Los influencers son personas que transmiten a las masas su pasión concreta por algo, viviendo entre maravillas y presiones… pero no es oro todo lo que reluce.

Imagen, reputación, reconocimiento, patrocinio, interés, éxito, credibilidad. Así se distinguen los influencers, son emprendedores digitales que crean contenido y transmiten confianza al hablar públicamente acerca de una temática específica, generando con su actividad (leads) interesantes en las redes sociales. ¿Es una ventaja? Sí… aunque a veces también puede resultar una maldición.

Ser influencers: una montaña rusa de alto riesgo y altos beneficios que supone el fin del anonimato

Nacieron entre clics y me gusta y suscripciones; crecieron hasta formar parte de la cultura popular actual; y llegaron para quedarse entre los muros inexistentes de las redes sociales. En términos de márquetin, los influencers o influenciadores son personas con un perfil público valioso, utilizados estratégicamente para atraer a más público y clientela hacia un producto, marca o empresa, escogidos en función de los valores y objetivos previstos a alcanzar en la campaña de captación.

Una profesión que, en términos laborales, está socialmente reconocida, mediáticamente aplaudida y es ilusamente atractiva. Mas detrás de toda manzana tentativa persiste el precio de la seducción; un coste muy alto que en el caso de los influencers suele estar valorado en montañas de estrés, perlas de agobio, diamantes de presión y reliquias de desestabilidad mental.

Todo empieza al alcanzar la tan ambicionada fama. Es entonces cuando cada palabra, gesto o acción realizada ante las redes sociales es analizada con lupa por mucha gente, comentada para bien o para mal por boca de todos e interpretada como fallos o aciertos por quienes creen conocer la auténtica personalidad que hay detrás del postureo.

Ser parte de la lista de influencers implica muchas ventajas, de eso no cabe la menor duda; pero también conlleva un aguacero de desventajas, empezando por la renuncia al anonimato y a la sencillez, continuando asimismo con una situación peliaguda, permanentemente expuesta, donde la vida privada queda comprometida; cuando las alabanzas y las críticas caen ineludibles con el mismo chaparrón, y el propio carácter interior se vuelve la mejor o peor coraza de protección para sobrellevar la situación.

Y es que, si existe una garantía en este mundo de influencer y reconocimiento mediático es, sin duda alguna, la lealtad infiel de la fama, su fidelidad transitoria, que ora puede encumbrar a lo más alto, brindando gozo, y ora puede esfumarse a los pies en un soplo volátil de florecimiento pasajero; porque el precio de la fama no es barato, ni mucho menos.

Vídeos, fotos, posts… los seguidores devoran el contenido de los influencers como plantas empachándose de rocío mañanero, envidiando sus poses perfectas, aplaudiendo sus mensajes emitidos, admirando la vida activa y pletórica que parecen llevar. ¿Pero cuál es realmente el precio de esta fama acuñada en Instagram, YouTube, TikTok y demás espacios virtuales?

De un principio de cuento a un final de pesadilla

Llegar a ser un influencer no es fácil; exige más dedicación de la que parece a priori, una forma de vida que al alcanzar el éxito se convierte en una verdadera profesión, teñida de perfeccionismo y exigencia.

Y si bien es cierto que en un principio encandila y atrae, cualidades a los que el entretenimiento y la facilidad de realización le dan un sabor extra de gozo y genialidad, tarde o temprano la ilusión pierde terreno, se desdibuja por la presión de mantenerse visible en las redes, activo en las publicaciones, estandartes perpetuos de ejemplos a seguir.

Pero la creatividad y la originalidad no son una fuente inagotable, y el cansancio de tener que relegar a un segundo plano la intimidad y la vida personal, y de tener que esconder día sí y día también los momentos grises, las penas y pesares, e incluso el no poder rendirse a esos instantes en los que descansar y no hacer nada… todo ello pasa una factura muy dura a nivel moral que lastra a nivel psicológico. Un cóctel al que la competitividad, la frustración y el miedo de perder valor social sólo vienen a agudizar la crítica situación.

Es así como la presión y el estrés alcanzan cuotas que superan continuamente el abatimiento y la ansiedad que pueda llegar a padecer una persona anónima en algún momento o situación puntual.

Poco a poco aparecen los síntomas de los llamados trastornos adaptativos, los cuales se hacen notar a golpe de baja autoestima, ansiedad y depresión, percepción de fracaso, pensamientos negativos, metas autoimpuestas de cierta cantidad de «me gusta» (likes) o comentarios a alcanzar y que, de no llegar a cumplirse, se traducen por fiasco y decepción contra uno mismo, el pellizco constante en el corazón de que uno ya no vale nada.

¿Puede afrontarse esta flagelación psicológica?

Afortunadamente sí. Todo este desglose es un desfile de emociones que no todos los influencers viven de la misma forma, como cabría de esperar, pues cada uno tiene su propia personalidad y, por tanto, cada uno recurrirá a diferentes herramientas con las que bracear en la piscina de estas penalidades estresantes y ponerse a salvo en la otra orilla de la superación y el vencimiento.

Habrá quienes podrán encontrar por sí solos la clave de cómo sobreponerse a la situación, otorgándole la importancia justa y precisa, pero sin dejarse dominar, y habrá quienes tendrán más dificultades para gestionar esta presión, sufriendo más en el camino y exponiéndose a una vulnerabilidad aún mayor.

A este grupo de influencers, hombres o mujeres, jóvenes o mayores, discapacitados o no, les decimos desde aquí que la salida de este bucle empieza por pedir ayuda; pedir apoyo a quienes se tiene alrededor, pedir auxilio profesional a los expertos de la salud mental, porque la estabilidad emocional no debe ser nunca una moneda de cambio, sin importar el premio prometido.

Queremos recordar, además, que fingir siempre por fuera sólo conlleva sufrimiento profundo por dentro; una verdad que el estudio académico ‘Redes sociales y fenómeno influencer. Reflexiones desde una perspectiva psicológica’, realizada por Elena Santamaría de la Piedra y Rufino J. Meana, psicólogos ambos de la Universidad Pontificia Comillas, batallan haciendo ver que los influencers son resultado de una sociedad dominada por tendencias consumistas; aconsejando en contrapartida que hay que compaginar el saber cómo vender una sonrisa ante la pantalla y, al mismo tiempo, vivir esa sonrisa en la vida privada, a fin de no perder de vista la realidad ni sus emociones constantes, ya sean positivas o negativas.

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