Mi ELA es cuando menos llamativa. Mi médico siempre me observa con cierta admiración porque no evoluciono como la mayoría de los enfermos de ELA. Y no le falta razón.
Si mi ELA fuera como las demás mi estado sería mucho peor. Seguramente necesitaría ya una silla de ruedas para desplazarme o incluso tendría problemas para hablar. Pero no es el caso. Hablo y ando con normalidad, salvo algunas pequeñas molestias en las escaleras.
¿Y por qué me ocurre a mí este privilegio? Mi médico no lo sabe, pero yo creo que algo hay providencial. Si, como creo, todo ocurre porque Dios quiere que ocurra, si Dios permite males porque de ellos espera obtener bienes superiores, ciertamente en mi caso ha querido que me enfrente a un drama terrible, para luego concederme un gran respiro. Del drama yo ya he visto frutos buenos, y los he ido plasmando en este blog; fundamentalmente mi encuentro personal con Cristo Misericordia y mi acercamiento a una vivencia de la fe con el corazón. Del respiro también he de sacar buenos frutos. Es como una segunda oportunidad; hacer bien lo que antes hacía mal y no abandonar nunca el camino iniciado gracias al drama. Aprovechar el tiempo y ponerme siempre al servicio de Dios, porque tengo claro que sólo cuando elijo hacer su voluntad me siento feliz.
Soy muy afortunada y soy muy consciente de este privilegio-milagro que estoy viviendo y no puedo dejar de expresar mi alegría y gratitud; pero en ningún momento esta alegría me hace olvidar la realidad de la ELA, ni esta realidad me quita la alegría y la esperanza. Y esto es porque mi alegría o mi tristeza ya nada tienen que ver con el drama de la ELA. Y tampoco son fruto del respiro. La circunstancia ya no es el motivo de la alegría. Mi alegría es Cristo.
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