He cogido su mano.

Qué extraña sensación

cuando la aprieto.

Tengo su mano fría entrelazada.

Sé que la despedida está más cerca

pues el tacto es más seco, más duro, más terrible.

Siempre tendré su mano

muriendo entre las mías.

He cogido otra mano con los años.

Un dedo, dos. Luego toda la mano.

Su frío es otro frío,

su tacto es otro, es nuevo.

Hay un paso tan sólo hacia su boca.

Me quedo con su tacto como con un perfume.

Este frío es distinto. Es un calor oculto

aún inmaduro. Verde.

Un calor que boquea, que germina.

Es otoño esta tarde.

Es la primera tarde del otoño.

Cojo sus manos blancas como plata

con los dedos delgados como espigas.

Su mano con mi mano

abre un mundo sin sombras,

un recorrido nuevo, un lugar apartado.

Se ha acelerado el ritmo de mi pulso,

es el tramo final, resolutivo.

Tienen las manos siempre

la humedad de la espera,

la misma que los labios al juntarse

decididos, abiertos, entregados.

Ignacio Elguero

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