¿Qué es la tartamudez?

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Aprender sobre tartamudez es el primer paso que dar para entender mejor a quienes la tienen, un método y estrategia para establecer una comunicación eficaz.

La tartamudez suele aparecer en la infancia. Ver a padres acudiendo a ayuda especializada para curar a sus hijos tartamudos es frecuente, pero el consejo más frecuente que se repite, y la primera medida a tomar por parte de los profesionales es y seguirá siendo la comprensión, el entendimiento, el saber.

¿Qué es la tartamudez?

Ante todo, hay que aclarar, matizar y reiterar, que la tartamudez no es ni mala ni buena; sólo… es. Se trata de una alteración de base neurobiológica, con afectación específica en la comunicación, manifestada en forma de una dificultad en la fluidez del habla.

Según apuntan desde la página web de la Fundación Chilena de la Tartamudez, la tartamudez no se entiende como un esperado desarrollo lingüístico de los niños. De hecho, se deja sentir por vez primera en una edad temprana, de 2 a 4 años, generalmente, si bien esto es extensible y no son pocos los casos que aparecen más adelante en la niñez, hasta los 12 años, aproximadamente.

Todo ello viene a significar que la tartamudez requiere de terapia, por un lado, y que tartamudear no es algo que tenga que ver con el crecimiento y desarrollo cognitivo, por tanto, la tradicional creencia de que por estar aprendiendo a hablar es normal que se tartamudee, es sólo eso, una creencia tradicional, no una verdad cognitiva ni una evidencia biológica.

De hecho, tal idea sólo hace más mal que bien, pues sólo pospone el inicio de la terapia y le pone la zancadilla a la ayuda profesional que requiere, exponiendo al niño a posibles experiencias negativas, sentenciándole a una limitación comunicativa en su día a día.

Entonces ¿qué causa la tartamudez?

Varios factores, según consenso de los expertos. Así, la genética, el ambiente y el propio temperamento de la persona tienen mucho que decir en la aparición de esta alteración neurobiológica, junto al desarrollo lingüístico y la demanda comunicativa,  entre otras variantes. Un cóctel de ingredientes que tienen como resultado la evidencia de diferencias en la anatomía y funcionamiento cerebral.

Cabe añadir, a todo lo ya mencionado, que a nivel profesional la tartamudez se expresa a través de dos características: su variabilidad, por un lado, y su rasgo cíclico y fluctuante, por otra parte. En este último caso, los jóvenes que tartamudean van a tener episodios de tartamudez… a momentos; seguidos después por episodios de fluidez.

Dicho de otra forma, los niños que tartamudean suelen tener periodos en los que hablan con dificultad y traba; son momentos que pueden durar días, semanas o meses. Aunque también viven fases de igual extensión, en las que hablan con fluidez. ¿Esta oscilación es normal? Ciertamente sí; tanto, que forma parte intrínseca de la propia tartamudez.

En cuanto a la primera característica, la variabilidad, hay que decir que se llama así porque la tartamudez varía según el contexto, la persona, la temática e incluso según los momentos del día. Ojo, no significa que desaparezca según estas variantes; sólo que puede ser leve o más pronunciada al hablar con alguien en particular, en algún contexto específico, o presentar más trabas en la mañana que en la tarde, por ejemplo. La responsable de este vaivén es, sencillamente, la variabilidad de la propia tartamudez; no hay que darle más vueltas.

Rompiendo la lanza de los mitos

Contrario a lo que siempre se ha creído, los nervios no son los autores de la tartamudez, como tampoco la ansiedad o el estrés. Ahora bien; tales estados sí azuzan el agudizamiento de la tartamudez, incrementando las disfluencias o trabas que la caracterizan.

En otras palabras: ¿se tartamudea porque se está nervioso? No; se tartamudea porque hay un problema en la fluidez del habla, y los nervios, como siempre, nunca ayudan. ¿Se tartamudea porque uno siente ansias y estrés? No; ambos estados emocionales, únicamente, son sólo gotas de agua en un vaso ya rebosado con otros factores.

Por otra parte, la gente tiende a pensar que la tartamudez es sólo un trabamiento del habla. ¡Falso! La tartamudez tiene otras muchas dimensiones o exteriores o caras, desde el aspecto motor, diferenciado por los movimientos y gestos y la propia habla trabado, hasta otros más indetectables, nada visibles. La dimensión lingüística forma parte de esta última categoría, de la misma manera que el aspecto afectivo, social y cognitivo.

Camila Aguilar, fonoaudióloga infantil y juvenil experta en tartamudez, recomienda imaginar el tartamudeo susceptible de terapia como un iceberg al que sólo se le puede ver la punta, sin poder llegar a captar la dimensión de las cosas que pasan en el interior del bloque.

Y es que ser consciente de lo mucho que se ignora en este terreno en el que cuesta adentrarse es fundamental, si realmente se pretende lograr una vivencia positiva para el niño que tartamudea, y conseguir que ello lo limite lo menos posible en el día a día.

Por eso la visión que unos padres tengan sobre la tartamudez será crucial en la imagen que el niño se haga de la situación.

¿Se puede ayudar a una persona con tartamudez?

Ciertamente sí. Ante todo, hay que mantener la calma, y si uno es el tutor de ese niño que tartamudea, se hace necesario buscar ayuda profesional.

No de un neurólogo o un logopeda, ni de un psiquiatra o psicólogo, sino de un fonoaudiólogo, es decir, un profesional que trata las alteraciones de la voz, el lenguaje y la audición, y elegir uno además especializado en tartamudez.

Es importante, asimismo, tener claro que la tartamudez no es culpa de nadie; ni de los padres ni, mucho menos, del niño. De lo único que uno puede ser responsable es de su reacción y de los comentarios que suelte al respecto, así que en eso hay que andar con pies de plomo y respeto, pues pueden influir en el modo en que el pequeño acepte y viva su tartamudez.

Y puesto que la tartamudez no la causa los nervios ni la ansiedad, como ya hemos explicado líneas más arriba, cabe recalcar que esas frases donde se pide tranquilidad y calma al niño cuando está tartamudeando, sobran, igual que pedirle que respire hondo al ir a hablar, o piense primero lo que quiere decir antes de abrir la boca. ¿Y por qué está mal soltar todo eso?

Porque, aunque no haya mala intención detrás de esas locuciones, son frases que a lo único que contribuyen es a dar la sensación de que su forma de hablar es incorrecta, por un lado, y reforzar en su mente la creencia de que es él o ella, como persona que tartamudea, quien debería hacer algo, tomar medidas para hablar con mayor fluidez y no incomodar a los demás.

Así que, antes de soltar semejantes perlas minimizadoras, hay que recordar que la tartamudez es una forma de hablar no elegida ni pronunciada adrede, algo que no se ha decidido ni escogido a conciencia.

¿Qué hacer, entonces? Darle todo el tiempo necesario para que se pueda expresar, siempre a su modo y a su ritmo, sin mostrar impaciencia y sin completarle sus frases, o tratar de adelantarse a lo que quiere formular. ¿Cómo conseguir esto? Escuchando atentamente, centrándose en el contenido y mensaje de las palabras, no en cómo se están formulando tales oraciones.

Recomendaciones y consejos

Otro consejo que puede venir bien saber a la hora de tratar la tartamudez o, mejor dicho, de comunicarse con un niño con tartamudez, es desistir de las llamadas «altas demandas comunicativas», es decir, una interacción hecha a base de preguntas. Una fácil y buena forma de cambiar esta habitud es hacer comentarios donde antes se harían preguntas.

Pongamos un ejemplo. Preguntar «¿qué quieres comer?» es una alta demanda comunicativa. Comentar: me gustaría comer… lo que sea, invita a que responda con frases cortas de aquiescencia o negación al comentario soltado.

¿Quiere decir esto que nunca se pueden plantear preguntas a un niño con tartamudez? En absoluto; sólo significa que, si se puede recurrir a otra táctica oratoria igual de elocuente, mejor que mejor. ¿Se consigue algo haciendo este pequeño cambio? Desde luego que sí; empezando por no obligar a hablar al pequeño, y menos cuando se encuentra en un uno de esos variados episodios de mayor tartamudez. Claro que si es él quien pide ayuda, hay que dársela.

Otra táctica que seguir en estos casos es ofrecerle al niño un modelo lento y pausado de habla. Al hablarle rápido, intentará seguir el ritmo pautado, de modo que se trabará todavía más. Pero si por el contrario se le habla despacio y con calma, se amoldará a esta facilidad comunicativa.

También es importante hacerle entender esto último a familiares y amigos y personas del entorno. Uno, para que no se burlen de la problemática; y dos, para que ellos también estén al tanto de que deben brindarle más tiempo para expresarse, sin realizar comentario alguno acerca de su ritmo o fluidez.

Y tampoco está de más conversar con el pequeño sobre su situación con la tartamudez, y saber qué sensaciones y emociones y sentimientos le generan su forma de hablar, ya que son muy conscientes de su estilo expresivo, incluso antes de ser capaces de verbalizarlo.

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