*Miguel Díez R. para Prensa Social
En esta travesía marino-literaria no podía faltar uno de los relatos populares más famosos del Japón. Un relato que se pierde en la lejanía de los tiempos, pero que saben de memoria todos los niños de aquel país.
Me he permitido ciertas licencias en la versión de este cuento, porque al pertenecer a la categoría de popular-tradicional (es decir, de transmisión oral) se convierte en un bien mostrenco a disposición de todos; de tal manera que cualquiera puede modificarlo en aspectos puramente accesorios, respetando, eso sí, la sustancia fundamental del relato.
Una vez, hace mucho tiempo, en un pueblecito de la montaña, un hombre muy viejo y una mujer muy vieja vivían en una solitaria cabaña de leñador.
Un día, cuando ya había salido el sol y el cielo estaba azul, el viejo fue en busca de leña y la anciana bajó a lavar al arroyo estrecho y claro, que corre por las colinas… ¿Y qué es lo que vieron? Flotando sobre el agua y solo en la corriente, un gran melocotón. La mujer exclamó:
—¡Anciano, abre con tu cuchillo ese melocotón!
¡Qué sorpresa! ¿Qué es lo que vieron? Dentro estaba Momotaro, un hermoso niño. Se lo llevaron a su casa y Momotaro se crió muy fuerte y saludable. Siempre estaba corriendo, saltando y peleándose para divertirse, y cada vez crecía más y se hacía más corpulento que los otros niños del pueblo.
En el pueblo todos se lamentaban:
—¿Quién nos salvará de los Demonios y de los Genios y de los terribles monstruos?
—Yo seré quien los venza —dijo un día Momotaro—. Yo iré a la isla de los Genios y los venceré.
—¡Denle una armadura! —dicen todos—. Y déjenlo ir.
Con un estandarte enarbolado, Momotaro se dirige a la isla de los Genios. Va provisto de comida para mantener su fortaleza.
Por el camino se encuentra un Perro que le dice:
—¡Guau, guau, guau! ¿Adónde te diriges? ¿Me dejas ir contigo? Si me das comida, yo te ayudaré a vencer a los Demonios.
—¡Ki, ki, kia, kia! —dice un Mono—. ¡Momotaro, eh, Momotaro, dame comida y déjame ir contigo! ¡Les daremos su merecido!
—¡Kian, kian! —dice un Faisán—. ¡Dame comida e iré con vosotros a la isla de los Genios y los Demonios para vencerlos!
Momotaro, con el Perro y el Mono y también con el Faisán, se hace a la vela para ir al encuentro de los Genios y derrotarlos. Pero la isla de los Demonios está muy lejos y el mar, embravecido.
El Mono desde el mástil grita:
—¡Adelante, a toda marcha!
—¡Guau, guau, guau! —se oye desde la popa.
Y en el cielo se oye:
—¡Kian, kian!
Nuestro capitán no es otro que el valiente Momotaro. Desde lo alto del cielo el Faisán espía la isla y avisa:
—¡El guardián se ha dormido! ¡Adelante!
—¡Mono, salta la muralla! ¡Vamos, prepárense!
Y grita:
—¡Eh, ustedes, Demonios, Diablos, aquí estamos! ¡Salgan! ¡Aquí estamos para vencerlos, Genios!
El Faisán con su pico, el Perro con los dientes, el Mono con las uñas y Momotaro con sus brazos, luchan denodadamente.
Los Genios y los Demonios, al verse perdidos, se lamentan y dicen:
—¡Nos rendimos! ¡Nos rendimos! Sabemos que hemos sido muy malos, muy malos, nunca más volveremos a serlo. Os devolveremos el tesoro y todas las riquezas.
Se embarcan y, con la mar más tranquila, llegan a tierra. Sobre una carreta cargan los tesoros y todo lo que había en poder de los Genios. El Perro tira de ella, el Mono empuja por detrás y el Faisán les indica el camino. Y Momotaro, sentado encima, entra en su pueblo donde todos lo aclaman como invicto vencedor de los Genios y los Demonios.
**Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).