Llegados al ecuador del verano de 2023 en pleno auge del bronce y el desvarío, nos encontramos con informaciones que no se dan a conocer porque —comparado con lo que vivimos— cualquier tiempo pasado fue necesariamente mejor. Por ser la Virgen de la Paloma, nos detenemos por un momento a pensar qué queda de este largo y cálido verano y qué nos espera cuando vayamos al cole con el míster que está descansando para mayor Gloria de los españoles de bien.
Ya no tenemos el recuerdo de las Gunillas ni de los Bismarck, ni siquiera las fiestas de la filipina Isabel, que reunía a lo mejorcito de cada casa. Ahora solo damos noticias acerca de los melones y las sandías marroquíes; esas que están a precio de oro porque ni siquiera escuchamos esa cancioncilla de «tres melones, cinco euros, señora», ni tampoco las canciones de Rafaella Carrá y sus macarras. Nos conformamos con las fiestas de los pueblos, que en su mejor versión han cambiado a la Orquesta Venecia por un disco más largo que un día sin pan para animar a los ciudadanos que veranean, botijo en mano, en el pueblo que los vio nacer.
Y en ese afán, comprendemos que España se ha instalado en la desazón y el desaire. Redes sociales que hacen explotar al más cabal y españoles del tres al cuarto manipulados —por sus señorías—, que arrastran hipotecas, deudas y una cesta de la compra cada vez más escasa porque no les llega el miserable sueldo que —con suerte, si trabajan— ganan.
Quedan quince días para que arranque el año —porque aquí nos comemos las uvas dentro de poco— y entre los propósitos de salir adelante, pensamos que la recesión nos va a engullir a todos no sin antes constituir un Gobierno que no valdrá para nada y nos hará comernos el polvorón con la papeleta en mano. Y entre el miedo cerval a lo que viene y la falta de aliento que va quedando, intentamos salir «adelante con los faroles», como dice el refranero popular.
No funciona nada, ni siquiera nuestra querida Sanidad, porque ponerte enfermo en agosto es un lujo que debes compartir. Se advierte con temor reverencial que viene una crisis (tras otra) y mientras eso sucede nos invitan a ligar desde el trabajo con Tinder en vez de echar horas que no nos pagan.
Ya no podemos echarnos talco porque al parecer puede causar cáncer, así que vamos a ir tós p’alante, porque cuando éramos niños nos daban cada refregada con él que ni p’a qué. A esto le sumamos, según una información, que el 90 por ciento de los bebés europeos ha usado pañales con sustancias tóxicas, qué bien va todo, oye.
Menos mal que nos queda Daniel Sancho y su historia rocambolesca de sexo, drogas y rock and roll y cualquier otro mamarracho que se sume, amén de las artes que llevan nuestro políticos en funciones con las gorras caladas para mayor Gloria de los que los veamos. Acabo de aprender algo que quiero que tengan presente y quizá tampoco lo sepan y miren que utilizamos esa expresión: los huevos se dividen en cuatro. El cero corresponde a gallinas que viven al aire libre y son eco; el uno, son de gallinas que viven en el suelo; el dos viven en gallineros con luz artificial; y el tres, encerradas en jaulas y alimentadas con pienso. Así vamos a pedir tres: el mío pasao por agua…
El rubio de bote nieto de Sancho Gracia no va a salvar su vida aunque llegados a este punto harán una serie que ríete tú de Curro Jiménez y eso nos recuerda que vivimos inmersos en un todovale sin escrúpulos que no nos permite hacer demasiados planes; y de esa forma vivimos rodeados de un miedo que nos paraliza porque somos muy modelnos —con ele— y tenemos ipones —sin hache— y programas para todo, pero no sabemos por dónde va a saltar el volcán llamado España cuando todo lo que se ve y se prevé salte por los aires. En un día cualquiera matas a tu novio colombiano y zasca, ya te hacen una serie.
La pertinaz sequía vs. los pantanos de Franco nos recuerdan que esos veranos imposibles son los que caracterizan a este país que este año ha tenido menos accidentes por balconing porque los súbditos de Su Graciosa Majestad se han quedado en los amarillentos parajes británicos para tirarse de algún pino, que les sale más barato.
Hoy también sabemos que todavía queremos conquistar Marte, cuando aquí en la Tierra no sabemos ni por dónde empezar y todavía hay lugares en la España vaciada en donde no hay cobertura. Tenemos malos augurios para el aceite de oliva, el turismo, la energía, la agricultura; y no sigo porque nos quedan quince días para disfrutar de Lorenzo y sus arranques de calorina sin tregua e incendios por cabezas huecas provocados que hacen que perdamos eso que tanto nos duele: nuestra naturaleza.
Mientras tanto voy a ver si entono la castiza zarzuela de «La verbena de la Paloma», que es lo más chulo que encuentro para disfrutar en este escenario a mitad de agosto; y luego, que nos quiten lo bailao. Que dentro de nada hablaremos de miembras —y de los tipos de huevos— porque dicho sea de paso, aquí todo se hace por ellos, que también es muy español.
Ea, con Dios, disfruten, que estamos en lo mejor de lo que nos queda —no se olviden—.