Cansados del actual erial de terapias en el que viven, los afectados con covid persistente han trasladado al Parlamento vasco la desprotegida situación de su patología.
Mientras el Osakidetza (Servicio de Salud del País Vasco ha decretado que el boletín epidemiológico pase a tener una periodicidad quincenal en vez de semanal, aún informando de la incidencia y nuevos contagios por Covid-19 pero recogiendo en su documento los indicadores más relevantes de la incidencia del virus Corona en la población mayor de 60 años, únicamente, los aquejados de long Covid han alzado sus voces para reclamar más atención sanitaria para su dolencia.
Covid persistente, una enfermedad que exige más investigación
A la cabeza de esta reclamación emisaria ante la comisión de Salud del Parlamento vasco, manifestada por cierto este lunes, ha estado la asociación Long Covid Euskal Herria, enarbolando la bandera del entendimiento y pidiendo más «investigación» sobre una enfermedad «infradiagnosticada», a su parecer.
«Somos personas jóvenes que llevamos vidas de ancianos. No teníamos patologías previas y ahora somos enfermos que no hemos recuperado nuestra vitalidad anterior a la infección. Algunos necesitamos muletas o andador y vamos degenerando cada vez más», manifestaron.
Una desalentadora situación que los ha empujado a demandar «más formación» en lo que a los médicos de Atención Primaria se refiere, solicitando de igual modo un protocolo único de tratamiento ante su Covid persistente, ya que la tendencia actual de los sanitarios frente al Coronavirus de larga duración consiste en derivar a los pacientes y hacerles desfilar «de un especialista a otro».
Una reclamación parlamentaria que, en definitiva, tiene como objetivo conseguir que haya una mayor formación sobre el Covid persistente entre los médicos, a fin de que el tratamiento de esta enfermedad se pueda servir en bandeja de atención global y de un protocolo unitario y eficaz.
Covid persistente, ese mal que nunca cesa
Hablamos de una afección que, si bien apareció durante la primavera del 2020, a lomos del auge del coronavirus y su pandemia, ha estado meses y años sin nombre propio ni definición clara, huérfano incluso de una comunidad de pacientes que le dieran voz y defensa y visibilidad, ganándose sin embargo a muchos médicos que desestimaban su presencia.
Una patología que, en definitiva, se caracteriza por hacer constante los signos de la enfermedad del virus SARS-CoV-2 incluso semanas y meses después de la infección inicial; y entre cuyos síntomas principales se encuentran la fiebre y el cansancio, la fatiga crónica y la niebla mental, la taquicardia y los mareos, el deterioro cognitivo moderado y el síndrome depresivo reactivo grave, el insomnio y la pérdida de olfato, el dolor de cabeza y los problemas de orientación y de movilidad y eso por mencionar unos cuantos.
Pero lo peor del covid persistente, o más bien del futuro terapéutico que pinta para sus afectados, es que aún hoy carece de definición única y oficial, así como de un protocolo universal en el que las organizaciones y los sanitarios puedan apoyarse y recurrir con salud. Una compleja situación en la que tampoco ayuda el hecho de que tampoco se puedan cuantificar sus riesgos, no al menos por completo, ni de que aún no haya un claro consenso sobre sus síntomas entre los científicos.