El estrés tiene mil formas de manifestarse, aunque todas afectan negativamente a la salud física y mental. ¿Reconoce en usted alguna de estas señales variadas?
Saber cuáles son los síntomas más habituales y cizañeros del estrés es el primer paso que dar para detectar a tiempo este trastorno psicológico y evitar que perdure en el tiempo, volviéndose crónico. Es más, reconocer sus patas abre la puerta a técnicas y formas de prevenirlo, si aún es posible, y paliarlo, después.
¿Qué es el estrés y cómo puede refrenarlo?
«El conjunto de reacciones fisiológicas que prepara el organismo para la acción». Así define al estrés la Organización Mundial de la Salud (OMS). En su explicación, la entidad sanitaria de la ONU señala que, pese a ser un sistema biológico de alerta diseñado a medida para proteger la supervivencia humana, no es natural ni bueno sentirlo gran parte del tiempo, ya que desata en la salud numerosas consecuencias negativas.
Y tienen razón. Sentir los mordiscos del estrés en momentos puntuales es normal, lógico, incluso. Pero padecerlo de manera prolongada y habitual puede abrirle las puertas a enfermedades futuras o problemas crónicos, por no hablar de su papel cizañero en una persona con cuadro de depresión, por ejemplo, o su capacidad de causar conflictos, reducir la motivación y la concentración, mismamente, amén de mermar las ganas de vivir o disminuir la propia esperanza de vida.
En este sentido, análisis como el realizado por Medical News Today han demostrado que el estrés afecta a todos los sistemas del cuerpo, desde el sistema nervioso central hasta el inmune, pasando por el cardiovascular, el digestivo, el muscular o el reproductivo; incluso afecta al sistema endocrino, al esquelético y al respiratorio.
La buena noticia es que existen unos cuantos remedios naturales que, según la ciencia, pueden ayudar a combatir la ansiedad y el estrés. Son técnicas que luchan contra su aguijón, como puede ser la meditación, cocinar, el practicar yoga, hacer deporte con regularidad, realizar actividades manuales y creativas, acostarse siempre a la misma hora… etc.
Expertos como los profesionales de la Sleep Foundation señalan, incluso, que el seguir una dieta buena y equilibrada también ayuda a este cometido, apostando por aquellos alimentos ricos en ácido fólico, hierro, Omega-3, triptófano vitaminas C y D y zinc.
¿Pero cómo saber si uno sufre o no de estrés?
Esto es lo primero que hay que esclarecer. El estrés afecta tan profundamente a la salud que al final deja huella. Una de ellas es la sensación continua de cansancio y fatiga, traducida en una pérdida de fuerza. Otro es el dormir mal, ya se manifieste en forma de insomnio o sueño entrecortado, siendo ésta una intranquilidad mental causada por diversas preocupaciones, laborales, personales, económicas o de salud.
Otra luz de neón del estrés es la imposibilidad o dificultad para concentrarse; algo que afecta mucho a los proyectos personales y profesionales, por descontado, mermando la capacidad de atención, productividad y motivación.
Así que, ante unos continuos fallos de memoria y olvidos de objetos, incapacidad para centrarse en una tarea, o imposibilidad para rendir bien en el trabajo o en los estudios, es mejor pedir ayuda a un psicólogo o psiquiatra o cualquier otro terapeuta de la salud mental, ya que eso significa que uno está estresado, probablemente.
Por su parte, los mareos y el dolor de cabeza frecuente son otra prueba casi exacta de que este trastorno psicológico anda rondando por el organismo, y la misma conclusión se extrae al percibir la presencia de los demás síntomas físicos como la jaqueca y la migraña o las bajadas de tensión. De hecho, existe un término clínico para esta específica dolencia física del estrés, y es el llamado ‘dolor de cabeza tensional’.
El estar constantemente irascible o de mal humor es otra huella que prueba la presencia del estrés, igual que la furia, la irritabilidad u otros cambios anímicos que empujan a contestar mal, a enfadarse sin motivo o a saltar a la mínima.
Curiosamente, el ponerse enfermo con más frecuencia que antes hace sospechar de un tacto de este trastorno sanitario en el cuerpo, y es que el sistema inmune se ve afectado por el estrés, debilitando a la persona y aumentando la exposición del paciente que lo sufre a acabar con gripe, resfriado u otro virus respiratorio.
Hablar de depresión es muchas veces aludir al estrés, sensaciones que impiden que uno disfrute de las cosas, que vea el vaso medio vacío, que tenga una visión pesimista de la vida, que por su mente desfilen una jauría de pensamientos negativos. ¿Cómo se puede notar este síntoma? Fácil, en la incapacidad de desconectar de esas sensaciones, por ejemplo, o no disfrutar de las actividades que antes generaban placer.
Asimismo, se sabe que el estrés desata en algunas personas unos cambios bruscos de apetito; así, mientras a unos les provoca hambre, empujándoles a darse atracones de alimentos poco saludables, otros pierden el apetito, si es que no experimentan bruscas variaciones en sus patrones alimentarios, directamente.
Para quienes fuman o beben, el estrés los lleva a consumir en demasía estas sustancias, bebiendo a diario, fumando mucho más de lo habitual, teniendo conductas de riesgo e incluso recurriendo a otras sustancias peligrosas. Son actitudes que a ojos terapéuticos se traducen como una forma de escapar de una situación estresante.
Por su parte, la ansiedad está estrechamente vinculada con el estrés, sea cual sea la forma en que se manifieste: temblores, palpitaciones, náuseas, vómitos, sudoración, taquicardia, falta de aire, opresión en el pecho y alteraciones alimenticias o molestias digestivas; sin olvidar el trastorno de despersonalización-desrealización, la rigidez muscular e incluso la parestesia por ansiedad, es decir, una anómala sensación táctil percibida como hormigueo o pinchazos en las extremidades.