Principal instigador de la insuficiencia renal, los infartos e ictus, la hipertensión es un factor de riesgo, hecho patología, que hoy cumple su Día Mundial.
Con motivo del Día Mundial de la Hipertensión, no son pocos los especialistas que, al hablar del tema, no han dudado en catalogarla como una de las principales causas de los ictus, los infartos y la insuficiencia renal. ¿Pero por qué? ¿Y de qué trata realmente la hipertensión?
¿Qué es la hipertensión?
Para entender qué es la hipertensión hay que aclarar, ante todo, que la presión arterial es una medición de la fuerza ejercida contra las paredes de las arterias, valorada conforme el corazón bombea sangre al cuerpo. La hipertensión es, por tanto, el término que se utiliza para describir esta presión arterial alta en concreto, sencillamente, y así la presentan en esta enciclopedia médica.
El peligro de la hipertensión reside principalmente en que no presenta síntomas, lo que explica la alta frecuencia con la que los hipertensos desconocen que lo son. El problema está en que esta ignorancia propicia la falta de diagnóstico, una falta que conduce a una ausencia de reacción médica a tiempo y a una carencia de tratamiento; sí, la perfecta receta explosiva para que esta presión arterial desemboque en el umbral de muchas afecciones sanitarias, que encima son aún más severas. ¿Como cuáles?
Enfermedades del corazón o insuficiencia renal, por ejemplo, un accidente cerebrovascular o problemas en los ojos, mismamente, y eso sin entrar a mencionar otros problemas de salud.
¿Cómo se leen y traducen los números de la presión arterial?
Más de 11 millones de residentes en España padecen de hipertensión, según cifras publicadas en 2018 desde el Instituto Nacional de Estadística (INE), siendo que 4 de cada 10 hipertensos desconocen que la sufren.
Los datos más actuales de otra entidad especializada, esta vez de Quirónsalud recogen, de hecho, que en España puede haber más de 18 millones de hipertensos de diverso grado, aproximadamente; es decir, el 38 por ciento de la población del país. Cifras que al extrapolarlas en otras regiones internacionales roza una prevalencia del 40 por ciento, según estimaciones de los profesionales de esta última entidad.
Por otra parte, las cifras de la hipertensión se reflejan a través de dos números, los cuales, por supuesto, aluden a la presión arterial de una persona, tanto es así que uno o ambos números pueden llegar a cuotas muy altas. El número superior, el más alto, corresponde a la presión arterial sistólica, mientras que el inferior, el más bajo, se conoce como presión arterial diastólica.
¿Ejemplo de esto? 120/80 mm Hg, leído 120 sobre 80; 120 sería aquí la presión arterial sistólica de la hipertensión de una persona, al tanto que 80 haría referencia a su presión arterial diastólica.
Estas cifras pueden variar de un momento a otro, por supuesto, incluso tratándose de una misma persona. Por ello hay que tener en cuenta qué se considera presión arterial normal y qué se sale de lo saludable. En este sentido, el consenso sanitario apunta que toda presión arterial normal debe mantenerse por debajo de los 120/80 mm Hg; algo que se consigue la mayoría de las veces, dicho sea de paso.
Así, la hipertensión empieza con la presión arterial alta y se diagnostica cuando uno o ambos números de la presión arterial son mayores de 130/80 mm Hg. Es más, cuando el valor del número superior oscila entre 120 y 130 mm Hg, y el valor del número inferior desciende hasta situarse por debajo de los 80 mm Hg, se considera que una persona padece de algo más que una hipertensión: tiene una presión arterial elevada y, por tanto, se arriesga aún más a que esta condición clínica afecte a su organismo, de múltiples formas y niveles, además.
¿Cuáles son los síntomas y consecuencias principales de la hipertensión?
Aunque en la hipertensión existe un componente genético importante, con una heredabilidad estimada que ronda el 35 y 50 por ciento, según estimaciones, la mayoría de las veces se desconoce qué propicia la aparición en sí de la hipertensión, a decir verdad. La excepción a esta regla lo representa un pequeño porcentaje de casos, los cuales corresponden a causas hormonales o vasculares.
Hablamos de una condición clínica que tiende a no dejar señas de su presencia en el organismo, como ya hemos señalado antes, o al menos no… hasta que las repercusiones sanitarias ya son contantes. Entre sus síntomas más evidentes destacan las náuseas, la confusión, los vómitos, las cefaleas, el dolor de pecho, problemas de visión, cierto grado de dificultad para respirar e incluso el sangrado por la nariz.
A nivel arterial, la hipertensión y sus números elevados provoca un engrosamiento y rigidez de las paredes de los vasos, según explican los médicos; una consecuencia que se hace notar directamente en el corazón, en el cerebro y en el riñón; cuando el aumento de la presión arterial se produce de forma brusca es cuando la patología enseña su cara más oscura, ya que ese incremento degenera en infarto o ictus.
En los casos en que la presión arterial provoca una dilatación o rotura en esas mismas arterias afectadas por la hipertensión, se habla de hemorragia cerebral o aneurisma.
¿Se puede prevenir la hipertensión?
En la mayoría de los casos sí, afortunadamente. De hecho y a juicio de los expertos, no existe mejor tratamiento contra la hipertensión que el seguir escrupulosamente las pautas farmacológicas dictaminadas por el médico; pero también es de gran utilidad realizar ejercicio físico con regularidad, así como llevar una dieta baja en sal, ya que este producto es el principal enemigo de esta enfermedad.
Otro de los consejos recomendados por los doctores entre las prescripciones preventivas contra la hipertensión es el no fumar y el tener cuidado con el alcohol, ya que el tabaco aumenta la presión arterial y dispara la frecuencia cardiaca, mientras que las bebidas alcohólicas azuzan el incremento de la presión arterial, provocando en el camino otras alteraciones perjudiciales para el corazón y para otros órganos vitales.
Igual de necesario es el practicar una dieta cardiosaludable e ingerir alimentos que la contengan, así como consumir frutas y verduras, pan y legumbres, frutos secos y cereales. Usar aceite de oliva como grasa principal tampoco está de más, según aseguran los médicos, de la misma forma en que se recomienda no comer mucha carne roja, pero sí ingerir más aves y pescados.
Y es que todo ello ayuda a controlar el sobrepeso, además, siendo que una disminución de kilos reduce la presión arterial y estrecha el riesgo cardiovascular, haciendo lo mismo con la exposición a la diabetes.
El ejercicio físico, por su parte, es todo un respaldo para conseguir bajar las cifras de presión arterial, a la par que aumenta la masa muscular, por un lado, incrementa la capacidad de esfuerzo, por otra parte. ¿Resultado? Un deporte que ayuda a controlar el peso mientras logra disminuir el riesgo cardiovascular, siempre y cuando se practique con regularidad, por supuesto.