El consumo diario de alcohol afecta al cerebro y a la mayoría de los órganos de una persona sea cual sea su ingesta. Los diversos problemas pueden ir desde el desarrollo de cánceres hasta enfermedades mentales, neurológicas, digestivas, cardiovasculares, metabólicas, perinatales y lesiones que aparentemente no se ven.

Esta toxicidad producida por el etanol rara vez se describe cuando acudimos al médico. Pero, ¿éste lo sabe?

Los patrones de consumos contemplados como «normales» nos hace describir nuestro estado actual y apostillamos que consumimos alcohol «como todo el mundo». Desde los déficits nutricionales pasando por hepatopatías, conductas de riesgos, enfermedades isquémicas o el desarrollo de la diabetes melitus, los daños irreparables del alcohol están ahí pero no se consideran.

Ahora bien: ¿qué sucede si ingerimos alcohol y ansiolíticos y antidepresivos a lo largo de varios años?

Tras su ingesta, el alcohol que de por sí carece de un proceso digestivo, alcanza el torrente sanguíneo y pasa a ser absorbido por el intestino delgado (un 80%) y un 20 por el estómago. Se distribuye en los tejidos en proporción a su contenido en agua, por lo que a igual cantidad consumida se alcanza mayor concentración en los tejidos de las mujeres que de los hombres.

Por otro lado, hay que señalar que atraviesa la barrera hematoencefálica y pasa a los pulmones desde donde se elimina en forma de vapor mezclado con el aire espirado a velocidad constante.

El 95-98% del alcohol ingerido se metaboliza y una pequeña proporción se elimina sin transformar por la orina, heces, sudor y aire espirado.

Cuando hablamos de metabolizar, estamos haciendo alusión al hígado. Si el consumo es constante, diario y habitual, la concentración de alcohol en sangre será igualmente constante dado que un vaso de alcohol tarda aproximadamente una hora en tolerarse, dependiendo eso sí del peso, masa corporal y la propia tolerancia al alcohol del bebedor, la intoxicación está ahí, esto es: vivimos intoxicados porque no dejamos descansar al hígado.

Si además, mezclamos antidepresivos con alcohol, y/o si tomamos también ansiolíticos, el paciente se puede sentir más ansioso o depresivo porque el alcohol contrarresta los beneficios que tienen estos fármacos y aunque en los primeros meses puede notar una ligera mejoría porque potencia el efecto depresor, a largo plazo o mantenido en el tiempo aumenta los síntomas de la depresión y la ansiedad.

Si toma inhibidores de la monoaminooxidasa conocidos por IMAO o si se combinan con determinados tipos de alimentos y bebidas alcohólicas, esos antidepresivos pueden causar un aumento súbito y peligroso de la presión arterial y con ello desarrollar un problema cardiovascular importante.

La combinación de antidepresivos y alcohol afectará a la cognición, a la coordinación, a las habilidades motoras y al tiempo de reacción en mayor grado que si solamente toma alcohol. En algunos pacientes pueden tener además, estados de somnolencia y ven afectada la atención o la concentración.

En otras personas se ha comprobado que pueden tener dificultades para pensar claramente, coordinar movimientos y para reaccionar ante algunas circunstancias.

Resumiendo las benzodiacepinas al producir de por sí efectos depresores sobre el sistema nervioso central pueden provocarle efectos secundarios graves si se toman con alcohol y puede acusar un mayor estado depresivo el paciente porque al estar pautados para recapturar la serotonina bajan los trastornos de angustia, ansiedad generalizada, estrés postraumático así como otras enfermedades mentales.

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