**Miguel Díez R. El Viejo Profesor 

El siglo XV representa un cambio muy profundo respecto a la centuria anterior y, sin embargo, no es todavía el Renacimiento. Es un momento de efervescencia intensa de corrientes nuevas y valores antiguos. Es este siglo el que dará el vuelo definitivo hacia la nueva mentalidad que supondrá La Edad Moderna. Se podría decir, que el XIV es la niñez, el XV, la pubertad y juventud, y el XVI la madurez de un cambio total de mentalidad y de modo de vida. El aspecto más radical y profundo de dicho cambio es el paso de una actitud teocéntrica medieval a una antropocéntrica renacentista.

Se suele dividir el siglo XV en tres épocas: 

La de Juan II (1406-1454): intensa vida cortesana y cultural que, a pesar la debilidad del monarca y las luchas partidistas, la nobleza se aficiona al arte y a las letras en el ambiente palaciego. Entusiasmo por la antigüedad clásica y las corrientes venidas de Italia que llevan a una erudición con frecuencia nada bien asimilada que da como resultado obras, en general, artificiosas e incluso pedantes.

Época de Enrique IV: desorden político y anarquía nobiliaria. En literatura solo se salva la figura inmortal de Jorge Manrique.

Los Reyes Católicos (1479-1516): estabilidad política, al desaparecer la anarquía interior y las banderías. La conquista de Granada, la expulsión de los judíos y el descubrimiento de América, inaugurarán una nueva época en todos los sentidos y, si añadimos el creciente contacto con Italia y la invención de la imprenta, podemos colocar la guinda sobre la tarta.

La Celestina, la obra más perfecta del siglo y una de las más importantes de toda la literatura española y universal, significará un enorme paso hacia el equilibrio y la armonía clásica, y esa simbiosis tan española entre lo viejo y lo nuevo.

En poesía pasamos de largo la cortesana de Los cancioneros, la poesía satírica e incluso a Juan de Mena y como ya me detenido abundantemente en el Romancero y poesía popular tradicional, sentaré plaza con el Marqués de Santillana y,  desde luego, con Jorge Manrique que cerrará este género literario como broche de oro, sin discusión alguna.

Nada de prosa didáctica, aunque orillemos al otro Arcipreste, el de Talavera y su Corbacho, y lo mismo haré con la novela sentimental de Diego de San Pedro y su Cárcel de amor.

En teatro echamos un tenue velo a Gómez Manrique y a Juan del Encina cuya principal producción pertenece ya al siglo XVI.

Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana (1438-1458)

Don Íñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana es uno de los escritores más importantes del siglo XV. Prototipo del caballero letrado de la época, desarrolló una intensa actividad humanística de traducción y colección de numerosos libros, que reunió en su biblioteca del palacio de Guadalajara.

 Miembro de una de las familias más poderosas de la nobleza, intervino activamente en la política de la época y participó en diversos hechos de armas. Su obra poética siempre manifiesta su talento flexible y ameno con el que recorrió todos los géneros y formas de la literatura poética de su tiempo, porque,, gracias a su destreza técnica y su fantasía fresca pasa sin el menor esfuerzo de lo grave y doctrinal a lo galante y fugitivo.

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Selecciono el precioso villancico a tres hijas suyas y la más famosa de sus serranillas.

Villancico Fecho por el Marqués de Santillana a unas tres fijas suyas

Las tres cancioncillas que encontramos al final de cada estrofa no son obra de Santillana, sino que se trata de canciones populares que él engastó dentro de una obra culta, consiguiendo así una mezcla de los dos tipos de poesía de la época.

Vemos que se trata de un poema lírico, como ocurre siempre con el villancico, aunque en este caso nos narra una historia sobre cómo el poeta ha conseguido acercarse y escuchar a las damas que se encuentran dialogando. En él, los villancicos, propiamente dichos, solo aparecen en los versos anteriormente mencionados. 

Esta práctica de incluir lírica tradicional dentro de un poema de carácter culto no es una novedad, pues, ya se dio en la literatura peninsular. Lo vimos cumplidamente al tratar de las jarchas en la poesía árabe, el más claro ejemplo de ello, y lo recuerdo de nuevo:

 Cuando, cansados del refinamiento y las viejas formas, los poetas cultos árabes descubren una manera de innovar mediante la inclusión de cancioncillas populares. Estos estribillos tradicionales que se incluían en composiciones cultas no solo chocaban por la forma poética, sino también por la lengua, pues estos estribillos inspirados en lo popular estaban escritos en una lengua mixta, la lengua mozárabe, mientras que el resto de la composición se encontraba escrito en lengua árabe. Esta diferencia de la lengua no se ve en el caso de los villancicos, si bien dista de la literatura culta en el registro que utiliza, con un tono mucho más rústico.

Por una gentil floresta                

De lindas flores e rosas               

Vide tres damas fermosas          

Que de amores han reqüesta.             

Yo con voluntat muy presta                

Me llegué a conosçellas               

Començó la una d’ellas               

Esta cançión tan honesta:          

      «Aguardan a mí:           

      Nunca tales guardas vi».                

Por mirar su fermosura              

D’estas tres gentiles damas,                

Yo cobrime con las ramas,                  

Metime so la verdura.                 

La otra con grand tristura                  

Començó de sospirar                  

E deçir este cantar             

Con muy honesta mesura:                   

      «La niña que amores ha,                

      Sola ¿cómo dormirá?»          

Por no les façer turbança           

Non quise yr más adelante                  

A las que con ordenança            

Cantavan tan consonante.                   

La otra con buen semblante                

Dixo: «Señoras de estado,          

Pues las dos avéis cantado,                 

A mí conviene que cante:           

  Dejatlo, al villano pene;            

Véngueme Dios delle».                

Arriba Desque ya ovieron cantado             

Estas señoras que digo,              

Yo salí desconsolado,                   

Como home sin abrigo,              

Ellas dixeron: «Amigo,               

Non soys vos el que buscamos;           

Mas cantat, pues que cantamos:                  

      «Sospirando yva la niña                 

      E non por mí,                 

      Que yo bien se lo entendí».            

Serranilla VII. La vaquera de la Finojosa

Las canciones de serrana españolas hunden sus raíces en la antigua tradición de la lírica popular castellana. Eran unos cantares muy breves puestos en boca de un esforzado caminante que expresaba su esperanza de que, en la montaña, habría de encontrarse con una bella muchacha que le ayudaría a pasar la sierra, si no es que, además, le otorgara otros favores. Así, por ejemplo, las que dicen: “Encima del puerto / vide una serrana; / sin duda es galana” o “¿Por dó pasaré la sierra, / gentil serrana morena?”. Dada la frecuencia de dichas canciones, el supuesto Arcipreste de Hita, con afán desmitificador, hiperrealista y paródico, presenta, en las cuatro cantigas de serrana del Libro de Buen Amor, otros tantos encuentros con cuatro mozas, a cual más montaraz y bravía, alguna acuciada por libidinosos deseos, y todas ávidas de dinero.

Sin embargo, en el siglo siguiente y en las estilizadas serranillas de Santillana, se cambian las tornas. El narrador no es ya un pobre pastor o un rústico, ni tampoco un clérigo ajuglarado, sino un caballero que cuenta -como si lo hiciera a otros nobles amigos- que en el camino de la sierra encontró a una pastora a la que requirió de amores; y si unas veces lo consiguió, otras fue rechazado por ella. 

Los ritmos y situaciones, tomados de la lírica popular, se alían con los influjos de la pastourelle provenzal y, sobre todo, de la pastorella italiana.  La acción está más desarrollada y cobra mayor importancia el diálogo como también exquisitas e irónicas actitudes de cortesía y refinados matices eróticos que la pluma de don Íñigo supo expresar con mesura y gracia, como señalaron los profesores Lapesa y Durán.

En efecto, la idealización bucólica, más el ritmo ágil, la frescura de los versos y el realismo refinado son notas distintivas de esta célebre “Serranilla VII”, La Vaquera de la Finojosa. 

Todo en el poema es encantador: las referencias a sí mismo, cansado de tanto cabalgar y perdido en el camino, el hábil bosquejo del lugar del encuentro -verdadero “locus amœnus”- y el ponderado elogio de la belleza de la muchacha, “fablando sin glosa”, o sea, sin circunloquios ni exageraciones. La Vaquera de la Finojosa quedó como tipo eterno del género

El diálogo final es una auténtica delicia. Frente a la pregunta desviada del caballero, como si se refiriera a otra moza, y que, según comenta como de pasada, la realiza “por saber quién era” -lo que equivale a decir de qué condición-, la rápida respuesta de la vaquera, que elude, con firmeza e ironía, la indirecta proposición amorosa del señor.

El final es incierto, pero puede suponerse que el noble caballero se retira sin insistir más y, en cambio, prevalece su asombro por haber encontrado, en un lugar agreste y “cuidando ganado / con otros pastores”, la sorprendente gracia y belleza de “aquella vaquera de la Finojosa.

   Moza tan fermosa 

non ví en la frontera, 

como una vaquera

de la Finojosa. 

  Faciendo la vía 

 del calatraveño

 a Santa María, 

vencido del sueño, 

por tierra fragosa 

perdí la carrera, 

do vi la vaquera 

de la Finojosa 

   En un verde prado 

de rosas e flores, 

guardando ganado 

con otros pastores, 

la vi tan graciosa 

la ví tan graciosa 

que apenas creyera

que fuese vaquera 

de la Finojosa. 

   Non creo las rosas 

de la primavera 

sean tan fermosas 

nin de tal manera, 

fablando sin glosa, 

si antes supiera 

de aquella vaquera 

de la Finojosa.

  Non tanto mirara 

su mucha beldad, 

porque me dexara

en mi libertad. 

mas dixe :-Donosa 

(por saber quién era) 

¿aquella es la vaquera

de la Finojosa…? 

 Bien como riendo, 

dixo: -«Bien vengades; 

que ya bien entiendo 

lo que demandades:

non es desseosa 

de amar, nin lo espera, 

aquessa vaquera 

de la Finojosa. » 

Jorge Manrique (1440-1479)

Coplas a la muerte del maestre don Rodrigo Manrique       

(Selección)

Las “Coplas a la muerte del maestre don Rodrigo Manrique” son una obra maestra de la lírica universal, por su profunda reflexión sobre la vida y la muerte, mediante un lenguaje tan próximo a nosotros que nos encandila y nos hace vibrar.  De ellas dijo Lope de Vega que merecerían estar escritas con letras de oro. 

Se trata de una elegía de tono sentencioso, una profunda reflexión sobre el sentido de la vida humana en la que el poeta adopta la 1ª persona del plural, que a todos incluye, para así hacer hincapié en el carácter moral de su discurso y en la universalidad del Fugit irreparabile tempus, y de la muerte; y ello ya desde el comienzo, en que destaca la famosa copla 3ª con la doble metáfora vida: río / mar:morir, convertida en dicho proverbial en nuestra lengua.

El poeta distingue tres vidas, dos prioritarias: la de la tierra que finaliza con la muerte, y la de la otra vida, la espiritual-eterna. La tercera vida que Manrique añade es la de la fama, la lograda en este mundo con las buenas obras propias del buen caballero cristiano, y que hará perdurar su presencia en la memoria de los otros y no caer en el olvido. 

La elegía manriqueña es el mayor y más conseguido repertorio de tópicos medievales. En ella, como certeramente demostró Pedro Salinas, conviven tradición y originalidad. Tradición porque pocas ideas son originales de Manrique; originalidad porque su expresión, acertadísima, ha quedado como la forma más acabada de expresar aquello que otros antes que él ya lo habían dicho -la imitación, como lo dejó muy claro Dámaso Alonso, no excluye la originalidad cuando es verdaderamente arte- además, aunque no exentas de retórica, las Coplas están escritas en un estilo claro y sobrio, con sorprendente naturalidad expresiva, precursoras de la naturalidad renacentista.

                             I   

   Recuerde el alma dormida,

avive el seso y despierte, 

contemplando 

cómo se pasa la vida, 

cómo se viene la muerte 

tan callando, 

cuán presto se va el placer,

cómo, después de acordado, 

da dolor,

cómo, a nuestro parescer, 

cualquiera tiempo pasado 

fue mejor.

         III

    Nuestras vidas son los ríos 

que van a dar en la mar, 

que es el morir; 

allí van los señoríos 

derechos a se acabar 

y consumir;

allí los ríos caudales, 

allí los otros medianos 

y más chicos; 

allegados, son iguales 

los que viven por sus manos 

y los ricos.

                     V

    Este mundo es el camino 

para el otro, que es morada

sin pesar; 

mas cumple tener buen tino 

para andar esta jornada 

sin errar. 

Partimos cuando nascemos,

andamos mientras vivimos, 

 y llegamos 

al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos, 

descansamos.

           VIII

Ved de cuán poco valor 
son las cosas tras que andamos 
y corremos, 
que, en este mundo traidor, 
aun primero que muramos 
las perdemos. 
Dellas deshaze la edad, 
dellas casos desastrados 
que acaeçen, 
dellas, por su calidad, 
en los más altos estados 
desfallescen. 

        XIV

Estos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
con casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas.
Así que no hay cosa fuerte,
que a Papas y Emperadores
y Prelados,
así los trata la Muerte
como a los pobres pastores
de ganados. 

             XVII

      ¿Qué se hicieron las damas,

sus tocados y vestidos,

sus olores?

  ¿Que se hicieron las llamas 

de los fuegos encendidos

de amadores?¿Qué se hizo aquel trovar, 

las músicas acordadas 

 que tañían?

¿Qué se hizo aquel danzar, 

aquellas ropas chapadas 

 que traían?

           XXIII

Tantos duques excelentes, 
tantos marqueses e condes 
e varones 
como vimos tan potentes, 
dí, Muerte, ¿dó los escondes, 
e traspones? 
E las sus claras hazañas 
que hizieron en las guerras 
y en las pazes, 
cuando tú, cruda, t’ensañas, 
con tu fuerça, las atierras 
e desfazes.

        XXIV

Las huestes inumerables, 
los pendones, estandartes 
e banderas, 
los castillos impugnables, 
los muros e balüartes 
e barreras, 
la cava honda, chapada, 
o cualquier otro reparo, 
¿qué aprovecha? 
Cuando tú vienes airada, 
todo lo passas de claro 
con tu flecha.

            XXV

 Aquél de buenos abrigo,

amado, por virtuoso, 

de la gente, el maestre don Rodrigo 

Manrique, tanto famoso 

y tan valiente; 

   sus hechos grandes y claros 

no cumple que los alabe, 

pues los vieron, 

ni los quiero hacer caros 

pues que el mundo todo sabe 

cuáles fueron.

           XXVI

Qué amigo de sus amigos!,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡qué enemigo de enemigos!,
¡qué maestre de esforzados
y valientes!,
¡qué seso para discretos!,
¡qué gracia para donosos!,
¡qué razón!,
¡cuán benigno a los sujetos!,
y a los bravos y dañosos,

¡qué león! 

            XXXIII

   Después de puesta la vida 

tantas veces por su ley

al tablero; 

después de tan bien servida 

la corona de su rey 

verdadero;

   después de tanta hazaña 

a que no puede bastar 

cuenta cierta, 

en la su villa de Ocaña 

vino la Muerte a llamar 

a su puerta,

                   XL

    Así, con tal entender,

todos sentidos humanos 

conservados,

cercado de su mujer

y de sus hijos y hermanos 

y criados, 

 dio el alma a Quien se la dio, 

(el cual la ponga en el cielo,

en su gloria), 

que, aunque la vida perdió, 

dejonos harto consuelo 

su memoria.

Fernando de Rojas (hacia 1475-1541)

La Celestina.

Nos han llegado dos versiones de esta obra: la primera, de diecisiete actos, titulada Comedia de Calisto y Melibea (Burgos, 1499); la segunda, de veintiún actos, titulada Tragicomedia de Calisto y Melibea (Salamanca, Sevilla y Toledo, 1502). El título de La Celestina, –con que ya se nombraba popularmente desde muy temprano- no se usa en las ediciones hasta bastante tiempo después.

 ¿Y qué sabemos de Fernando de Rojas? Más bien poco: que nació donde él afirma, poseyó una importante biblioteca, y se estableció en Talavera de la Reina donde ejerció el cargo de Alcalde Mayor. Y algo importante: era judío converso.

El argumento y la estructura de la obra lo podéis consultar en Google. Nunca olvidéisque «Entre el cielo y la tierra solo existe Google, el oráculo que a todo responde». 

 Lida de Malkiel dice que es obra primera y única en cuanto a la creación de caracteresLa Celestina es una obra literaria rodeada de interrogantes sobre todo en lo que respecta a los personajes que Rojas diseñó con tanto mimo y cuidado.  Aunque Calisto y Melibea aparecen como protagonistas, es Celestina la que señorea la obra entera. 

Se ha dicho que es una figura demoníaca, y lo humano de ella, y de ahí su universalidad, es que lo demoníaco de sus tretas está siempre al servicio de su interés. Conocedora de la naturaleza humana, con inmensa experiencia y una gran capacidad de persuasión, pone en práctica los recursos necesarios para su medro, y así como sirve al mal, serviría igual al bien si ello le reportara utilidad. Si Rojas hubiera escrito su obra actualmente, escribió el profesor Juan Luis Alborg Alborg, en vez de aceite serpentino, sangre de murciélago, invocación al diablo, etc. hubiera tenido una oficina en Los Ángeles y abundantes enlaces con traficantes de drogas y doncellas, lo que demuestra que el aspecto mágico es esencial en la obra como reflejo de la época.

También es importante señalar que Celestina ama su oficio y lo realiza sin ningún escrúpulo, con el interés de una profesional. El fundamento de dicho comportamiento lo constituyen dos aspectos: su filosofía del amor y una definida actitud psicológica. Para ella, el amor es una fuente de vida que la naturaleza proporciona y, por lo tanto, es bueno, obra de Dios; además, en su vida ha sido ley y norte. Psicológicamente, Celestina goza al revivir, realizando su oficio, el esplendor de su juventud amatoria. A todo esto, habría que añadir su importancia social como alcahueta: en todas partes está y todos la solicitan.

Varios aspectos caracterizan a Calisto: poseso del amor, egoísta, manipulable e inseguro, inmaduro, ridículo, patético e “hijo de papa”, y no hace falta decir más. Si leéis la obra entera lo entenderéis meridianamente. Un serio y respetable profesor lo despachó con una expresión muy gráfica y española: Calisto es un “gilipollas”, palabra cuya definición de la RAE no nos convence a muchos: se es gilipollas sin más y esa palabra misma lo dice todo y marca definitivamente a una persona, sin necesidad de definirla, explicarla o aclararla.

Melibea, en cambio, es de una activa resolución. Al principio Calisto no le atrae e incluso manifiesta clara soberbia e, incluso altanería con relación a su pretendiente. Tras los primeros rechazos y zozobras, descubierta la pasión, pasa a la entrega más absoluta y sus actuaciones son claras y precisas, tanto en el amor como en el trato con sus criados y Celestina. Más aún y, sobre todo, en su desenlace final. Frente a la inopia de sus padres, que la creen una palomita inocente, su curiosidad seguramente le ha llevado a más conocimientos de los que sería de esperar por su ambiente familiar, y todavía más, a un conocimiento de las complejas artes femeninas. En fin, además de todo lo dicho, Melibea representa la transgresión sin remordimientos de la norma establecida y el triunfo, por encima de todo, del vitalismo, edulcorado de amor romántico.

Uno de los aspectos más originales de La Celestina es el importante papel ejercido por lo personajes del mundo bajo. En la tragedia clásica solo intervenían reyes, héroes e, incluso, dioses; sin embargo, en la obra de Rojas las gentes del pueblo entran en tromba a formar parte importante en la trama trágica. El resultado ha sido que con una audacia literaria inusual ha hecho intervenir en su obra a los criados y a las prostitutas como si se tratase, de personajes de alto rango.

¿Y que se puede decir de los padres de Melibea? Aisa es autoritaria, pagada de su posición e ignorante en todo lo que se refiere a su hija. Pleberio es padre amoroso, preocupado por la seguridad económica de su hija, de la que, en definitiva, también lo desconoce todo. Por otra parte, con su retórico discurso, dará el testimonio de la enseñanza final: 

su imprevisora paternidad será la causa de que Melibea caiga en las asechanzas del loco amor.

En cuanto al género literario de La Celestina, resumo al máximo: La estructura es básicamente dramática, pero desborda los moldes del drama porque también se podría catalogar como una obra cómica con desenlace trágico. En cuanto a la intencionalidad de la obra: la inmensa riqueza de vida que la obra nos ofrece posibilita la multiplicidad de sentidos e interpretaciones, como ocurre con la vida misma.

Un elemento muy llamativo de este clásico literario es el lenguaje que emplea. La huella culta y la popular convergen admirablemente en esta obra y determinará tanto su lenguaje como su estilo: lenguaje culto y latinizante, cargado de artificios, y un habla popular lleno de expresiones mundanas, vivaces o refranes, a pesar de que la separación no es nítida y, con frecuencia, ambas tendencias se entrecruzan. Y no se puede dejar de lado la suma perfección del diálogo: monólogos caracterizadores, diálogos oratorios y diálogos breves de gran belleza. 

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Estamos ante una obra clásica por los cuatro costados. Dejaros de lecturas baratas y facilonas, haced un esfuerzo en vuestra vida tan condicionada por los móviles e imágenes que todo lo inundan, y leed, La Celestina, y, “os prometo” que agradeceréis la recomendación de este viejo profesor. 

¿Leer edades juveniles enterita La Celestina? ¿Utopía o realidad? Seguramente habrá algunos alumnos o lectores medios que puedan hacer esa lectura en un texto bien actualizado o modernizado, porque son lectores “profesionales”: en casa han encontrado un ambiente lector favorable –“se nota mucho quiénes tienen libros en casa”– y han leído desde pequeños, se lo ha recomendado alguien importante en sus vidas o, especialmente, porque han tenido buenos profesores de Literatura. Puede haberlos, pero, con toda seguridad, más bien pocos.

Ante esta situación y para facilitar un posible acercamiento a alumnos  o a  cualquier lector que no la conozca, presento una selección de La Celestina reducida, con unos textos que juzgo personalmente muy significativos de la obra. Me he permitido -con total libertad- practicar una labor de simplificación, eliminando en los textos algunas frases, o encadenar situaciones, en busca de una lectura más fácil y concentrada. Pero, que quede claro que todas las palabras son de su autor, eso sí, en las mejores versiones que he encontrado, modernizadas levemente, con sumo respeto al original. 

Auto I

SEMPRONIO: Digo que ¿cómo puede ser mayor tu dolor que el de

tanta gente? Tus palabras van contra la religión cristiana.

¿Tú no eres cristiano?

CALISTO: ¿Yo? Melibeo soy. A Melibea adoro, en Melibea creo y

a Melibea amo.

SEMPRONIO: Ahora ya sé de qué pie cojeas. Yo te curaré

CALISTO: Prometes cosas imposibles.

SEMPRONIO: ¿Imposible? ¡Fácil! Para poder curarse hay que conocer la enfermedad. Yo conozco la tuya.

CALISTO: Sempronio, ¿sabes cuál es mi mal?

SEMPRONIO: Que amas a Melibea.

CALISTO: ¿Nada más?

SEMPRONIO: Te parece poco. No deberías someter tu dignidad de hombre a la imperfección de una mujer.

CALISTO: ¿Mujer? ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO: ¿Te burlas?

CALISTO: No hay otro Dios en el cielo, sino ella.

SEMPRONIO: (Aparte). ¡Ja, ja, ja! ¿Oíste qué blasfemia?

CALISTO: ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO: De que hablas de Melibea como de un dios. 

CALISTO: Sí. Porque amo a Melibea, y no puedo alcanzarla.

CALISTO: ¿Qué dices?

SEMPRONIO: Que me digas cómo es Melibea.

CALISTO: Comenzaré por sus cabellos. ¿Ves las madejas de oro de Arabia? Más brilla su pelo. Los ojos son verdes, las pestañas largas, las cejas delgadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los labios rojos y gruesos. El pecho alto y redondas sus tetas. La piel más blanca que la nieve.

PÁRMENO.-  Señor, Sempronio y una puta vieja alcoholada daban aquellas porradas.

CALISTO.-  ¡Calla, calla, malvado, que es mi tía! ¡Corre, corre, abre! Siempre lo vi, que por huir hombre de un peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este hecho de Pármeno, caí en indignación de ésta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO.-  ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congojas? ¿Y tú piensas que es vituperio en las orejas  de ésta el nombre que la llamé? No lo creas, que así se glorifica en le oír. Y demás de esto es nombrada y por tal título conocida. Si entre cien mujeres va y alguno dice «¡puta vieja!», sin ningún empacho luego vuelve la cabeza y responde con alegre cara. En los convites, en las fiestas, en las bodas, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella pasan tiempo. Si pasa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dicen «¡puta vieja!». Las ranas de los charcos otra cosa no suele mentar. Si va entre los herreros, aquello dicen sus martillos. Carpinteros y armeros, herradores, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el aire su nombre. Cantan los carpinteros, péinanla los peinadores, tejedores, labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella pasan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. ¡Qué quieres más, sino que si una piedra topa con otra luego suena «¡puta vieja!»!

Auto IV


 CELESTINA.-  Señora, Dios la deje gozar su noble juventud y florida  mocedad, que es tiempo en que más placeres y mayores deleites se alcanzarán. Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo por venir, vecina de la muerte, choza sin rama que se llueve por cada parte, cayado de mimbre que con poca carga se doblega.
MELIBEA .- ¿Por qué dices, madre, tanto mal de lo que todo el mundo gozar y ver desea?
CELESTINA.-  Desean harto mal para sí, desean harto trabajo. Desean llegar allá porque llegando viven y el vivir es dulce y viviendo envejecen. Así que el niño desea ser mozo y el mozo viejo y el viejo, más; aunque con dolor. Todo por vivir. Pero, ¿quién te podría contar, señora, sus daños, sus fatigas, sus cuidados, sus enfermedades, su frío, su calor, su descontentamiento, su pesadumbre, aquel arrugar de cara, aquel mudar de cabellos su primera y fresca color, aquel poco oír, aquel debilitado ver, puestos los ojos a la sombra, aquel hundimiento de boca, aquel caer de dientes, aquel carecer de fuerza, aquel flaco andar, aquel espacioso comer? Pues si lo dicho viene acompañado de pobreza, allí verás callar todos los otros trabajos, cuando sobra la gana y falta la provisión, que jamás sentí peor ahíto que de hambre.
MELIBEA.-  Bien conozco que hablas de la feria según te va en ella. Así que otra canción dirán los ricos.
CELESTINA.-  Señora hija, a los ricos se les va la gloria y descanso por otros albañales de asechanzas. Aquel es rico que está bien con Dios. Mejor sueño duerme el pobre que no el que tiene de guardar con solicitud lo que con trabajo ganó y con dolor ha de dejar. Mi amigo no será simulado, y el del rico sí. Yo soy querida por mi persona, el rico por su hacienda. Nunca oye verdad, todos le hablan lisonjas a sabor de su paladar, todos le han envidia. Apenas hallarás un rico que no confiese que le sería mejor estar en mediano estado o en honesta pobreza. Las riquezas no hacen rico, mas ocupado; no hacen señor, mas mayordomo. Más son los poseídos de las riquezas que no los que las  poseen. A muchos trajo la muerte, a todos quita el placer, y a las buenas costumbres ninguna cosa es más contraria. Cada rico tiene una docena de hijos y nietos que no rezan otra oración, no otra petición, sino rogar a Dios que le saque de medio de ellos. No ven la hora que tener a él so la tierra y lo suyo entre sus manos y darle a poca costa su morada para siempre.
MELIBEA.-  Madre, gran pena tendrás por la edad que perdiste. ¿Querrías volver a la primera?
CELESTINA.-  Loco es, señora, el caminante que, enojado del trabajo del día, quisiese volver de comienzo la jornada para tornar otra vez a aquel lugar, que todas aquellas cosas cuya posesión no es agradable, más vale poseerlas que esperarlas, porque más cerca está el fin de ellas cuanto más andado del comienzo. No hay cosa más dulce ni graciosa al muy cansado que el mesón. Así que, aunque la mocedad sea alegre, el verdadero viejo no la desea, cuasi otra cosa no ama sino lo que perdió.
MELIBEA.-  Siquiera por vivir más, es bueno desear lo que digo.
CELESTINA. – Ninguno es tan viejo que no pueda vivir un año, ni tan mozo que hoy no pudiese morir. Así que en esto poca ventaja nos lleváis.
MELIBEA.-  Espantada me tienes con lo que has hablado. Indicio me dan tus razones que te haya visto en otro tiempo. Dime, madre, ¿eres tú Celestina, la que solía morar a las tenerías cabe el río?  Auto IX  AREÚSA.-  Así goce de mí, que es verdad que estas que sirven a señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientes, con iguales a quien puedan hablar tú por tú, con quien digan: «¿qué cenaste?», «¿estás preñada?», «muéstrame tu enamorado»; «¿cuánto ha que no te vio?», «¿cómo te va con él?», y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh tía, y qué duro nombre y qué grave y soberbio es «señora» contino en la boca! Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer, que jamás me precié de llamarme de otra sino mía, mayormente de estas señoras que ahora se usan. Gástaste con ellas lo mejor del tiempo y con una saya rota de las que ellas desechan pagan servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, contino sojuzgadas, que hablar delante ellas no osan. Y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un caramillo: que se echan con el mozo o con el hijo, o pídenles celos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza o perdió el anillo; danles un ciento de azotes y échanlas la puerta fuera, las haldas en la cabeza, diciendo: «¡allá irás, ladrona, puta, no destruirás mi casa y honra!». Así que esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Oblíganse a darles marido, quítanles el vestido. Nunca oyen su nombre propio de la boca de ellas, sino «puta acá», «puta acullá», , «¿qué hiciste, bellaca?», «¿por qué comiste esto, golosa?», «¿cómo fregaste la sartén, puerca?», «¿por qué no limpiaste el manto, sucia?», «¿cómo dijiste esto, necia?», «¿cómo faltó el paño de manos, ladrona? A tu rufián le habrás dado», Y tras esto mil chapinazos y pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar, no quien pueda sufrirlas.. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios, sojuzgada y cautiva.  Auto XII   SEMPRONIO.-  Yo dígole que se vaya y abájase las bragas; no ando por lo que piensas. No entremetas burlas a nuestra demanda, que con ese galgo no tomarás, si yo puedo, más liebres. A perro viejo, no cuz cuz. Danos las dos partes de cuanto de Calisto has recibido,CELESTINA.-  ¿Quién soy yo, Sempronio? ¿Quitásteme de la putería? Calla tu lengua, no amengües mis canas, que soy una vieja cual Dios me hizo, no peor que todas. Vivo de mi oficio, como cada cual del suyo, muy limpiamente. A quien no me quiere no lo busco; de mi casa me vienen a sacar. Si bien o mal vivo, Dios es el testigo de mi corazón. Y no pienses con tu ira maltratarme, que justicia hay para todos y a todos es igual. Tan bien seré oída, aunque mujer, como vosotros. Y tú, Pármeno, no pienses que soy tu cautiva por saber mis secretos y mi vida pasada, y los casos que nos acaecieron a mí y a la desdichada de tu madre. PÁRMENO.-  ¡No me hinches las narices con esas memorias; si no, enviarte he con nuevas a ella, donde mejor te puedas quejar!CELESTINA.-  ¡Elicia, Elicia, levántate de esa cama! ¡Daca mi manto, presto!, que, por los santos de Dios, para aquella justicia me vaya bramando como una loca. ¡Con una oveja mansa tenéis vosotros manos y braveza, con una vieja de sesenta años! ¡Contra los que ciñen espada mostrad vuestras iras, no contra mi flaca rueca! Las sucias moscas nunca pican sino los bueyes magros y flacos. Los gozques ladradores a los pobres peregrinos aquejan con mayor ímpetu. Si aquella que allí está en aquella cama me hubiese a mí creído, jamás quedaría esta casa de noche sin varón, ni dormiríamos a lumbre de pajas; pero, por aguardarte, por serte fiel, padecemos esta soledad. Y como nos veis mujeres, habláis y pedís demasías, lo cual, si hombre sintieseis en la posada, no haríais.SEMPRONIO.-  ¡Oh vieja avarienta, muerta de sed por dinero!, ¿no serás contenta con la tercia parte de lo ganado?CELESTINA.-  ¿Qué tercia parte? Vete con Dios de mi casa tú. Y esotro no dé voces, no allegue la vecindad. No me hagáis salir de seso, no queráis que salgan a plaza las cosas de Calisto y vuestras.SEMPRONIO.-  Da voces o gritos, que tú cumplirás lo que prometiste o cumplirás hoy tus días.ELICIA.-  Mete, por Dios, el espada. Tenlo, Pármeno, tenlo, no la mate ese desvariado.CELESTINA.-  ¡Justicia, justicia, señores vecinos! ¡Justicia, que me matan en mi casa estos rufianes!SEMPRONIO.-  ¿Rufianes o qué? Espera, doña hechicera, que yo te haré ir al infierno con cartas.CELESTINA.-  ¡Ay, que me ha muerto! ¡Ay, ay, confesión, confesión!    Auto XIX   MELIBEA. – Y pues eres el dechado de buena crianza ¿cómo no mandas a tus manos que estén quedas? Cata, ángel mío que así como me es agradable tu vista sosegada tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razón. Deja estar mis ropas en su lugar. Holguemos de otros mil modos que yo te mostraré. ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras?CALISTO. – Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.MELIBEA.-  ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia a traer alguna colación?CALISTO.-  No hay otra colación para mí sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y beber dondequiera se da por dinero, en cada tiempo se puede haber y cualquiera lo puede alcanzar, pero ¿cómo mandas que se me pase ningún momento que no goce? Jamás querría, señora, que amaneciese, según la gloria y descanso que mi sentido recibe de la noble conversación de tus delicados miembros.MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me haces con tu visitación incomparable merced.                                                                  Auto XXI   PLEBERIO.- ¡Ay, ay, noble mujer! Nuestro gozo en el pozo. ¡Oh mujer mía! Levántate de sobre ella y, si alguna vida te queda, gástala conmigo en tristes gemidos. Y si ya has dejado esta vida de dolor, ¿por qué quisiste que lo pase yo todo? En esto tenéis ventaja las hembras a los varones, que puede un gran dolor sacaros del mundo sin lo sentir o a lo menos perdéis el sentido, que es parte de descanso. ¡Oh duro corazón de padre! ¿Para quién edifiqué torres? ¿Para quién adquirí honras? ¿Para quién planté árboles? ¿Para quién fabriqué navíos? ¡Oh fortuna variable, ¿por qué no destruiste mi patrimonio?¡Oh mundo, mundo! Yo pensaba en mi tierna edad que eran tus hechos regidos por algún orden; ahora me pareces un laberinto de errores, una morada de fieras, laguna llena de cieno, prado lleno de serpientes, huerto florido y sin fruto, río de lágrimas, mar de miserias, vana esperanza, falsa alegría, verdadero dolor. Prometes mucho, nada cumples Corremos por los prados de tus vicios, muy descuidados, a rienda suelta; descúbresnos la celada, cuando ya no hay lugar de volver. ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¡Oh amor, amor! Herida fue de ti mi juventud, bien pensé que de tus lazos me había librado, cuando los cuarenta años toqué, cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me cortaste el día de hoy. ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se matarían, como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles compañeros. Ellos murieron degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte. Esto todas causas. Dulce nombre se te dio; amargos hechos haces. Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco en la mano, con que tiras a tiento Tu fuego es de ardiente rayo, que jamás hace señal donde llega. Del mundo me quejo, porque en sí me crió, porque no me dando vida, no engendrara en él a Melibea, no nacida no amara, no amando cesara mi quejosa y desconsolada postrimería. ¡Oh mi hija despedazada! ¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por qué me dejaste, cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado, triste y solo in hac lachrymarum valle Y, como decían los clásicos latinos: finis coronat opus                                                          *****               

***Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).

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