Miguel Díez R., El Viejo Profesor
La creación del mundo en la mitología egipcia
En la fascinante mitología egipcia Amón-Ra era su principal divinidad: dios del cielo, del sol, del origen de la vida y también símbolo de la luz solar, así como responsable del ciclo de la muerte y la resurrección. El “Gran Himno” dedicado a este dios, que se encuentra grabado en el papiro Boulaq 17 (XVIII dinastía), es una de las más bellas composiciones de la literatura religiosa egipcia. Hay que destacar que frente a los himnos más antiguos, aquí se intenta reflejar el concepto de universalidad del dios ante todas sus creaciones, sean cuales sean.
Cuenta una leyenda egipcia que en un principio no había luz. Solamente existía la oscuridad y una gran extensión de agua con el nombre de Nun. El poder de Nun era tan grande que desde el interior de la penumbra hizo brotar un huevo grande y brillante. Y del interior de ese huevo surgió Amon-Ra.
De este famoso himno entresaco algunos fragmentos los más directamente referidos a la actividad creadora del dios egipcio:
¡Salve, Amón Ra!
Tú eres el Uno oculto, desconocido,
el que no tiene igual, Señor de los dioses.
el más grande del cielo, primogénito de la Tierra,
Señor del todo,
que perdura sobre lo que existe,
padre de los dioses,
que hizo a la Humanidad y dio origen a los animales.
que creó el árbol frutal,
creó la hierba e hizo vivir al ganado.
¡Loor a ti, que creaste a los dioses
Elevaste el cielo y desplegaste la tierra!
que creaste a la Humanidad,
que hiciste los colores diferentes, uno del otro.
Tú eres El Único, el que dio origen a todo lo que existe,
el Uno y Único, creador de lo que existe,
de cuyos dos ojos brotó la Humanidad
y de cuya boca nacieron los dioses.
Tú creaste la hierba que da vida al ganado
y las plantas para los hombres,
y aquello de lo que vive el pez en el río
y los pájaros que moran en el cielo.
Tú creaste aquello de lo que viven los insectos
e igualmente los gusanos y aves.
Te alaban todos los animales,
te loan en cada desierto,
tú que eres tan alto como el cielo,
tan amplio como la tierra,
tan profundo como el Gran Verde.
Los dioses se inclinan ante Tu Majestad
y ensalzan el poder de su creador,
se alegran cuando el que los engendró se aproxima
y dicen: ¡Se bienvenido en paz!
Dondequiera me encuentre a mi lado estás;
no hay extensión de la tierra, altura del
cielo ni profundidad del mar en que tú
no hayas dejado huella sempiterna.
Cuando Tú brillas son felices los hombres,
las plantas toman de tu energía y nos brindan
la hierba para el ganado y los frutos
para los seres de ti muy agradecidos.
Padre de los padres de todos los dioses,
que elevó el cielo y situó la tierra,
que hizo lo que existe,
creador de todos los seres.
Veneramos tu poder porque tú nos creaste,
te vitoreamos de alegría porque nos has moldeado.
Te ofrecemos oraciones, porque te fatigas con nosotros.
Salve a ti, creador de todo lo que existe.
Un mito cosmogónico chino: El gigante Pan Ku
En un curioso relato chino, cuyo origen se pierde en las profundidades del tiempo, se encuentra este mito cosmogónico en el que el Creador es un misterioso gigante llamado Pan Ku, dotado de extraordinarios poderes mágicos, pero tan implicado físicamente en la creación, que murió extenuado debido a los tremendos esfuerzos que realizó para mantener el cielo separado de la tierra. De su cuerpo metamorfoseado tomó origen todo lo que existe, aunque en este caso no aparece la creación del hombre. Resulta curioso observar cómo en esta antiquísima narración china ya se formula -aunque míticamente- la moderna teoría física del Big Bang o Gran Explosiónprimigenia que, se dice, dio origen al universo hace aproximadamente quince mil millones de años.
En épocas inmemoriales no existían ni el cielo ni la tierra. El universo era una nebulosa caótica y embrionaria de forma parecida a la de un gran huevo. Allí dormía apacible y tranquilo el gigante Pan Ku. Al cabo de dieciocho mil años, el gigante se despertó encolerizado porque a su alrededor sólo había oscuridad. Sacudiendo sus brazos para librarse de éstas produjo una enorme explosión, explotando el gran huevo que contenía el universo. La nebulosa caótica y primitiva, que había permanecido concentrada en un solo lugar durante millones de siglos, comenzó a girar convulsivamente. Las materias ligeras se levantaron vertiginosamente, dispersándose para formar el cielo azul, mientras que las pesadas se precipitaron hacia abajo para dar origen a la tierra. A pesar de que el cielo y la tierra se habían separado, Pan Ku, estaba preocupado por si las cosas volvían a su lugar y pensó en sostener con los brazos el cielo de manera que poco a poco éstos se fueron separando cada vez más. Así estuvo muchos siglos, de manera que gracias a su esfuerzo el cielo no volvió nunca a unirse con la tierra. Sin embargo, por culpa del tiempo y del esfuerzo, Pan Ku murió extenuado. Su cuerpo se transformó entonces en todo lo bello que nos rodea: de su aliento nació el viento de primavera y las nieves del invierno, su voz se convirtió en el trueno de las tormentas. Su ojo izquierdo es el sol que calienta durante el día y el derecho la luna que ilumina la noche, y los numerosos cabellos y barba crearon las estrellas. Sus cuatro extremidades y el tronco dieron lugar a los cuatro puntos cardinales y las cinco montañas sagradas. De su sangre nacieron los ríos que bañan China y sus tendones son los caminos que llevan a todas las direcciones. Sus músculos dieron lugar a las tierras fértiles, y los dientes y los huesos al jade y otras piedras preciosas. De sus vellos nacieron las plantas, la hierba y los árboles, y el sudor, la lluvia y el rocío.
El origen del mundo en las Metamorfosis de Ovidio
Las Metamorfosis, del poeta latino Publio Ovidio Nasón (43 a. C.-28 d. C.) es una obra, dividida en quince libros, que reúne doscientos cincuenta mitos y leyendas del mundo grecorromano en los que siempre se verifica algún tipo de transformación o metamorfosis. Los mitos están ordenados cronológicamente desde el origen del universo hasta la Roma del siglo I d.C., época del emperadorAugusto y en la que vivía el propio Ovidio
Se considera una obra maestra de la edad de oro de la literatura clásica latina, tal vez la más fecunda de la antigüedad. Fue muy leída durante la Edad Media y continúa ejerciendo una profunda influencia en la cultura occidental.
Comienza con una descripción del desorden y confusión del Caos, que, como ya he indicado, era para los greco- romanos el abismo o vacío primordial, lo absolutamente primigenio, desprovisto de orden y de forma. A continuación se describe cómo, bajo un poder divino desconocido, las cosas fueron recibiendo sus formas y el mundo empezó a estar ordenado, pasando enseguida a la creación del hombre en una de las más bellas descripciones del mito antropomórfico.
Antes del mar, de la tierra, y del cielo que todo lo cubre, la naturaleza tenía en todo el universo un mismo aspecto indistinto, al que llamaron Caos: una mole informe y desordenada, no más que un peso inerte, una masa de embriones dispares de cosas mal mezcladas. […] Y aunque allí había tierra, mar y aire, la tierra era inestable, las aguas innavegables, y el aire carecía de luz. Nada conservaba su forma, y unas cosas obstaculizaban a las otras, porque dentro de un mismo cuerpo lo frío se oponía a lo caliente, lo húmedo a lo seco, lo duro a lo blando, y lo que no tenía peso a lo no pesado. Un dios, junto con una mejor disposición de la naturaleza, fue quien dirimió esta contienda, pues separó el cielo de la tierra y la tierra de las aguas, y dividió el cielo puro del aire espeso. Cuando hubo desenredado estas cosas substrayéndolas al informe amasijo, y las hubo separado en lugares distintos, las entrelazó en pacífica concordia. El fuego, etérea energía de la bóveda celeste, surgió resplandeciente y ocupó su lugar en la región más alta; próximo a él, por ligereza y por el lugar que ocupa, está el aire; la tierra, más densa que los anteriores, absorbió los elementos más gruesos, y quedó comprimida por su propio peso; el agua, fluyendo alrededor, ocupó los últimos lugares y rodeó la parte sólida del mundo.
Una vez que hubo ordenado y dividido así dicha congerie, y que tras dividirla la hubo organizado en partes, ese dios, quien quiera que fuera, en primer lugar aglomeró la tierra en forma de un gran globo, para que fuera igual por todas partes; después ordenó a los mares que se expandieran, hinchados por los veloces vientos, y rodearan las costas que ciñen la tierra. Añadió también fuentes, estanques inmensos y lagos, y contuvo entre tortuosas orillas a los ríos que fluyen en declive y que, con distintos recorridos, en parte son absorbidos por la misma tierra y en parte llegan hasta el mar, donde, acogidos en una extensión de aguas más libres, chocan contra las playas y no ya contra las orillas. También ordenó que se extendieran los campos, se hundieran los valles, se cubrieran de hojas los bosques y se elevaran las montañas de piedra.
[…]
Apenas había acabado de dividir todas estas cosas con límites bien definidos, cuando las estrellas, que durante largo tiempo habían permanecido apresadas en una ciega oscuridad, empezaron a encenderse y a centellear por todo el firmamento. Y para que ninguna región se viese privada de sus propios seres animados, las estrellas y las formas de los dioses ocuparon la superficie celeste, las olas se adaptaron a ser habitadas por los brillantes peces, la tierra acogió a las bestias y el blando aire a los pájaros.
Pero todavía faltaba un animal más noble, más capacitado por su alto intelecto, y que pudiera dominar a los demás. Y así nació el hombre, bien porque aquel artífice de las cosas, principio de un mundo mejor, lo fabricara con simiente divina, o bien porque la tierra que, recién formada y recién separada del alto éter aún conservaba en su interior algunas semillas del cielo junto al que había sido creada, fuera mezclada con agua de lluvia por el hijo de Lápeto, que plasmó con ello una imagen a semejanza de los dioses que todo lo regulan.
Y mientras los demás animales miran al suelo cabizbajos, al hombre le dio un rostro levantado y le ordenó que mirara al cielo y que, erguido, alzara los ojos a las estrellas. De esta manera la tierra que poco antes era tosca e informe, asumió, transformándose, desconocidas figuras de hombre.
Mitos americanos de la creación del mundo
*América del Norte
Casi todos los pueblos primitivos de América del Norte acataban la autoridad del ser o dios supremo a quien llamaban Manitú, que significa Espíritu y que, curiosamente tiene indudable similitud con la palabra de lengua sánscrita Mana, que significa el Sol. En la antigua América del Norte, se creía que la creación del Universo era debida a un pájaro de grandísimo tamaño, pájaro que acaso fuese el propio Gran Manitu. Algunos pueblos sacrificaban perros a los espíritus, ya que creían que el autor de la creación era un inmenso perro. Los esquimales del Canadá decían que cuando la noche continua envolvía el globo terrestre, el Zorro aprovechaba la oscuridad para robar; pero el Cuervo, que en las tinieblas no encontraba alimento, deseó la Luz y la Luz se hizo. Otra tradición cuenta cómo las mujeres paseaban por los campos y recogieron a unos niños que se debatían entre las hierbas. Se trataba de los hijos de la Tierra, que se multiplicaron y poblaron los desiertos. Otra tradición cuenta la historia de un hermano enamorado de su hermana la cual se arrancó los senos y se los arrojó a la cara. Luego encendieron dos antorchas y se persiguieron uno a otro alrededor de un igloo. Pero he aquí que, de repente, ascendieron por el espacio hacia el Cielo y mientras la hermana se convertía en Sol, el hermano se convertía en Luna, alumbrando y calentando ella con su antorcha y alumbrando él sin dar calor, pues había dejado apagar la suya
(http://calamb.blogia.com/2007/080801-la-creacion-en-america-del-norte.php)
*Los indios Tehuelches de la Patagonia
Los tehuelches (o patagones) vivían en el sur de la Patagonia, entre el río Santa Cruz -actualmente en la República Argentina- y el estrecho de Magallanes. Hasta la llegada de los españoles (inicios del siglo XVI) los tehuelches eran cazadores-recolectores con movilidad estacional, desplazándose en pos de las manadas de guanacos; durante los inviernos se encontraban en las zonas bajas y durante el verano ascendían a las mesetas centrales de la Patagonia o a la cordillera de los Andes.
El 31 de marzo de 1520 una expedición española al mando de Fernando de Magallanes desembarcó en la bahía de San Juan para pasar el invierno y allí fue donde los españoles tomaron contacto con los indios tehuelches. El escribano Antonio Pigaffeta los describió como una mítica tribu de “Patagones Gigantes” debido a su gran estatura, fuerza física y pies muy grandes.
La llegada de los españoles supuso un conjunto de cambios en la cultura de los pueblos originarios y los tehuelches no fueron una excepción. Se desataron entre ellos enfermedades que los diezmaron y, además, fueron poco a poco reducidos en su hábitat hasta desaparecer como pueblo.
Tenían a Kóoch como el “alto Dios”, la deidad creadora primigenia, pero sin relación directa con los hombres. Este es, muy resumido, su hermoso mito sobre la creación del mundo.
Cuenta la leyenda que, según dicen los tehuelches, hace muchísimo tiempo no había tierra, ni mar, ni sol… Solamente existía la oscuridad densa, húmeda y absoluta de las tinieblas, que no dejaba que las cosas existiesen. Y en medio de ella vivía Kóoch, el eterno, el que siempre existió pues no tuvo nacimiento ni principio. Era como el aire. Nadie podía verlo ni tocarlo.
Tanto tiempo pasó Kóoch en medio de las sombras y su soledad era tan grande que empezó a llorar amargamente con un llanto profundo e interminable. Fueron tantas sus lágrimas, durante tanto tiempo, que contarlas sería imposible. Y con su llanto se formó el mar, el inmenso océano donde la vista se pierde y donde comenzó a gestarse la vida para poblar el futuro mundo.
Cuando Kóoch se dio cuenta de que el agua crecía y crecía, y que estaba a punto de inundarlo todo, dejó de llorar y lanzó un suspiro. Y ese suspiro tan hondo y profundo fue el primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la niebla y agitando las aguas del mar.
Algunos dicen que fue así cómo, por la fuerza del viento, la niebla se disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue el propio Kóoch el inventor de la claridad. Cuentan que, en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del negro espacio y, como no podía ver con nitidez, levantó el brazo, y con su gesto hizo un enorme tajo en las tinieblas.
También dicen que el movimiento de su mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol. Y el gran astro se levantó sobre el mar e iluminó aquel paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el viento, cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerse bajo el blanco manto de espuma.
El sol formó las nubes, que se pusieron a vagar, incansables, por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente, y a veces en forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Entonces las nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo castigador de los relámpagos.
Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra. Elevó parte de la tierra que se encontraba debajo del mar e hizo surgir del agua una isla muy grande en la cual modeló montañas y llanuras separadas por valles y cañadas y formó los ríos, los arroyos y los lagos… Y luego dispuso allí las plantas, los árboles, los peces, los pájaros, los insectos…
Todos sus hijos, el sol, el viento y las nubes encontraron tan hermosa la belleza de la isla que se pusieron de acuerdo para derramar sus bondades sobre ella: el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes, arrastradas por el viento, al rozar las altas montañas, derramaban la lluvia que llevaban en su vientre, formando ríos, arroyos y lagos que se poblaron de peces, sus aguas regaron la tierra donde pronto nacieron las primeras plantas; sus suculentas hojas se convirtieron en alimento lo que trajo aparejado la aparición de los primeros animales. La vida era dulce en la pacífica isla de Kóoch. Entonces el Creador, satisfecho, se alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra tierra cercana y se marchó al horizonte, de donde nunca más volvió.
*El Popol Vuh
El Popol Vuh -en lengua quiché, «Libro del Consejo» o «Libro de la Comunidad» es una recopilación escrita que recoge narraciones míticas, legendarias e históricas…; historias legendarias que se supone que habían perdurado transmitidas por tradición oral hasta el momento de su escritura en los diversos grupos étnicos que habitaron la tierra quiché, un extenso territorio de la civilización maya al sur de Guatemala y gran parte de Centroamérica.
Parce ser que la primera versión escrita del Popol Vuh de la que se tiene noticia fue elaborada, a mediados del siglo dieciséis, por un indígena que trasladó en lengua quiche la recitación oral de un anciano, pero utilizando caracteres latinos. Dicha versión permaneció oculta hasta 1701, cuando los mayas quiché de la comunidad de Santo Tomás Chuilá (hoy Chichicastenango, en Guatemala) mostraron la recopilación de sus historias mitológicas a un fraile dominico, llamado Francisco Ximénez.
Se desconoce el nombre del autor de aquella primera versión pero fray Francisco Ximénez, al darse cuenta de la importancia del documento, lo tradujo, asegurando la fidelidad del escrito. Su versión está organizada en dos columnas, en una el texto quiché con caracteres latinos y en la otra su traducción al español.
Presento una versión propia, muy resumida, de la primera parte del Popol Vuh: la descripción de la creación del mundo y del origen del hombre, que después de varios fracasos fue hecho de maíz, el alimento que constituía la base de su alimentación.
Al comienzo del tiempo todo estaba en suspenso, en calma, inmóvil y en silencio, y la extensión del cielo estaba vacía. Todavía no había un hombre, ni un animal, ni pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas y bosques: sólo el cielo existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaba el mar en calma y el cielo en toda su extensión. No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.
Los Progenitores -los Creadores y Formadores-, decidieron crear el mundo. Primero formaron la tierra, las montañas y los valles; dividieron las corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas, y surgieron árboles que se convirtieron en bosques.
Los Progenitores del Cielo miraron a su alrededor: ¡Todo era nuevo y resplandeciente!
-Debemos proseguir –dijeron
-Hagamos pumas y jaguares, peces y serpientes, pájaros y ciervos y leones y tigres…
Así tan sólo con nombrarlos, la tierra recién nacida se pobló de animales de todas las especies y a cada uno le fue asignada una morada:
-Vosotros viviréis en los valles y vosotros en los barrancos.
-Vuestra casa será la alta montaña y la vuestra la maleza.
-Habitaréis en las ramas y en las entrañas de la tierra…
Y, cuando todos estuvieron en su sitio, los Progenitores del Cielo ordenaron:
-Ahora… ¡Hablad cada cual con vuestro lenguaje! ¡Decid nuestros nombres! ¡Alabadnos a nosotros que somos vuestros padres y madres!
Pero nadie dijo palabra. Se oyeron rugidos, graznidos, aullidos, mugidos sin orden ni concierto.
-¿Qué ha sucedido? Hemos cometido un error. ¿Qué será de nosotros si nadie nos llama, nos invoca y nos recuerda? ¿Cómo haremos para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres obedientes y respetuosos. Ha llegado el tiempo del amanecer, de que terminemos la obra y que aparezca el hombre sobre la superficie de la tierra.
De tierra, de lodo hicieron la carne del hombre. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blanda, no tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, no movía la cabeza, la cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua y no se pudo sostener.
Entonces los Progenitores del Cielo hicieron otra prueba. Crearon unos muñecos labrados en madera que se parecían al hombre y hablaban como el hombre. Se multiplicaron y poblaron la superficie de la tierra; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no tenían alma, ni entendimiento, caminaban sin rumbo y andaban a gatas.
Fue solamente otro ensayo, otro intento de hacer hombres. Hablaban al principio, pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían sangre, ni sustancia…; sus mejillas estaban secas, secos sus pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en los Progenitores del Cielo que les habían dado el ser y cuidaban de ellos. Y fueron destruidos por una inundación.
Los Progenitores del Cielo siguieron insistiendo e hicieron cuatro hombres y cuatro mujeres de maíz, que poseían una visión extraordinaria y una sabiduría sin igual. De estos hombres y mujeres creados de maíz se constituyeron las familias que poblarían la tierra.
*Indios Jíbaros de la Amazonía ecuatoriana
Termino esta aproximación a los mitos cosmogónicos americanos con el relato de los indios de la Jibaría, en la región oriental de la República del Ecuador. Es, para mi gusto, el más hermoso literariamente de los mitos cosmogónicos que conozco y el que -en su brevedad y concisión- recoge con plena perfección todos los elementos arriba señalados como constitutivos de dichas narraciones, y cuyo remate es también el mito antropogónico de la creación del hombre.
Es digno de resaltar cómo Yus, el dios creador, va vistiendo de bellos dones la tierra desnuda, con el mimo y la delicadeza con que un padre bondadoso adornaría la casa que han de habitar los hombres, sus mejores hijos.
Dice el pueblo de los jíbaros que fue el bondadoso Yus quien creó la tierra. Pero ésta, al principio, estaba completamente desnuda. Era necesario vestirla y la vistió con selva de árboles gigantes y plantas menores que darían los más variados frutos.
Entre las ramas altas silbaba el viento solitario, unas veces como bestia salvaje, otras como pájaro llorón, y otras al modo del zumbido de las moscas. Entonces Yus dijo:
-¡Mi creación está todavía incompleta!… ¡Ahora corran cuadrúpedos y serpientes por el suelo! ¡Puéblense los árboles de pájaros cantores! ¡Vuelen y anden los insectos por donde quieran o puedan!
Y eso fue.
La tierra no estaba completa todavía. Algo más faltaba. Entonces Yus subió a la copa del árbol más alto llevando en su diestra una hermosa jarra de oro. Con sus ojos divinos contempló su obra y notó que la flora inmensa se moría de sed.
-¡Sean los ríos y los lagos! –dijo. Y volcó su jarra llena de agua milagrosa sobre el suelo; y los ríos y los lagos fueron.
Faltaba algo más. De algún rincón secreto sacó una tela finísima de color azul, la echó hacia la altura y, sopla que sopla, la extendió en una comba infinita cubriendo la tierra con el cielo.
-¡Sobre este firmamento brillarán el Sol, la Luna y las estrellas, y cruzará el río Nayanza -agregó-, para que, cuando desborde, llueva en la tierra!
Y eso fue.
Pero faltaba algo más. Faltaba el hombre, pues Yus no estaba satisfecho con las criaturas animales que había creado ya que eran incapaces de comprender las maravillas de su obra.
Y así subió un día al cráter del volcán Sangay, llevándose un puñado de barro del valle Upano. Al borde de esa descomunal boca de la montaña, modeló un muñeco que parecía un hombre. Luego, en la gran hornilla del coloso prendió fuego y puso a cocer la figura antropomorfa, obteniendo lo que quería. Le bastó solamente el soplo de su alegría para que el muñeco fuese el mismísimo hombre pleno de vida e inteligencia, a quien Yus le regaló cuanto había creado antes, más una compañera para que la raza jíbara se multiplique y pueble sus inmensos dominios.
*Miguel Díez R, el Viejo Profesor, es licenciado en Teología, Filosofía y Filología Hispánica (Especialidad Literatura Hispánica).