Miguel Díez R. para Prensa Social

Un poeta alicantino, mediterráneo hasta los tuétanos y, por tanto, enamorado de la cultura griega, nos recordó toda esa herencia en un hermoso poema en el que expresa su admiración y, para él, la presencia de un mundo real, «la luz de lo que veo», de Homero y Hesíodo  (el nacimiento en la literatura occidental de la poesía épica), la poetisa Safo (con la que surgió la lírica); Afrodita, la hija de Zeus, y Apolo (la mitología);  y el vino, los bueyes, las palomas, los olivos, bancales y cipreses tan palpables y cotidianos en los territorios bañados por Nuestro Mar:

La fidelidad

Homenaje a Grecia, V

Si Homero dice: vino, sé que es vino.

Si Hesíodo dice: yunta, sé que es yunta.

Si Safo me menciona las palomas

del carro de Afrodita, reconozco

pasar su blando vuelo. Si un buen día,

con un golpe de lanza, el suave olivo

hace brotar, de plata, en los bancales,

la hija de Zeus, ¿qué árbol me es más propio

y más habitual? Si Apolo, en cambio,

convierte a un fiel muchacho en lancinante

ciprés oscuro, ¿acaso no comprendo?

Quiero decir, entonces: si aquel mundo

me es tan real, patente, cotidiano;

si lo he visto al abrir mis tiernos ojos

cuando se cree en las cosas, ¿por qué causa

me llaman soñador o irreflexivo?

¿Porque afirmo la luz de lo que veo?

Juan Gil-Albert,1904-1994

Miguel Díez R. Fragmento del libro en preparación: «Los Mares y Nuestro Mar»

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