Transitar por cualquier ciudad en España supone un reto si nos fijamos en el suelo. Los pavimentos podotáctiles son la gran asignatura pendiente en todas o casi todas las localidades de España.

Ciertamente, como he tenido que escuchar alguna vez, la población mayoritariamente ve bien y no necesita de «las indicaciones esas de colores, formas, redondeles o rayas, que muestran el trayecto para ayudar a ésos» que ven poco o no ven nada».

La accesibilidad de los entornos, del transporte, de las ciudades, de los edificios, de los parques, en definitiva de todo cuanto utilizamos para sentirnos seguros, está adaptada con señales verticales, horizontales, semáforos, líneas en el suelo, símbolos, iconos, etcétera. Pero ¿qué hay de los que no ven? ¿Pueden llegar a ser autónomos si no les ayudamos?

Las dificultades a que se expone un invidente o una persona con baja visión es enorme en donde no existen dichas referencias, ni siquiera las del suelo u otras auditivas.

¿Cómo pueden entonces saber dónde está la salida de una estación de metro; la subida de una calle; el cruce o un acceso, por ejemplo?

Facilitar la vida a los mayores que tienen cataratas o una miopía magna es importante si hablamos de iconos, colores o símbolos. No digamos si se ha perdido parte de la visión.

Los pavimentos podotáctiles están ahí para algo, si bien se montan en recorridos absurdos. y no parece que la utilidad de los mismos sea una prioridad a la hora de asfaltar una calle o un paso de cebra. En muchas localidades, pueblos e incluso en ciudades que acaban de rehabilitar vemos cómo muchos de los pavimentos están mal puestos o en el sentido inverso. Los cruces, peligrosos todos ellos, muestran en ocasiones que la acera de la derecha está bien colocada pero al llegar enfrente ya no.

La pregunta siempre es la misma: ¿se sigue la normativa?; y lo que es aún más importante: ¿se cumple?

Reconocer el relieve bien por la botonera (redondeles) o por las piezas horizontales o verticales, hacen que esa precaución se tome, dado que con el bastón se reconoce. Cambios de nivel, pasos de escaleras, entradas, salidas, entre otros.

Lo contrario, que no tiene sentido alguno, se ve en repetidas ocasiones a lo largo de varias calles o en los accesos a organismos oficiales, transportes, colegios, etcétera. Los también llamados encaminamientos para ciegos permiten conocer cómo es el suelo y hacia donde va el trayecto marcado, si bien, cuando no está correctamente puesto, el bastón blanco no puede deslizarse para identificarlo.

Acceso al interior de un espacio público bien trazado por los encaminamientos.

En esta imagen vemos cómo los redondeles anticipan el trayecto marcado por las líneas sobre las cuales el bastón se desliza hasta indicar un cambio de recorrido. Los botones muestran el acceso y el fin de una trayectoria o el comienzo de la misma, según en la dirección en la que esté instalado. Si no se pone correctamente, el invidente sin referencias haría rodar la bola del bastón blanco y no podría saber hacia dónde se dirige.

En esta imagen vemos que el bastón puede colarse por los agujeros de la alcantarilla cuando el invidente trace el recorrido de la botonera.

Cuando existen restos visuales o baja visión porque la persona afectada ha perdido agudeza o campo visual, el color amarillo, referido en la accesibilidad cognitiva como signo de alerta para todos, marca precisamente una situación en la que la persona puede ver comprometida incluso su propia vida; léase el acceso a un vagón de metro, una escalera por la cual se puede precipitar y caer o bien el cruce de una calle.

Por ello, todo contraste a la hora de marcar la accesibilidad de un entorno u edificio debe barajar colores que marquen las zonas y las resalten, por ejemplo: amarillo-Negro

No marcar con color los accesos y cruces hace que en la confusión del nulo contraste de cuanto se mira pero no se ve, el afectado no tenga referencia alguna y no pueda seguir. No digamos si los pavimentos están mal puestos.

La línea amarilla marca una distancia para que cualquier persona que vea poco o mal, al menos tenga una referencia visual que indique riesgo o alarma.

En los cruces normalmente no se incrusta correctamente el pavimento rayado con lo cual, solamente con la botonera el ciego no puede saber cuánto espacio le queda hasta el siguiente cruce. Si además el semáforo no es accesible y no pita, nunca podría cruzar con el bastón blanco.

Pavimento rayado que indica trayectoria vs la botonera que indica dónde detenerse.

Los pavimentos con círculos (botoneras) tienen una altura máxima de cuatro milímetros y sirven como advertencia. Estos se deben incrustar en el suelo para dar información acerca de los posibles cambios de dirección o cruces.

Por otro lado, los indicadores direccionales (rayados) hacen que el bastón blanco marque el recorrido y muestra con sus hendiduras rectas y paralelas de cinco milímetros el sentido de la marcha, el sentido transversal y localizan cambios de nivel, cruces con o sin semáforo, pasos de cebra, entre otros, siempre con la advertencia por delante.

Según la normativa vigente, los pavimentos deben estar regulados e indican itinerarios peatonales que siempre deben ser accesibles y deben orientar a los habitantes sobre los diferentes elementos del trayecto sobre todo para advertir de un peligro.

Deben ser, por otro lado, antideslizantes y fáciles de detectar; deben estar en ambos extremos en el caso de escaleras, acceso a ascensores, línea de fachada en accesos a vados permanentes o en los límites en edificios.

Seichi Miyake, fue el inventor de este pavimento en 1965 y logró con su teoría que los invidentes pudieran tener autonomía y lograran desplazarse reconociendo con el bastón el suelo por su textura que lograrían notar en la mano que moviera con las conteras el mismo. Hasta 1967 no se vieron los primeros bloques táctiles en la calle en la ciudad de Okayama.

Todo esto tiene que ver con los políticos que aprueban obras y no son conscientes de la situación que conlleva no hacerlo bien y no cumplir la normativa. Quizá, cuando el compromiso existe y la sensibilidad se exacerba porque conocemos qué supone transitar sin ver bien, si vamos en silla de ruedas o si no somos jóvenes, entonces y solo entonces, podrán ser conscientes de esas aceras que nunca mandaron arreglar porque caminaban, veían y oían bien. No digamos cuando instalan semáforos que no son accesibles o trazan mal pasos de cebra o los pavimentos podotáctiles están mal puestos… Todo será que cierren los ojos un día y consideren qué puede sentir una persona cuando va a cruzar y no sabe si le van a pillar o no. Entonces las cosas, quizá se vean de otra manera y las carencias saldrán a flote. Tristemente cuando se haya comprometido la vida de alguna persona. Casi nada.

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