El debate está desgastado, de tan viejo y eterno que es; y, sin embargo, la pregunta de cuánto sexo se debe practicar a la semana continúa despertando pasiones.
¿Dos o tres o más veces por semana? ¿Qué es lo normal? ¿En qué punto está la media verdadera? Son muchos los estudios que se empeñan en señalar las veces por semana en que las personas practican sexo, tengan pareja fija o no, olvidando que lo importante de esta práctica es la calidad, y no tanto la cantidad.
Sexo: ese deporte del que se habla mucho… ¿y se practica poco?
Hablar de normalidad es un término bastante abstracto, teniendo en cuenta que el concepto difiere según cada persona, cultura, edad y sociedad, básicamente. Pero la palabra toma tintes estadísticos cuando se habla de sexo, adquiriendo el sinónimo de «frecuente» o «habitual» en tales casos. Por ello, al plantearse si tener sexo una o dos o tres o cuatro o más veces por semana con la pareja, se está haciendo una clara alusión a la frecuencia con que se intercambian los encuentros amorosos y carnales con el compañero o la compañera de turno, el novio o la novia, el marido o la esposO o lo que surja.
La investigación de Amy Muise, por ejemplo, psicóloga y profesora en la Universidad de York, en Canadá, asegura que lo ideal es mantener encuentros sexuales una vez a la semana, si realmente se quiere mantener una relación de pareja feliz. Cifra que un estudio de 2017, difundido en la revista ‘Archives of Sexual Behavior’, suscribe casi punto por punto, asegurando en sus conclusiones que el adulto promedio tiene relaciones sexuales 54 veces al año; es decir, cada siete días.
Así, mientras que Amy Muise matizaba en su trabajo de observación sobre la frecuencia con la que la gente practica sexo, que la mejora, estabilidad o calidad de la pareja no está condicionada realmente con el aumento de la frecuencia de los encuentros sexuales, siendo la clave para conservar un vínculo de calidad el mantener una vida sexual activa y regular, el Informe Durex, realizado a nivel global y en 2012 por la consultora Harris Interactive, puso sobre la mesa unas cifras aún más variables, en cambio.
En su documento, la compañía analizó en profundidad el resultado planteado por sus encuestas, señalando marcadas diferencias entre los participantes, por edad y país de procedencia, y desvelando que el 74 por ciento de los españoles mantenían relaciones sexuales una vez por semana, como mínimo, posicionando al país en el puesto número 8 de entre los 26 analizados en total.
Más atrás se quedan los estadounidenses, al parecer, según un informe publicado en ‘JAMA Network Open’, que indica que casi 1 de cada 3 hombres de la región norteamericana de entre 18 y 24 años había reportado no haber tenido actividad sexual en el último año, contando, ahora bien, dentro del periodo desde 2000 a 2018.

De la actividad sexual más actualizada de España da constancia el estudio Ulises, elaborado por la empresa My Word dos años antes de la pandemia, cuyos datos aseveraban que durante el último año, el 42,2 por ciento de los mayores de edad había compartido sexo una vez a la semana, como mínimo, siendo lo más sorprendente que el 29 por ciento de la población entre 35 y 44 años mantenía relaciones sexuales con su pareja tres o cuatro veces por semana, cifra que descendía a un encuentro cada siete días entre la mitad de quienes convivían con su pareja e hijos.
Un libido que ni el coronavirus parece haber apagado, por cierto, siendo la media española de 2022 el hacerlo 2,5 veces por semana, según los datos recopilados y revisados por la marca de lubricantes Lubets, quien realizó su estudio basándose en una encuesta que contó con 2.000 participantes del país.
Una relación sexual que se desmorona bajo presión
Pero todos estos trabajos de estudio pecan de lo mismo y reinciden en el mismo problema: y es que no siempre reflejan la realidad. Uno, porque los participantes a veces mienten, queriendo aparentar ese estándar de actividad sexual medio impuesto por la sociedad; y dos, porque tales trabajos se limitan a medir el contacto genital, únicamente, pese a que el sexo puede ir mucho más allá. El sexólogo Iván Rotella lo explica muy claramente en sus reflexiones, de hecho.
«Hacer encuestas generalistas sobre sexo en un país como el nuestro no es muy fiable, ya que suele tener el sesgo evidente de la “deseabilidad social”, en la que cada persona contesta lo que cree que se “debe” contestar o lo que la persona que pregunta quiere oír, y no la realidad».
Existe, empero, otro problema aún más grave sobre la frecuencia en que se practica el sexo, o al menos eso señala este experto. Y es el empeño de la gente y de los estudios por mezclar números y sexo, midiendo penetraciones, en lugar de pararse a valorar la calidad del encuentro.
«No hay una frecuencia establecida, ni regulada. No hay una norma sobre cómo tiene que ser nuestra pareja. Podemos elegir juntos qué formato de pareja queremos ser, que sea el nuestro, se parezca o no a lo que hacen las demás personas o parejas».
Una postura de pensamiento que la también sexóloga Arola Poch respalda punto por punto. «Medir en el sexo acostumbra a servir de poco. Ni frecuencias, ni medidas, ni número de orgasmos… Lo importante es que estemos satisfechos con nuestra vida sexual, y muchas veces eso tiene más que ver con calidad, que con cantidad».
Juntos para siempre pero sin sexo
Aunque una pareja puede permanecer junta toda la vida, los encuentros sexuales no cuentan con esa misma garantía de durabilidad. Y esto es biología, pura y llanamente. El libido se apaga, la frecuencia de los encuentros carnales se espacia, la vida cotidiana entra por la puerta y no se va por la ventana… al contrario; permanece en el día a día, cambiando con la persona, con la pareja y con la vida.
Por tanto, no tiene ningún sentido pactar una frecuencia sexual. Uno, porque la cantidad que se desea hoy no es la misma que se anhelará mañana; y dos, porque «marcar una frecuencia sexual previa se puede convertir en una obligación», tal y como hace entender Rotella.
Medir la frecuencia con la que se practica el sexo no favorece el deseo las más de las veces; aún peor, imponer va directamente en contra de cualquier relación sana, y esta es una advertencia que los sexólogos repiten hasta la saciedad.
«No se pueden imponer las relaciones sexuales», asevera Rotella. «Aceptar las imposiciones no sirve ni a corto plazo; solo dañan a la persona que cede y acaban por dañar también la relación».
¿Traducción? Que «en el sexo, las obligaciones y deberes acaban no yendo bien».
El deseo sexual no responde a contratos, en definitiva, sino a diversos factores, circunstancias y variables: las responsabilidades, la situación de la persona y de la pareja, tener hijos o no… todo ello influye la frecuencia con que se practica sexo y eso, lejos de extrañar o preocupar, debe entenderse como algo absolutamente normal y natural, que además varía con el paso del tiempo. Raro sería lo contrario, de hecho.
Ahora bien, muy diferente es «marcarse como meta no descuidar la vida sexual, darle la importancia que tiene», reflexiona el sexólogo.
«Eso sí podría ser interesante, si queremos que otras obligaciones no pasen por delante».
El sexo viene y va, y eso hay que asumirlo; es un acto de deseo que a veces sumerge a la pareja en una etapa de maratón de pasión, si bien en otras ocasiones impone un periodo de parón transitorio… con el resto de los sentimientos y emociones como las velas persistentes que mantienen a flote el barco de la relación.