es tan significativa, fuerte y grata que ni todas las palabras del diccionario juntas le harían justicia.

Esta es la historia, su historia; la de un niño que planteaba retos y representaba abandono, por un lado, y la de una familia de acogida a la que no le tembló la voluntad ante las dificultades y cambios drásticos que su llegada trajo consigo, si bien ahora sí se les estremece el pecho de contento y arrobo y alivio cada vez que lo miran y constatan todo lo que ha avanzado y conseguido durante estos años de andanza mutua.

«Es muy guapo, simpático, y divertido y muy sonriente y sociable», nos confiesa Rocío en una extensa entrevista donde el amor hacia su pequeño empapa su voz con cada mención, frase y palabra dedicada.

«Sí, es más infantil, pero te saluda y te habla», nos detalla acerca del carácter del menor con TEA con el que ella y su marido y el resto de sus hijos conviven actualmente. «Le gusta mucho la tranquilidad y jugar siempre a lo mismo».

Y es que Rocío y su marido tienen cinco hijos biológicos, más otros tres que en estos momentos conviven con ellos en calidad de acogimiento. En total son cuatro que ya viven fuera de casa, y otros cuatro que aún están en el seno. ¿Quién dijo que el amor tenía un número máximo de hijos? Aún más interesante es saber que el niño con discapacidad intelectual que tienen ahora es el segundo menor más peque de la casa, habiendo únicamente otro chiquitín más joven que él.

Ciertamente bajo su techo han tenido de todo. Desde bebés hasta niños muy pequeños, pasando por dos hermanos y un primer contacto con la discapacidad intelectual que desafortunadamente no funcionó. Y cuantos más niños acogían, más ganas tenían de repetir la experiencia.

Tanto, que hasta ahora han acogido en total a nueve menores en casi cinco años desde que se embarcaron en esta travesía social. Un acogimiento del que incluso dan charlas, y que han tenido tanto en calidad de verano como en respiro, pasando por acogimiento temporal y permanente.

¿Pero qué ofrece una familia de acogida?

Tal es la pregunta que cabría primero esclarecer. ¿Cuál es la característica que diferencia a una familia de acogida con otros núcleos familiares?

Ya nazcan en Asia, en África o en Europa, no importa; la Convención sobre los Derechos del Niño no ha hecho más que reivindicar y reiterar en cada una de sus actividades y eventos que todos los niños tienen derecho ya no a aspirar, sino a poder criarse en un entorno donde el afecto y la seguridad moral y material sean las vigas, techo y paredes de un hogar.

Bajo el mandato de este derecho, permanecer ligado a un adulto de confianza, cuya figura sea ejemplo y referencia y apego seguro, es una necesidad básica para cualquier persona en su sensible periodo vulnerable de crecimiento y desarrollo, y así lo suscribe el propio Convenio antes mencionado. El problema aparece cuando algunos menores se topan con más dificultades que otros de su misma edad y menoría en poder crecer en familia.

Son los llamados ‘hard to place children’ o ‘niños difíciles de colocar’, según Kadushin, quien en 1962 acuñó el término para aludir a menores sin familia de origen óptima, y cuyas circunstancias específicas dificultan hallar otra familia que les dé adopción o acogida. Es el caso de aquellos niños o adolescentes que tienen relevantes problemas de salud, presentan conductas complicadas o sobrellevan alguna discapacidad, como el trastorno del Espectro Autista del niño de acogida de Rocío.

No, el acogimiento a menores con este perfil no es una opción que todas las familias de acogida se ven capaces de asumir y realizar con éxito. Ana Berástegui señaló en su artículo del 2012 ‘Adopciones especiales: ¿niños especiales para familias especiales?’ que el hecho de que el menor requiera de necesidades diferentes no implica que el acogimiento acabe siendo un fracaso.

A su entender, lo irresponsable de este acto reside en promover tanto la adopción como el acogimiento familiar cuando las autoridades acostumbran a no brindar una previa formación y clarificación de expectativas, teniendo, por tanto, que valorar caso por caso a fin de encontrar la familia más idónea para el menor.

En otras palabras: si bien hay mucha gente que se anima a embarcarse en la travesía del acogimiento, no pocos de ellos temen que les toquen niños con discapacidad. Pero Rocío lo explica con mayor sencillez y claridad:

«Para que te toque una persona con discapacidad tienes que estar abierto previamente a acoger».

¿Significa esto que toda familia de acogida, por el simple hecho de participar en este programa social, está abierta a recibir a menores con necesidades especiales? No.

«Tú cuando te apuntas a la acogida lo matizas; matizas que puedes ayudar a alguien con discapacidad o con necesidades especiales, matizas si te da igual el tipo de discapacidad que sea, si es psíquica, física… etc. Puedes estar abierto a un abanico grande de posibilidades, y cuanto más grande tengas el abanico, mejor».

Pero nosotros nos preguntamos: ¿qué pasaría si hubiese más personas preparadas? Seguro que el índice de adopción y acogimiento a estos menores sería mucho, muchísimo mayor. Al plantearle el mismo interrogatorio, sobre la discapacidad y su imagen como factor que atemoriza a quienes hacen acogimiento de menores, la respuesta de Rocío es bastante breve y contundente y realista: «sí».

Y es que «no hay muchas familias de acogida que se atrevan a acoger a niños con necesidades especiales. Para quitarles el miedo y animarlos a que lo prueben, Rocío les diría que vale la pena. «Al final, el cariño y la atención… todo eso que da una familia… no lo da un centro». Tanto así que tu vida puede cambiar».

Por ello, los beneficios del acogimiento familiar a un menor con discapacidad quedan de manifiesto al evidenciarse los puntos flacos de residir continuamente en un centro de acogida. Para Berástegui y Gómez Bengoechea y su estudio del 2009 ‘El derecho del niño a vivir en familia’, «estos niños y niñas experimentan largos períodos de institucionalización, ya que en muchos casos no llegan a ser adoptados ni acogidos, y en otros lo son tras una espera de años».

Ni héroes ni víctimas: las familias de acogida son como cualquier otra

Rocío es una veterana de la acogida. Y no sólo eso; también es una entendida de la acogida con discapacidad intelectual, pues él no es el primer niño con necesidades especiales mentales al que ella y su marido han acogido desde el inicio de sus andanzas, apostando siempre por la acogida de niños con necesidades especiales.

«Cuando entran por la puerta de casa hay que pensar que tienes un hijo», ese es el secreto de Rocío y su marido y su talante hacia su papel de familia de acogida. «¿Y qué harías con ese hijo? Pues “todo”. Y todo, precisamente, es lo que hay que hacer por ellos, igualmente».

De hecho, actualmente suelen recibir a un joven de 19 años con discapacidad intelectual en calidad de respiro, hospedándole de cuando en cuando y en periodos de fines de semana.

«Lo conocimos de casualidad en un centro cuando acogíamos a otra persona, y nos enamoramos de él; estaba a punto de cumplir los 18 y enseguida pasó a un centro de mayores. Han Pasado tres o cuatro años desde entonces, pero seguimos en contacto con él, hablando, viéndole, trayéndole a casa y comiendo con él…».

Pero una de sus mayores fuentes de alegría ahora mismo es Su pequeño con TEA, tal y como ella misma admite. Cuenta con once años de vida, es más menudo de su edad, y tiene una discapacidad intelectual por TEA del 33 por ciento.

«Llevamos tres años con él y el cambio se nota muchísimo. Casi no hablaba bien, babeaba constantemente… y hoy en día ha salido de un aula especial a un aula ordinaria».

Grado de discapacidad: la importancia de un diagnóstico precoz

El retraso de algunos diagnósticos y concesiones del grado de discapacidad queda patente cuando Rocío nos confiesa que en el momento en que el pequeño entró en su acogida, todavía los psicólogos y educadores y otros especialistas seguían indecisos sobre su particular situación.

«Tenía siete años, y aún no le habían diagnosticado la discapacidad intelectual», lamenta. «Se hablaba de TEA, pero también de muchos otros trastornos». Para entender los efectos colaterales de esta indecisión, cabe matizar que, a mayor diagnóstico precoz, mayor reacción para solicitar las ayudas precisas.

Y es que con una discapacidad reconocida no sólo se consiguen ayudas, sino también becas para que puedan tratarlos. Un tratamiento profesional que, en su caso, fue crucial para el progreso y cambio positivo del pequeño.

«Nosotros le cambiamos de gabinete, buscamos un logopeda porque casi no hablaba; y mediante Consellería conseguimos finalmente la discapacidad, que no la tenía hecha». ¿Cómo están ahora? Estupendamente. «Con él hemos descubierto los pictogramas», afirma en alusión a un recurso muy útil para la educación de quienes tienen discapacidad intelectual; «tenemos la casa llena de ellos, porque no sabía leer ni cantar o inflar un globo. No comía carne porque no podía ni morder».

El Observatorio de la Infancia, en su Informe del 2020 Niños que esperan, afirma que existen muchas consecuencias negativas de vivir demasiado tiempo en un centro de acogida en vez de en una familia, empezando porque la mitad de los niños acaban recibiendo tratamiento psicológico o psiquiátrico. El texto del informe antes citado indica que otros niños huérfanos del calor de un hogar y residentes de algún centro de acogida presentan problemas de déficit de atención con hiperactividad, mientras una quinta parte tiende a presentar retraso madurativo.

Además, un 13 por ciento precisa tratamiento logopédico, un 18 por ciento suele repetir de algún curso escolar, y uno de cada tres exterioriza requerir necesidades educativas especiales. Por todas estas características, los niños se topan con mayores dificultades para ser adoptados o siquiera encontrar una familia de acogida.

Una situación crítica que se agrava conforme ellos acumulan más tiempo de estancia en un centro residencial. La experiencia de Rocío concuerda con estos datos.

«Estos niños normalmente tienen un historial médico que revisar con el pediatra, al que tienes que acudir, pues conforme vas avanzando tienes que saber más», nos ilustra. «A la consulta del pediatra se une también la de psiquiatría y demás. Es un largo recorrido que a veces los niños, cuando están en los centros, o no lo han empezado, porque son muy pequeños, o no se sabe bien dónde están; y cuando llegan a las familias de acogida lo que hacemos es empezar un nuevo camino, sobre todo de diagnóstico. A partir de ahí ya sabes qué puedes hacer… dónde le puedes llevar».

Para ella, la máxima prueba del bienestar aportado por una familia de acogida lo ve a diario en el progreso de su pequeño con TEA y otras discapacidades intelectuales, convencida de que en un centro hubiese languidecido aún más, y nunca se hubiera llegado a desarrollar y desenvolver tan progresivamente, ni alcanzado el nivel de autonomía que tiene actualmente.

«Y no lo digo sólo por quienes tienen discapacidad», mantiene. «Hablo de todos; de todos esos pequeños que llegan con un montón de miedos y traumas en la mochila, problemas que en algunos son visibles y en otros no. Al final sólo tienes que sacarlos de allí e incorporarlos a tu familia y empezar a ver qué ocurre y qué les pasa, ya que a todos les pasa algo, pues no han vivido una infancia normal».

Una infancia que, por su irregularidad, les impide ser adolescentes y adultos normales. Para Rocío, «que se vayan de tu casa con un montón de cosas aprendidas ya hace que acoger merezca la pena». ¿Y por qué? Porque les estás dando una base a partir de la cual moverse en la sociedad, independientemente de la cantidad de tiempo del que uno tenga el privilegio de disfrutar junto a ellos.

¿Qué motiva a una familia a pasar a ser familia de acogida?

En el caso de Rocío y su marido, fueron las heridas de infancia de ella lo que acabó por empujarles e inspirarles, según nos cuenta.

«Esa protección que debemos tener todos yo no la tuve. Posiblemente yo debería haber sido una niña de acogida, pero nadie se dio cuenta», nos admite con un tono desenfadado. «Mi marido ya era voluntario de un montón de cosas, y me arrastró. Sólo que necesitábamos hacer un voluntariado que fuera algo más cercano, algo que nos permitiese arreglar la vida de alguien».

A la caza de ese cometido tocaron todos los palos posibles: echando una mano con los animales, con las personas con cáncer, haciéndose voluntarios de centros con personas con discapacidad… hasta que, en un momento dado, una compañera de trabajo de Rocío dio a su hijo en tutela a la Consellería de la Comunitat valenciana, algo que, a ella, personalmente, le impactó muchísimo.

«Conocimos a la asociación Gaia, pasamos un fin de semana con ellos en convivencia… «y de ahí salimos como motos. Además, teníamos claro que queríamos a grupos de hermanos y/o con discapacidad».

La noticia de su plan de incorporarse a la lista de familias de acogida de la Comunidad de Valencia fue recibida con cajas templadas por parte de los hijos consanguíneos que ya tenían.

«A nuestros hijos biológicos les planteamos que aparte de ser sus padres, éramos personas individuales, por lo que podíamos tomar decisiones sin contar con ellos, porque ellos ya lo hacían».

Fue así como les hicieron entender que la decisión estaba tomada, independientemente de su aceptación, y que ya habían decidido ser familia de acogida; dejando claro que si ellos no querían participar en el proyecto estaban en todo su derecho, aconsejaron que cuando fueran mayores no fueran familia de acogida».

«Si tú no quieres interactuar con un niño que va a venir a casa con nosotros… no pasa nada, no interactúes». Unas condiciones a las que los jóvenes, tal vez por ser eso, jóvenes, respondieron tratando de hacerse los fuertes. «No pensarás, mamá, que somos una ONG, verdad», le dijeron. ¿Y qué pasó al final? Que morían y mueren por ellos. «Nos lo pusieron fácil, al final», contesta Rocío, no sin orgullo.

«La acogida es el mejor legado que nosotros podemos dejar a nuestros hijos», sostiene. «Ayudar siempre al que pase por tu lado. Y aunque ahora no lo entiendan, valores y principios como estos harán que todo lo demás les venga en el futuro, ya de mayores».

Familia de acogida: de un contacto tibio a una adicción candente

En cuanto a su primera experiencia, vivida al recibir al primero de los niños en acogida que tuvieron, Rocío nos cuenta que, de hecho, les llegaron tres niños de golpe durante un verano.

«Eran niños muy pequeños y al principio fue brutal». Aquí hace una pausa para incidir en que tenían 2 y 4 y 6 años, llegaban de otros sitios, eran de otras formas, con muchos problemas de conducta… «Al mes y medio o así empezó la conexión. Y cuando se fueron fue muy impactante».

Una primera prueba que, a pesar de la dificultad, tanto a ella como a su marido les gustó mucho, recordando el acogimiento con mucho cariño. Ahora, con su pequeño gran gigante en casa, admite que su vida y la de los suyos ha cambiado, y para mejor. Después de todo, han sido años de hilar emociones, de hacerse expertos en TEA, de tener la discapacidad intelectual en casa en el día a día y no rozarla únicamente.

«Cuando entran en casa ahí empieza la aventura», nos asevera con una voz preñada de una ilusión que no parece haber disminuido ni un ápice en todos estos años. «Y las familias de acogida somos muy potentes para ese tipo de aventuras, porque empezamos a buscar y buscar y buscar hasta ir más allá».

Porque si bien es cierto que en caso de su Tesoro Había un montón de cosas que no sabía hacer, ahora ya las sabe. Y todo gracias a la ayuda, y al ambiente y a la orientación psicológica y la participación de la familia; una familia que supo decirle no, por ahí no, y mantenerse afable pero firme.

«Era decirle tú sabes hacerlo y lo haces… confiar en él», en suma, y darle la paciencia y espacio necesario para que encontrase su propio ritmo. «Era decirle: y ahora vas a hacer la cama; te vas a atar los cordones… animarle a intentarlo… y al final todo eso sale a flote… tanto así que mucha gente cuando lo ve no se cree que tiene discapacidad intelectual, porque físicamente no lo parece».

La peculiaridad de la acogida es que nadie sabe nada, y en realidad no se puede determinar cuánto tiempo, exactamente, permanecerá el niño en la familia.

«Cuando haces un acogimiento permanente, como en nuestro caso, quiere decir que no hay un retorno rápido con sus padres ni a corto ni a largo plazo. Pero eso no quiere decir que su situación no se revierta; y que en algún momento sus padres o alguien de su familia no pueda volver a recuperarlos». ¿Qué hacer en ese caso de retorno? Inquirimos. «Lo único que las familias de acogida tenemos que hacer en esos casos es dejarlos ir, con todo el dolor de tu corazón. Y prepararlos; preparar a la familia, si nos dejan, y prepararnos nosotros mismos».

Una preparación que, tal y como nos cuenta Rocío, debe ejercerse también en el caso contrario, cuando resulta que al final sí se quedan en el hogar de acogida.

«Si se queda, tendremos a una persona que siempre va a necesitar ayuda durante toda su vida». De todo ello se deduce, por ende, «que tanto si se va como si se queda, te tienes que preparar para saber afrontar una situación que a lo mejor tú no habías planeado». En ese sentido, dice Rocío, «lo único que hacemos es tratarlos como a un hijo más».

También influye el hecho de que un alto porcentaje de niños de acogida tienen visitas mensuales o semanales o quincenales con sus familias biológicas, tal y como nos confirma Rocío. Y la puntualidad de tales encuentros lo dicta Consellería.

«Es difícil conseguir que se sitúen, y en el caso de los niños con discapacidad es un esfuerzo aún mayor. Pero como en todo este tiempo ellos siguen viendo a los suyos y manteniendo relación con sus padres, las visitas les hacen bien. Mi niño sabe que tiene dos padres y dos madres, y así lo hemos trabajado con el gabinete de psicólogos; él está aquí, y está aquí bien, y su cabeza no puede plantearse otra cosa. Tiene la vista con sus padres cuando toca, y al mismo tiempo vive con su otro padre y madre, y lo explica así en el colegio».

¿Y cómo es la convivencia con los otros jóvenes de la familia?

Sobre el entendimiento del menor con los otros hermanos, Rocío nos relata que todos le adoran mucho, si bien es cierto que, con el menor, el de tres años, la relación es a veces complicada, ya que cada uno vive otra realidad, como cuando llega y le quiere quitar el juguete, y entonces él se pone muy nervioso.

«Lo que hacemos es pactar tiempos y espacios y actividades», nos expone Rocío. «Decirles que ahora un ratito uno en salón y el otro se queda jugando; también es bueno dar paseos».

En cuanto a la adaptación del pequeño al confinamiento familiar por Coronavirus que el país vivió el pasado 2020, Rocío asegura que él lo vivió fatal. No tanto por no salir de casa, sino por el momento de volver al exterior, una vez se levantó el encierro domiciliario.

«Pasó de oh, qué bien se vive aquí en casa, a tener que empezar a salir muy progresivamente; lo hicimos con la ayuda de la psicóloga, y aun así fue fatal; entró en pánico, y tuvo un montón de crisis y nervios. Fue un proceso complicado». Entendible, si se tiene en cuenta que los niños con Trastorno del espectro autista se sienten mejor en casa que en la calle, con sus pizarras y juguetes y tables y demás.

«Para él, el confinamiento fue como regalarle de repente la vida que quería, el no hacer nada y no ir a clase, por lo que volver a salir le costó un montón».

Si bien cada TEA es un mundo, con una plasticidad mental de adaptación muy individual, todos comparten la dificultad de adaptarse a los cambios, por lo que suelen necesitar un horario, una guía que les permita saber qué van a hacer a continuación.

«Hacíamos yoga, y terapia online con el logopeda y la psicóloga, y pintábamos, y salía al balcón a aplaudir», nos cuenta Rocío. En cambio, «para lavarse la mano no tuvo ningún problema; se las lavaba continuamente, veinte veces al día o más».

Las dificultades también surgieron a nivel escolar.

«No podía llevar la mascarilla. Al babear, la mascarilla se le pegaba y se ahogaba». Gracias a la ayuda de la psiquiatra, que le puso en una entrelínea, donde matizó que no era aconsejable que llevara mascarilla, fue posible que permitieran que no lo usara. «El Covid podía o no matarle, pero el ahogamiento con la mascarilla, seguro», y se trataba de evitar eso, obviamente. Para Rocío, este aspecto era muy clave e importante.

«Ya tiene una vida bastante difícil, como para encima ir a fastidiársela un poco más; no quiero maltratarle más de lo que la vida ya lo ha hecho».

Aun así, el no llevar puesta la mascarilla les ha acarreado además problemas en otras partes, como en el autobús, donde tienen que subir con la resolución del psiquiatra a cuestas junto a su carnet de discapacidad. Y a pesar de ello, «han llegado incluso a no dejarle subir al autobús».

Familia de acogida: una eterna olvidada

Es un hecho que las familias de acogida son, las más de las veces, las más olvidadas.

«Como es un esfuerzo voluntario», razona Rocío, «parece que como lo has elegido tú no te puedes quejar». Quejas o no, Rocío reitera que es un sendero que volvería a tomar y recorrer mil veces más, aun conociendo ya las piedras con las que iba a toparse en el camino.

«Cada niño es un mundo, y cada familia es una circunstancia», hizo ver. «Nosotros intentamos que sea lo más funcional posible, aunque somos conscientes de que siempre va a necesitar ayuda. Alguien que le ayude a ir al banco, a manejar el dinero, a recordarle que debe lavarse la cara y que no puede juntar un pantalón verde con otro blanco para el tema de la lavadora».

El acogimiento es, en suma, darle herramientas por las que, si un día uno desaparece no se queden colgados, aun cuando haya desaparecido esa sombra confortable en la que se refugiaban.

«Cuando se hacen más mayores, lo que hacemos las familias de acogida es intentar llevarlos a la protección máxima; no sólo evidentemente porque es un mundo tutelado, sino también en nuestro entorno».

¿Sobreprotección? No; validez en otras áreas y campos y de un modo menos convencional.

La respuesta de Rocío y su marido y el resto de la familia a tal dilema ha sido darle lo mismo que a otros niños, que, a sus hermanos, pero en un formato acorde a su TEA y demás trastornos. Le apuntaron en un club donde hace atletismo y baloncesto con otros niños con discapacidad intelectual, y prueba del acierto de esta táctica es que lleva ahí un mes.

«Le gusta y le encanta y se encuentra súper bien. Tienen discapacidad intelectual, y capacidades diferentes, pero tontos no son, y quieren seguir la rutina de sus hermanos», defiende Rocío con toda razón. «No podíamos meterle en un club para gente con once años porque él ahí se iba a sentir muy agredido y muy perdido. Ahora está en un club con otros niños con discapacidades diferentes, donde ninguno sabe que las tienen», y es que allí nadie nota nada, ya que los pequeños se sienten integrados totalmente.

¿Cómo definir el proceso de acogida?

Para Rocío, todo empieza en el querer y el poder, en la capacidad y la entrega.

«Tienes que ser una persona muy generosa», advierte. «Para mí y para mi marido es de lo mejor que hemos hecho en nuestra vida. Que alguien, en el paso de su vida, recuerde cómo hiciste de padre o madre de esa persona… que tú seas una referencia buena para alguien… no hay precio».

Es por ello por lo que tanto para ella como para los suyos el acogimiento se ha convertido en su filosofía de vida.

«Para mí es una forma de vida», nos revela sin ambages. «No me imagino viviendo sin cuidarlos… no puedo».

Un espíritu de generosidad que extiende tanto para los que tiene ahora, como a los que pueda abrigar en el futuro. «Porque al final, lo único que le estamos dando y compartiendo con ellos es una cosa que nosotros ya teníamos: nuestra familia; así, lo único que haces es abrir la puerta a alguien, para compartir algo que tú ya tienes».

Algo que puede ser complicado o fácil… según lo que tú quieras, como resuelve Rocío.

«No, no sólo animo a todo el mundo a que haga un acogimiento o un respiro, sino que además haga de su familia la referencia para un niño, porque nadie crece solo, y todos necesitamos una familia», reflexiona con toda razón. «Yo animo a la gente a que acoja; que dejen de mirarse el ombligo y dejen de quejarse por cosas sin importancia; porque cuando los niños llegan a casa, tu vida cambia. Y lo que antes era importante, ahora ya no lo es».

Y es que uno está tan ocupado en brindarle bienestar y estabilidad que todo lo demás se olvida. Cierto, hay un momento en el que te preocupas demasiado y te quita energía, y entonces empiezas a agobiarte. Pero la clave está en no pensar en ello, en no dejarse preocupar demasiado hasta ahogarse en las angustias, a no dejarse vencer por la incertidumbre de cuándo se va a marchar y cuánto tiempo resta para poder disfrutar de su compañía y crecimiento. Pero Rocío lo tiene muy claro y desestima este proceso con una frase certera:

«Sólo es cuestión de dejar de preocuparse… y empezar a ocuparse».

Ergo, disfrutar del presente y no empezar a llorar por el posible chaparrón de después. Y es que, a diferencia de la adopción, donde el niño se queda para siempre en la familia, en el acogimiento no se trata de entregar a unos niños y quedarse con ellos de por vida.

Aquí, al cumplir 18 quedan destutelados, por lo que muchos de ellos, tengan o no discapacidad, sienten la urgente necesidad de volver a sus orígenes; pasa, y se tiene que aceptar.

«Y es que al adoptar les das tu nombre y apellido y tu paternidad legal… pero en el caso del acogimiento, «sabes cuando entran…. pero no cuando salen, ya que te pueden llamar un día y notificarte acerca de algún cambio revertido en la situación de la familia biológica».

En cualquier caso, siempre hay un proceso de adaptación entre la salida del hogar de acogida a la vuelta al seno consanguíneo. O eso es lo que se supone, en teoría, ya que este es un aspecto en el que a veces se patina.

«Se trata de intentar que «tengan unos días de adaptación a la familia, porque si no, sería muy brutal».

Todo pasa por un proceso legal, como no es de extrañar. Así, todo depende de si hay un proceso judicial, o si se ha trabajado con la familia biológica y desde servicios sociales de la comunidad autónoma en cuestión que lo tutele se considera que la familia natural se encuentra preparada para volver a tener al hijo con ellos, algo bastante difícil de determinar, pues en el tema de la discapacidad y las necesidades especiales son niños con un plus más de protección, o esa es la impresión de Rocío.

A su entender, no siempre un padre o una tía o un abuelo son conscientes de las necesidades especiales del menor con discapacidad que tienen de nuevo a su cargo. Primero, porque se los quitaron ya una vez y, por ende, no están habituados a ello; y segundo, porque se los devuelve con una cierta edad y medicación y rutina que, como es lógico, requiere asimismo de otro proceso de adaptación que no siempre es fácil de conseguir.

A nivel estatal, la única crítica de Rocío a las autoridades competentes es el corto abanico de posibilidades que les concede la Consellería. Cuenta que, si bien podrían llevarlos a sitios mejores, es decir, a espacios profesionales con una atención experta mucho más inmediata, clínicas y psicólogos privados, por ejemplo, a las familias de acogida se les hace imposible brindarles esta atención, pues la Consellería de Alicante se opone, permitiendo sólo una asistencia de Seguridad social.

«Los protocolos y papeleos representan otro tema también muy complicado», lamenta. «Los colegios no entienden que son niños protegidos a los que no se les puede hacer fotos, por ejemplo; y lo hacen desde el desconocimiento del acogimiento».

A pesar de estos aprietos, el único arrepentimiento de Rocío y su familia es no haber empezado antes.

«Lo mejor que he hecho en mi vida es el acogimiento familiar, aparte de tener a mis hijos y conocer a mi marido y casarme», reafirma. «Él es un regalo que la vida tenía guardada para esta familia, y nos la ha dado. No podemos vivirlo como algo negativo».

4 COMENTARIOS

  1. Muchísimas gracias por esta maravillosa entrevista y exposición del acogimiento familiar.
    Me ha emocionado mucho como has plasmado cada una de mis palabras.
    Gracias gracias y gracias.
    Todo esto y más es acogimiento familiar

    • Muchas gracias a ustedes por mostrarnos la verdadera realidad de las familias de acogida. Le haré extensivo su comentario a la redactora, Marisa Bishop cuyo relato nos ha emocionado a todos. Todo eso y más es el acogimiento familiar.

      Atentamente,
      Ana De Luis, directora.

    • Estimada lectora:
      Ciertamente, gracias a las familias como la de Rocío el mundo es un poquito mejor como usted señala.
      Gracias también por seguiros.
      Atentamente,

      Ana De Luis, directora.

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