Entra Alfonso Torregrosa pisando firme, pisando con garbo y anda nada alborotado pisando el serrín del albero, el reino y confín, donde ha trascurrido (donde ha dejado, satisfecho, transcurrir) su vida; en ese serrín que forman las palabras que se han quedado flotando perplejas en el aire del café antes de caer al suelo.
Torregrosa es, nada más y nada menos, que Ignacio Jurado Martínez, un hombre que siempre supo su destino y se aferró a él sin duda alguna y con fiereza contenida. Fue Max Aub quien narró su peripecia en un deslumbrante y desconcertante cuento que adapta, para la ocasión, con sentido e inteligencia, José Ramón Fernández y dirige Laura Ortega para sacar, guiar y repartir toda la humanidad y la emotividad del personaje de forma que se refleje hasta en cada mínimo reojo, ademán o mohín.
Alfonso Torregrosa, firme, discreto y circunspecto, seguro y firme, cuenta y vuelve a contar —con orgullo y satisfacción— su historia, una y otra vez: enriquecida con nuevos matices, renovada con adjetivos más precisos o embellecida con silencios más elocuentes.
Es la historia de un jefe que no se queja, alguien que encontró el amor del calor de un bar, que halló en un café la Universidad, en la que cada mesa se convierte en aula y cada parroquiano en catedrático; un café donde reine la armonía y el entendimiento cuyo platonismo se ve interrumpida por los españoles exilados tras la Guerra Civil, españoles cainitas e insolidarios, vocingleros y narcisistas, y, lo que es peor, fatalistas y providencialistas.
Y el jefe se queja, Jurado, o, lo que es lo mismo, Torregrosa (que tanto monta, monta tanto), empieza a andar todo alborotado, para desenfundar su lanza del astillero y enfundarse su adarga antigua, con las que enfrentarse, cual Quijano, al molino de viento que jamás ululó sobre España.
Y lo consigue, tras una peripecia con la que —vivo, vivaz y vívido— hechiza y encandila a quienes, fieles contertulios, rodeamos el velador donde siempre acampa, Torregrosa consigue lo imposible, lo inconcebible, lo inimaginable… tan solo, ay, para darse cuenta que no sirvió para nada y que la piedra en el camino y el arriero de después tenían razón, que el destino consiste en rodar y rodar a la espera de que llegue el momento de saber llegar.
Teatro del Barrio, hasta finales de abril a las 19:30 horas
Ficha artística
Autoría Max Aub, adaptación José Ramón Fernández
Dirección Laura Ortega
Elenco Alfonso Torregrosa
Producción ejecutiva Gabriel Mendoza
Iluminación Javier Ulla