Como un tsunami se adentró en los platós españoles, ésos que acaso se rehacían en cada programa. Una televisión española que nunca había visto muslos al aire, recibió con agrado a una Raffaella Carrà que mostraba poco e ilusionaba mucho.
Ésos fueron los primeros mimbres de unos programas en donde participó con mayor o menor acierto, hasta que todos, sin dejar uno, la hicieron propia. Bajo una sonrisa eterna, sexy, extravertida, con un pelo pintado de amarillo, la actriz y bailarina llegó como llegan los grandes: haciendo el ruido necesario para que todos cantaran a su son.
Para hacer bien el amor hay que venir al Sur, lo importante es que lo hagas con quien quieras tú; y si te deja, no lo pienses más; búscate otro más bueno, vuélvete a enamorar…
Y así cantábamos felices.
Su extraordinario talento hizo que el formato magazine de la televisión de la transición fuera cuanto menos un alegato al desparpajo, a la alegría; a los bailes imposibles que enseñaban por primera vez el cacho necesario para que todos se quedaran prendados de ella. Llegaba la edad y aprendió a bajarse de la escena y a presentar programas para dejar que esos trozos de carne los mostraran las jóvenes que habían crecido con sus coreografías.
Sin amantes ¿quién se puede consolar?;
sin amantes esta vida es infernal…
Generación tras generación cantamos sus acordes, en esa televisión única que era compartida cada sábado por toda la familia. Desde el abuelo hasta el nieto, se podía aprehender una nueva forma de vida, que sólo pertenece a quien arriesga para ganársela; y ella, a pesar de todos, triunfó. Nos mostró esas otras cosas de la Europa desconocida por muchos españoles y nos sacó de la mojigatería cuando aparecía cada día en los programas hechos a la carta. Canciones, bailes, trajes con pantalones de campana y fondos creados para recrearnos en su afán.
La Carrà se adelantó a una época posterior, que copió su formato y lo replicó en esta España nuestra. Eso no hizo que ella se viera desplazada; todo lo contrario. Más obscenidad, más creatividad y muchas sonrisas, en esas letras que dejaron entrever qué es lo que se empezaba a crear en España; la nueva televisión del entretenimiento.
Pocas personas conozco que no se sepan esas estrofas imposibles que hoy nos quedan para siempre. A los setenta y ocho años, la vida, (que naturalmente es injusta), se la llevó el año pasado a la aún, joven estrella, (porque la esperanza de vida hoy alcanza los cien años).
Explota, explótame, expló; así hizo y en silencio… Aprendió a vivir con esa enfermedad que explotó sin que nadie lo supiera. Raffaella no murió de repente; sufrió mucho como todos los que tienen enfermedades degenerativas y una fecha de caducidad, pero consintió que supiéramos que ya la vida, su vida, no era una fiesta; ¡qué fantástica, fantástica, esta fiesta; esta fiesta con amigos y sin ti!. El maldito cáncer no perdona a nadie, ni siquiera a la Carrá.
Hoy nos cuentan que ella tendrá una plaza en Madrid. Casi nada.