Somos los boomers dicen los millenials, y en ese modus operandi tratamos de averiguar cómo se vive ahora, según miremos la botella; o medio llena o medio vacía, porque —necesariamente— estamos en lo mejor de lo que nos queda.
Y es que la vida nos hace tropezar varias veces y en su afán cada vez nos resulta más incomprensible vivir. «Vivir es un asunto urgente», rezaba el título del libro de Mario Alonso Puig, pero es que ahora nos lo han puesto a huevo. Con frecuencia citamos esa frase tan manida: «antes se vivía mejor». No, antes usted y yo éramos jóvenes y no pensábamos en las pensiones. Y por tanto nos creíamos felices. En nuestro sinvivir de antaño no podíamos comprarnos una entrada para un concierto o dejábamos para otra vez el viaje soñado. Y ya pasó, todo ese sindiós pasó y ahora estamos en otra tesitura, algo más fea.
Y llegó ese día. Mucho boomer y mucho Mecano pero lo cierto es que algunos ya están prejubilados y muchos anticipan el futuro inmediato porque serán los nuevos pensionistas, esos catorce millones de personas que empezarán a jubilarse este año. Eso sí que es una campanada y no las de las uvas.
Los nacidos entre 1957 y 1977 están a un paso de la jubilación aunque el paradigma en el que se han anclado corresponda a la canción de Alphaville, «Forever Young (I want to be)» (Para siempre joven, quiero ser). Esto contrasta con los otros jubilados de su misma generación que tendrán necesariamente que jubilarse más tarde porque no pueden hacerlo ahora; otros percibirán una pensión más baja y todos no serán los jubilados de la petanca y el mus sino que tendrán una vida activa que no corresponde a lo estipulado.

Y mientras se sortea lo que nos queda por vivir de la mejor manera posible, nos encontramos con una generación, que si las cosas van bien, podrían vivir hasta los 100 años; esto es, unos treinta años jubilados, nada más y nada menos.
Los boomers no querrán estar en las instituciones sociosanitarias y reivindicarán su derecho a vivir con plenitud. Tendrán nuevas parejas, nuevas familias y serán los abuelos progres del siglo, algunos padres con setenta años, y todo será normal, nada que ver con los del siglo anterior.
Los avances, buenos y malos, habrán hecho que estén en contacto con sus familiares (redes sociales); con sus propios médicos por la introducción de la Telemedicina y serán dueños de su propia vida, también en la vejez. El retraso de su envejecimiento será como dice la canción, esos para siempre jóvenes, que mantendrán —si se han cuidado—, unas buenas condiciones físicas y serán unos septuagenarios, octogenarios y nonagenarios en forma tanto física como psíquicamente.
Al tener más predisposición para la actividad, su deterioro físico, cognitivo y su estado general será mucho mejor que el de sus propios padres, la generación de la Guerra Civil y la posguerra, todo bueno, si se enumera. Todo esto parecería miel sobre hojuelas si no fuera porque la decadencia profesional de los boomers empezó casi una década antes de su jubilación. Una generación preparadísima que se ha encontrado con el edadismo de bruces, que es, en sí mismo, una contradicción. Por un lado somos y seremos eternamente jóvenes, pero por otro, la sociedad, la empresa y los propios hijos sienten un rechazo importante desde los 50 años.
La pérdida de los roles profesionales, de los cargos, de la situación socioeconómica que pudieron haber mantenido años atrás se ve relegada a un cambio en el modus vivendi con pérdidas asociadas a la prejubilación tales que sumergen a los trabajadores en un luto largo psíquico. La pérdida del nivel de vida, el laboral, el económico, la vivienda, etcétera, hace que esos jóvenes eternos envejezcan de repente porque se sienten viejos al no tener un lugar en este mundo.
La experiencia —que siempre fue un grado— se ha convertido en algunos casos en un claro ejemplo de lo que hoy ya no tiene cabida. Eso, sumada a la falta de planificación de lo que será una nueva vida, de personas que solo han vivido para trabajar, hace complejo el desembarco en ese lugar en donde todo es nuevo, hay que construirse una identidad y se anticipa una larga vida llena de incertidumbre.
Acaso la mayor es la amenaza constante de la sostenibilidad del sistema de pensiones que lejos de producirnos cierta tranquilidad, nos hace prever un futuro poco halagüeño; distorsionado, contradictorio y lleno de incertidumbres. La tercera edad no existe ya porque tenemos una cuarta, una quinta y una sexta, llegados al caso. Mucha tela que cortar y un patrón aún por hacer.
Mientras eso sucede, cantemos, queridos boomers, porque cada día tiene su afán, que ya nos hará un tiktok el millenial que tengamos a mano…»en plan guay» :))