Cuanto mayor, mejor, dice el refrán, pero no es el caso de la actividad física en los mayores. Dejamos atrás las pequeñas actividades que hacemos desde que nos levantamos. Desde sacar al perro hasta fregar el suelo de la cocina, pueden ser poco importantes si lo comparamos con ir a un gimnasio o nadar. Lo cierto es que un estudio realizado a mayores que contaban la realidad de su actividad física diaria, entre 45 y 80 años, asegura que no tanto la intensidad y sí, la frecuencia de la misma, hace que se esté en forma y no se produzcan isquemias o ictus, típicos de la edad y del sedentarismo.
Moverse constantemente porque vamos a organizar un armario o vamos a cocinar puede ser igual de bueno que subir escaleras o dar una vuelta a la manzana. Obviamente cuanto más vigorosa sea la acción, mejor.
«Este estudio sugiere que las personas podrían reducir potencialmente su riesgo de sufrir eventos cardíacos importantes al realizar actividades de la vida diaria de al menos intensidad moderada en las que, idealmente, se muevan continuamente durante al menos uno a tres minutos a la vez. De hecho, parece que esto puede tener beneficios para la salud comparables a los de sesiones más largas que duran entre 5 y 10 minutos», afirma el autor principal de esta investigación, el doctor Matthew Ahmadi investigador postdoctoral en el Centro Charles Perkins de la Universidad de Sydney.
Si a esa actividad le sumamos esfuerzo, esto es, poner más energía en todo cuanto se hace, se llegaría a un punto óptimo. Resoplar y resoplar significa haber hecho bien ese trabajo.
No obstante y para que no se olvide, a mayor actividad física, mejor calidad de vida. En esto incluimos el sexo, caminar, gimnasia, nadar, senderismo, etcétera. Todo a su paso, porque cada paso cuenta, y todo con el ritmo que nos permita la edad.