*Miguel Díez R. «El viejo profesor»
«En el principio fueron las jarchas…» así podría empezar la historia de nuestra lírica, porque son las primeras muestras documentadas de la lírica popular de una lengua nueva, luego conocida como castellano, surgida del latín vulgar, sin olvidar que son el más antiguo testimonio lírico de todo el occidente en lengua vulgar o no clásica. Cantadas por los mozárabes cristianos en su lengua —la primitiva romance de dicha comunidad hispánica que vivía en Al-Andalús bajo el dominio musulmán—, fueron recogidas de la voz popular por poetas árabes y hebreos, que las incorporaban como remate o «salida» —esto significa jarcha— a sus refinados y artificiosos poemas cultos, denominados moaxajas, y, por este motivo, esa estrofilla popular se ha conservado en textos aljamiados, escritos con caracteres semíticos (árabes o judíos). Eso demuestra que ya desde los primeros testimonios literarios la tradición culta y la popular están estrechamente unidas: uno de los ejes vertebradores de toda nuestra tradición poética.
Por otra parte, es evidente el parentesco de las jarchas con las cantigas de amigo gallego-portuguesas, aunque el tono de estas últimas sea notablemente más triste, más quejumbroso.
Las jarchas, estas pequeñas estrofas, son encantadoras cancioncillas de amor que aparecen, casi siempre, en boca de una joven, apasionadamente enamorada, al lamentarse por la separación del amante o “amigo”, designado con el arabismo habib.
Muchas de estas pequeñas joyas literarias de los siglos XI al XIII presentan características comunes con las formas folclóricas de la poesía tradicional europea, de tema femenino, en las que una muchacha enamorada expresa apasionadamente las alegrías del amor y, más frecuentemente, sus quejas por el abandono o la ausencia del amado, dirigidas al propio habib o también a su madre o hermanas. El sentimiento amoroso se expresa mediante interjecciones y preguntas retóricas que crean un clima de intensa pasión.
Como es frecuente en la canción popular, son muy breves, con una única estrofa de dos, tres o cuatro versos y, en este último caso, en forma de cuarteta octosilábica que, con variantes en la rima, constituyó después la copla, la forma métrica más común de nuestra lírica popular moderna.
En palabras del hispanista sueco, y miembro correspondiente de la Real Academia Española, Gustav Siebenmann:
Es significativo que en estos estribillos no se trata de fósiles, sino que incluso esta primitiva lírica, con su lacónico modo de expresión, con su fuerza sugestiva, casa bien con el moderno sentido de lo lírico.
Lo que si resplandece es que estas prístinas joyitas están siempre transidas de una poderosa fuerza lírica, de un profundo sentimiento amoroso intensificado por la ligereza y brevedad de las composiciones.
En fin, las jarchas, como ya he dicho, constituyen, hasta la fecha, la manifestación más antigua de la lírica tradicional en cualquier lengua románica, las derivadas del latín.
La siguiente jarcha es la más antigua de la que se tiene noticia, pues remataba una moaxaja de la serie hebrea, compuesta a mediados del s. XI. Es posible – ya lo he indicado- que fuera una cancioncilla popular que cantaba el pueblo mozárabe y que el poeta hebreo la aprovechó para poner fin a su propio y culto poema.
El siguiente y tan breve texto -insisto- está considerado como el más primitivo testimonio de toda la literatura románica, además de ser un delicado e intenso poema lírico-amoroso en el que la joven enamorada, con profundo sentimiento, llora la separación de al habib, su amigo o amante. Como en todas las jarchas, la brevedad de la composición refuerza la intensidad del sentimiento.
Tanto amare, tanto amare,
al habid, tanto amare,
enfermaron olios nidios
e dolen tan male.
(Tanto amar, tanto amar / amigo, tanto amar / enfermaron mis ojos brillantes / y me duelen mucho).
A propósito de la siguiente jarcha escribió Dámaso Alonso:
“Vase mi corazón de mí; oh, Dios, ¿si se me tornará?”. Así cantaba la doncella. ¡Qué voz tan pura! De una lobreguez de siglos, llega a nuestra embotada sensibilidad de hombres de estos angustiados mediados del siglo XX, una voz fresca y desgarradora. Nítida, exacta, como si brotara ahora de la garganta en flor y de los labios que transparentaban la sangre juvenil. No; si estas cancioncillas nos mueven por su portentosa antigüedad, lo que en ellas nos escalofría es su desnuda, su trémula, su impregnante belleza.
Otra muchacha enamorada —y, ¿por qué no la misma?— expresa su angustia amorosa con intensa y eficaz concisión. La rotundidad de la afirmación de no poder vivir sin su amado es el eje sobre el que pivotan las dos patéticas preguntas.
Vaise mio corachón de mib.
¡Ya, Rab!, ¿si se me tornarad?
¡Tan mal me doled li-l-habib!
Enfermo yed, ¿cuánd sanarad?
(Se va mi corazón de mí. / ¡Ay, Señor!, ¿acaso me tornará? / ¡Cuánto me duele por el amado! / Enfermo está, ¿cuándo sanará?)
En la siguiente jarcha una joven enamorada se dirige ahora a sus hermanas, en diminutivo afectivo, para desahogar sus penas amorosas. La necesidad de la enamorada de hacer a alguien partícipe de la pena que la embarga -su mal de amores- y así aliviar la soledad y mitigar su dolor engloba -también en esta jarcha– las dos preguntas retóricas que producen una estructura paralelística, esencia medular del poema: solo cuatro versos para expresar -con la más sencilla fuerza lírica- que su vida no tiene sentido sin el habib y que no sabe dónde encontrarlo.
Garid vos, ¡ay yermaniellas!
¡cómo contenir el mio male!
Sin el habid non vivreyo;
¿ad ob le iré demandare?
(Decidme, ¡ay hermanitas!, / ¡cómo contener mi mal! / sin el amado no viviré; ¿adónde iré a buscarlo?).
*Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).