Miguel Díez R. para Prensa Social
*El calor del día había ido declinando gradualmente, y se principiaba a sentir la ligera brisa, que parece la respiración de la naturaleza, exhalándose después de la calurosa siesta del mediodía; soplo agradable que refresca las costas del Mediterráneo, y lleva de ribera en ribera el perfume de los árboles, mezclado al ocre olor del mar.
Alexandre Dumas, Francia,1802 – 870
*¡Dichoso aquel que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo.
Joseph Conrad, Polonia-Reino Unido, 1857-1924
*Qué afortunado soy de haber vivido en el Mediterráneo y contemplado tan a menudo el sol y la luna juntos en el cielo.
Lawrence Durrell, Gran Bretaña, 1912-1990
*El estilo de Homero responde a cómo resplandece y fulge el Mediterráneo bajo el sol.
Sylvain Tesson, Francia, 1972
El nombre Mediterráneo proviene del latín Mediterraneum mare que, como nombre propio, se encuentra por primera vez en Etimologías de San Isidoro de Sevilla (560 d. C -.636 d. C.) El citado autor también se refiere a este mar, como Mare Magnum que fluye desde el océano por occidente; pero ya en la antigüedad clásica recibía el nombre de Mar en medio de la tierra y de ahí adopta San Isidoro el nombre latino de Mediterráneo porque se dilata hasta oriente, separando Europa, África y Asia.
Este Gran Mar, encerrado entre Europa, África y los extremos occidentales de Asia, se abre al océano Atlántico por el estrecho de Gibraltar, lo que hace que se trate de un mar casi cerrado, con una superficie de casi tres millones de km², 4000 km de este a oeste; 46 000 km de litoral; 800 km de norte a sur y profundidad media: 1370 m, máxima: 5210. Este espacio relativamente pequeño (apenas la tercera parte del desierto del Sahara) ha tenido un papel primordial en la Historia de la Humanidad.
El Mediterráneo ha sido la cuna de las tres grandes religiones monoteístas y en sus riberas han florecido la filosofía griega, el derecho humano y la religión cristiana que están en la raíz misma del ser europeo. Paul Valéry, afirmaba que l’esprit européen c’est á la fois l’esprit romain: loi, ordre, organisation; l’esorit grec : raíson, mesure; et l’esprit chrétien: charité, ideal, beauté.
El Mediterráneo ha sido testigo del florecimiento y caída de grandes civilizaciones que lo aprovecharon para realizar intercambios comerciales y culturales. En la costa más oriental surgió en torno al 1200 a.C. una civilización que nos dejó como legado el desarrollo del comercio, la navegación por el Mediterráneo y el alfabeto. Los fenicios habitaron una estrecha franja de tierra en los actuales Líbano, Israel, Siria y Palestina, y como la zona era montañosa y poco propicia para la agricultura este hecho probablemente animó a la población a explotar los recursos que el mar le ofrecía.
Los fenicios extendieron sus rutas comerciales por el sur del Mediterráneo y fundaron numerosas colonias entre las que se encontraba la más importante de ellas: Cartago. Para ello desarrollaron las técnicas de navegación que les permitieron controlar el comercio del Mediterráneo. Su táctica consistió en la localización de puertos naturales de fácil defensa en los que fundaban las colonias que les ofrecían comerciar con la población local sin necesidad de adentrarse en el territorio.
Prácticamente no existen restos arqueológicos fenicios en la propia Fenicia. La mayoría se localizan en las colonias que fundaron. Su mayor legado es el alfabeto, que fue modificado y adoptado por los alfabetos griego, latino, cirílico y árabe, por lo que, en cierta medida, actualmente escribimos de forma similar a la que lo hicieran los fenicios.
La Antigua Grecia fue una antigua civilización que se asentó en el sur de la península balcánica y desde allí se expandió hacia otras áreas del mar Mediterráneo a partir de los siglos X y IX a. C. El conocido nombre de «griegos» fue puesto por los romanos ya que ellos a sí mismos se llamaban helenos,y a su territorio, Hélade. Mientras que Fenicia dominaba el Mediterráneo oriental y norte de África, Grecia lo hacía sobre el Mediterráneo norte. Los pueblos fenicio y griego se pueden considerar los creadores del Mediterráneo.
Los griegos fuerongrandes navegantes, tanto comerciales como militares. Sus naves de guerra eran los trirremes, unos navíos rápidos y maniobrables con 3 filas de remos.
Durante la época arcaica, el aumento de la población, la necesidad de encontrar nuevas tierras y los conflictos sociales y políticos provocaron que grupos de griegos se desprendieran de sus ciudades y establecieran colonias en otras regiones. Entre las ciudades griegas y estas colonias se generó una intensa red comercial.
La cultura griega clásica, que tiene sus orígenes en la civilización cretense, es uno de los pilares de nuestra civilización occidental. Es en Grecia donde surge por primera vez la democracia, donde aparece la filosofía, donde el ser humano empieza a cuestionarse su existencia, o donde se postulan los cánones de belleza. Los helenos han dado a la historia de la humanidad un gran número de filósofos, historiadores, escritores, artistas, inventores y pensadores, y su relación con el agua es incuestionable. Desde el punto de vista cosmológico, se creyó que el agua era el origen del universo; desde el técnico, se inventaron grandes artificios hasta hoy utilizados; en ingeniería, realizaron proyectos y obras espectaculares; mitológicamente, dioses y divinidades acuáticas inundaron su forma de vivir y creer; y geográfica, el mar ha sido el gran acompañante de esta civilización.
Ana María Vázquez Hoyos, España, 1945
Esta cultura griega ejerció una extraordinaria influencia sobre otras civilizaciones que entraron en contacto con ella, especialmente la romana. Su estructura de razonamiento, lógico junto con el desarrollo filosófico, constituyen labase de la cultura occidental hasta la actualidad.
No es ahora el momento de ampliar y explicar por menudo lo que ha supuesto para nuestra Europa las características principales de la casi inabarcable cultura (en el sentido más amplio de la palabra) de la antigua Grecia. Solo anotaré tres aspectos destacables:
Los griegos eran politeístas. Los dioses griegos eran antropomorfos, tenían la forma, las virtudes y los defectos de los humanos, pero eran inmortales, poderosos, y ejercían un control sobre las fuerzas naturales. Habitaban el monte Olimpo y la ambrosía, (en griego significa “inmortalidad”), era considerada en la mitología griega como la comida o alimento sólido de los dioses, y como bebida tenían el néctar, que únicamente eran accesibles para estos seres divinos, porque era lo que les proporcionaba la inmortalidad.
Se vinculaban entre sí y con los humanos en relaciones de amistad y enemistad y los dioses podían tener hijos con los humanos, estos hijos eran semidioses o héroes y, en general, no eran inmortales. Las historias de los dioses se transmitían a través de los mitos.
Los griegos inventaron la democracia como forma de gobierno; sin embargo, esta era muy limitada, ya que solo los ciudadanos (es decir los varones libres, de padres griegos) participaban en la toma de decisiones.
Su moneda, el dracma, estaba acuñado en plata y favoreció el comercio por todo el Mediterráneo.
Lo griegos conservan un cierto encanto, en parte por la fantasía mitológica. Un poeta norteamericano que me gusta mucho, Wallace Stevens, decía que la mitología griega era el gran logro de la imaginación occidental. Pero también los griegos tenían, sobre todo, el afán crítico que no tuvieron otras culturas. No olvidemos que los héroes griegos, la épica y la mitología son importantes, pero aquel es también el país de la filosofía y de la ciencia. Y todo eso está estrechamente ligado a un mundo compuesto por una constelación de pequeñas ciudades abiertas al mar; una cultura abierta que se lanza al mar para desafiar al mundo. Y en eso eran muy diferentes a los egipcios, que tenían una hermosa costa en el Mediterráneo, pero nunca se adentraron mucho en él; o los fenicios, que sí se adentraron, pero por afán comercial. Tampoco tuvieron un gran imperio, como los romanos, que eran grandes organizadores políticos. Los griegos vivían en ciudades sueltas, muchas veces enfrentadas entre ellas, pero siempre interesadas en la exploración, no en la conquista del mundo. Por eso el héroe fundamental del mundo griego, más que Aquiles, el guerrero, es Ulises, el viajero. Odiseo es el personaje permanente del mundo griego, fruto de su forma de ser, de su cultura.
Carlos García Gual, España, 1943
El islam impactó en el mundo cristiano y greco-romano poco después de la muerte de Mahoma.Durante el reinado de los Omeyas, la expansión continúa y, a finales del siglo VII, las conquistas se hacen por vía terrestre hasta el Magreb. A comienzos del siglo VIII, en el año 711, superan el estrecho de Gibraltar y llegan a las costas de la Península Ibérica. En poco más de un siglo, el pueblo árabe, bajo la bandera del islam, conquistó un gran imperio que se extendía por el sur del Mediterráneo, desde la península Ibérica hasta la India.
Cuando hablamos del islam, lo primero que se nos viene a la cabeza son las arenas del desierto, las largas caravanas de camellos, los oasis y las jaimas levantadas al abrigo de las dunas, pero nunca se nos ocurre relacionarlos con barcos y, sin embargo, no podemos olvidar que fueron ellos los que dieron nombre a vientos como el siroco, lebeche, monzón o las palabras ráfaga y racha, las dos que describen exactamente la naturaleza de los caprichosos vientos mediterráneos.
Fueron los navegantes musulmanes quienes introdujeron en el Mediterráneo la vela triangular o de cuchillo, (la que curiosamente suele denominarse latina), que ellos trajeron de su navegación por el Índico y que permitía navegar de costado y no siempre “viento en popa”; además, eran manejadas con más facilidad y por menos marineros.
Personalmente me toca muy de cerca que el nombre de llaút -en valenciano llaüt- (nuestra embarcación, la de Cristian, “el capitán Galatea”, aquí en la Bahía de Altea) sea una palabra catalana procedente del árabe al-ud que significa madera, una maravillosa barca de cabotaje para seis personas, antaño muy utilizada en Levante, aunque ahora en triste decadencia.
En fin, los árabes perfeccionaron y difundieron la brújula, el astrolabio, la carta náutica y (como acabo de anotar) la vela latina, elementos que hicieron posible la etapa de grandes navegaciones y descubrimientos de la segunda mitad del siglo XV.
En poco más de tres siglos desde la formación del islam, sus marinos habían puesto en contacto el Índico y el Mediterráneo, e incluso se adentraban valerosamente en el que ellos dieron en llamar al-bahr al-mubit, el océano circundante (también “la mar de color de pez”, “el gran verde” o “la mar occidental”).
Para apuntalar la pasión de navegar de los árabes islamitas, solo tenemos que recordar las palabras de Simbad el Marino, protagonista de una de las principales series de las “Mil y una Noches”,inolvidable obra escrita entre los siglos X y XV, aunque, en verdad, esta serie de los relatos de Simbad no pertenecían al original y se incorporaron algún siglo más tarde:
“Habéis de saber que llevaba yo en Bagdad la vida más deliciosa cuando, un día de los días, hubo de ocurrírseme la idea de echarme a viajar por los países de las gentes y sintió mi alma la nostalgia de traficar y recorrer tierras e islas y vagar por el mundo ganándome la vida. Y llegó a asediarme tanto esta idea que acabé por tomar de mis caudales una suma considerable y la invertí en comprar mercancías y géneros propios para comerciar con ellos, y los empaqueté y luego me dirigí a la marina y hallé allí fondeado un barco muy nuevecito y muy majo, con velamen de tela buena y a su bordo pasaje numeroso”.
Para terminar y con referencia a nuestra Hispania, aunque Al Ándalus mantuvo relaciones comerciales con los territorios cristianos, se integró sobre todo en el amplio circuito económico del mundo islámico, beneficiándose de su intensa actividad y riqueza. El dominio que los musulmanes ejercían sobre la vertiente meridional y oriental del Mediterráneo potenció el comercio exterior andalusí, cuyo principal artículo de exportación era el aceite.
Teniendo presente lo anteriormente escrito sobre los pueblos que han hecho la historia del Mediterráneo, únicamente Roma logró controlar toda su extensión y convertirlo en una gran autopista salada, de tal manera que durante el Imperio (27 a.C-476 d. C.) ningún otro pueblo fue rival al dominio romano del Mediterráneo y César tuvo el ámbito mediterráneo bajo su absoluto control.
El comercio floreció y se convirtió en la principal vía de comunicación del Imperio, de tal manera, que, en la máxima época de su expansión, las necesidades de abastecimiento romanas llegaban a las 200.000 toneladas de trigo anuales, de las que, a través del este mar, Egipto proporcionaba aproximadamente un tercio; el resto del grano procedía de Sicilia y de la zona que hoy ocupa Túnez.
Hasta tal punto fue indiscutible el poder y dominio absoluto de los romanos sobre este mar que los sucesivos nombres históricos: Mare Magnum, Mare Internum, Mare Medi terrarum (Mediterraneo) se aglutinan en el Mare Nostrum por excelencia y sin discusión, Nuestro Mar, y no se olvide que, además de la idea de poder, el nombre hace también referencia a un posesivo de familiaridad: el mar de nuestras costas, de nuestras islas, de nuestros pueblos, de nuestros puertos, de nuestras playas; es decir, un mar conocido, querido y cercano frente a los océanos exteriores.
Los antiguos mapas romanos, cuando dibujaban las tierras atlánticas del continente africano las despachaban con una “papela” en la que se leía: hic sunt leones (aquí hay leones). De África solo les interesaban las costas a la vera del Mediterráneo, el resto del gran continente más bien poco, porque las tierras o lugares donde no llegaban los ojos y los oídos del Imperio eran terras ignotas.
No podemos olvidar que, si el Mare Nostrum es Roma, Roma es hija de Grecia y evidentemente Nuestro Mar, desde el oriente al poniente, es nieto de Grecia.
El Mediterráneo fue el espacio vital de los griegos. Ganaron o perdieron sus guerras en el mar, porque se asentaban (como decíamos de los fenicios) en tierra seca, poco fértil, y se vieron obligados a navegar por su mar, la mejor vía para buscar fortuna en las colonias, el comercio y, muy importante, también para expandir su modo de pensar y de vivir, es decir, (arriba lo he indicado) diversos modelos religiosos, filosóficos, políticos, artísticos y un sinfín de innovaciones, asumidas por Roma, y que constituyen lo que conocemos como “la civilización clásica”.
Durante siglos, este mar que encierra diecisiete mares ha sido un símbolo de unión hasta el punto de conformar una identidad cultural, gastronómica, comercial intelectual y afectiva común entre sus gentes. Todo aquel que haya crecido en algún pueblo, aldea o ciudad acariciada por sus tímidas mareas se reconoce en ellas. En sus medias lunas de arena, en sus costas de rocas bravas, en sus montes cubiertos de encinas, pinos y genista, de olivos y de vides. En su luz única y sus atardeceres vehementes.
El Mediterráneo es, en su sentido más estricto, una patria. No una entidad política ni una identidad afectiva e intelectual. La de Homero, Sófocles, Esquilo y Eurípides; la de Píndaro, la de Ramón Llull y Cavafis; la de Camus, la de Graves; la de Rossellini, la de Vázquez Montalbán, González Ledesma, Camillieri, [Pérez Reverte] y Markaris. La de tantos otros que la han soñado, escrito, cantado a lo largo de los siglos. Es el mar que desentrañaron fenicios y griegos y a cuyas orillas nació el alfabeto; el que besó Tiros, Biblos, Sidón, Acco, Berito, Cartago y Troya, la de los altos muros; y Constantinopla, Venecia y Alejandría. El okéano en cuyas riberas nacieron la Democracia, la Filosofía, el Urbanismo y la Escritura moderna.
Carlos Bassas del Rey, España, 1974
*Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).