*Miguel Díez R. El Viejo Profesor
Cuando hablo de lírica popular tradicional me refiero a un corpus de creaciones poéticas anónimas, en lengua vulgar, transmitidas durante siglos. Composiciones muy breves de versos cortos y muy intensas en su emoción, con frecuencia separados de otros cantos de la vida cotidiana más largos. El tema más frecuente es el amoroso en sus diversas facetas: inquietud del primer encuentro, ausencia de la amada, separación al amanecer, el gozo del amor, la malcasada etc.
La poesía popular debió de ser mucho más abundante que la culta, pero, al contrario de lo que sucedió con las jarchas y las cantigas de amigo gallegas-portuguesas, recogidas por escrito muy tempranamente, la lírica popular castellana se transmitió solo oralmente y esta transmisión exclusiva es la causante de que solo nos haya llegado una parte muy pequeña, pues el interés por conservarlas mediante manuscritos solo se produce en el siglo XV y XVI, pero, sin ninguna duda, ya se cantaban desde mucho antes.
Voy a centrarme ahora en las «Endechas a la muerte de Guillén Peraza» porque son la primera manifestación literaria datada de las Islas Canarias y de toda la lírica española. Aunque no se incluyeron en cancioneros hasta mucho después, podemos suponer con todo fundamento que comenzaron a difundirse oralmente a partir del año 1443, cuando el caballero sevillano Guillén Peraza murió en la conquista de la isla canaria de La Palma. La conocida versión del grupo musical canario, Los Sabandeños, es prueba de su permanencia hasta nuestros días en el folclore de las Islas.
¿Y qué son las endechas?:
Un cantar o canción popular con varias estrofas que trata un tema triste, casi siempre fúnebre; una variante popular de la elegía, género lírico del dolor y la muerte.
No obstante, su carácter popular y su brevedad, parece increíble que en este texto de la tradición popular canaria se encuentren en acertada síntesis los motivos fundamentales de un género tan importante -en todas las literaturas del “mundo mundial” y no digamos en la nuestra- como es el elegíaco: en primer lugar, la exhortación al llanto por la muerte del caballero, que una anónima voz poética dirige a las damas, seguida del sí Dios os vala, lo que es tanto como decir “que Dios os lo premie”; y, a continuación, la explícita anunciación de la muerte, acompañada de una metafórica alabanza del muerto que “quedó en La Palma / la flor marchita de la su cara”.
En las estrofas 2ª y 3ª, se presentan la imprecación y la maldición del lugar de la muerte. Primero, la expresión del carácter maldito de La Palma, que no es ya “palma” o palmera, árbol que es emblema de la alegría, sino “retama” y “ciprés”, que lo son del luto y de la muerte; para, al fin, calificarla, obsesiva y redundantemente, como “desdicha, desdicha mala”. Y, en la siguiente estrofa, la amargura de “la voz que habla” se vuelca sobre la isla en forma de tres malos deseos: que los campos sean rotos por los volcanes, que toda ella no conozca el placer, sino sólo el pesar, y que sus flores sean sumergidas y ahogadas por las arenas.
En la 4ª estrofa, tras el doble apóstrofe al muerto, aparece la obligada pregunta retórica Ubi sunt (“¿En dónde están?”), viejo tópico de origen bíblico, muy frecuente en la literatura occidental de todas las épocas y estrechamente ligado al del Sic transit gloria mundi (“así pasa la gloria del mundo”). Su sentido es resaltar la fugacidad de todo lo que existe, pues se pregunta -y no hay respuesta posible- por quienes han muerto o por personas, situaciones, hechos o cosas que se han perdido o han desaparecido irremediablemente. La formulación clásica y la más repetida es la de Ubi sunt qui ante nos in hoc mundo fuere? (¿En dónde están los que vivieron en este mundo antes que nosotros?) perteneciente a un canto germánico medieval de tipo goliardesco, que, curiosamente, es hoy la letra del himno académico universitario Gaudeamus, igitur…
Pero, atención, en estas endechas por Guillén Peraza, la pregunta no tiene por objeto inquirir adónde ha ido o en dónde está el muerto, sino que se pregunta por sus armas ofensiva y defensiva, “lanza y escudo”, que son metonimia de la condición de guerrero del sevillano. Por último, la reflexión sentenciosa final avisa de que, para el hombre, para todos los hombres, todo “lo acaba la malandanza”, o sea, la mala suerte o fortuna adversa que se concreta con esta metonimia de la muerte, pues ella es, por antonomasia, el “mal paso” o “malandanza” definitiva.
Llorad las damas, sí Dios os vala,
Guillén Peraza quedó en la Palma,
la flor marchita de la su cara.
No eres palma, eres retama,
eres ciprés de triste rama,
eres desdicha, desdicha mala.
Tus campos rompan tristes volcanes,
no vean placeres, sino pesares,
cubran tus flores los arenales.
Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo?, ¿dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza.
*Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).