Decenas de jóvenes sirios con discapacidades causadas por el conflicto en su país intentan salir adelante en Reyhanli, una urbe fronteriza de Turquía, donde más de 1.000 víctimas recibieron ayuda el pasado año de organizaciones independientes o clandestinas
J. I. Mota y Cristina Cascajo en El País, lunes 9 de mayo de 2022.
Corría el año 2014 cuando Raya salía de una escuela de aprendizaje del Corán en su barrio de Ghouta, una región a las afueras de Damasco, la capital de Siria. Tenía seis años y estaba deseando tocar la puerta de la casa de su primo para salir a jugar. Era ajena a los peligros de un país en guerra y fuertemente azotado por el terrorismo en aquella época. No escuchó los avisos de Nisrin, su madre, que desde el balcón le gritaba que volviera a casa. La pequeña había visto un coche abierto y estaba deseando adentrarse en él. Una vez dentro y tras juguetear con el volante mientras miraba por el retrovisor la llegada de su primo, intentó arrancar el vehículo, que explotó y le arrancó de cuajo una pierna y le destrozó la otra. Mientras los vecinos acudían entre la polvareda, la joven se desangraba.
La pequeña Raya recuerda con todo lujo de detalles desde su casa en Reyhanli, ciudad turca fronteriza con Siria, aquel 16 de julio de 2014, en pleno Ramadán, cuando pasó a formar parte de los más de tres millones de sirios discapacitados a causa de la guerra, según un informe de 2017 de la Organización Mundial de la Salud y Handicap International. Aquel coche bomba destrozó su infancia y fue el comienzo de un calvario de operaciones que todavía hoy, con 13 años, no ha cesado.
Mohamed, padre de Raya, es un hombre risueño, proactivo y al que se le cae la baba mirando a su hija, aunque cuando recuerda la historia en el salón de su casa, varias lágrimas se le escapan sin permiso. “Raya estuvo nueve días en coma en el hospital hasta que se recuperó. Gracias a Dios salió con vida, aunque con graves destrozos en las piernas y la cadera”, lamenta. La familia lo cuenta con naturalidad y ofrece café turco mientras Raya enseña las cicatrices de su pierna y señala unas prótesis que calzan unas Nike negras y reposan a un lado del sofá. «Todavía, a día de hoy, me sigo sacando fragmentos de hierro», asegura la joven riendo. Raya llegó con su madre a Reyhanli en octubre de 2016, después de 17 operaciones en Siria. «Entre Turquía y Siria me han practicado más de 32 intervenciones. Todavía me quedan varias de cirugía plástica en la cadera, pero esas que no son urgentes, nos las tomaremos con calma. Queremos estar tranquilos», afirma.
Este tipo de historias suenan en bucle en muchas de las callejuelas de Reyhanli. Abdalá tiene 10 años y está en una silla de ruedas desde los siete, después de que un misil destrozara su casa en Siria. Mahmoud, con 19 años, se quedó paralítico tras un ataque en su ciudad. Ahmed no puede mover la parte derecha de su cuerpo después de que la metralla de una bomba le alcanzara la cabeza. Todos sobreviven gracias a la ayuda de diferentes organizaciones dirigidas por sirios en esta ciudad turca. Hay pocos lugares que reflejen mejor las secuelas del conflicto que este. Viviendas clandestinas que albergan heridos de guerra, viudas, huérfanos y miles de familias que dependen de diferentes ONG para sobrevivir. Siria está en Reyhanli, una ciudad que tenía en 2011, antes del conflicto en el país vecino, unos 100.000 habitantes y que ahora cuenta con más del doble. La mezcla de culturas se da en todos los rincones donde se reúnen los lugareños a fumar shisha y hablar en árabe, en la gente local turca chapurreando el dialecto sirio, en las sirias pidiendo limosnas o en un ya conocido restaurante que ofrece comida de Alepo.
La organización Rasul, con sede en Reyhanli, fue fundada en octubre de 2019 por tres jóvenes paralíticos a causa de la guerra en su país. Muafak, Mohamed y Samir llevan desde entonces proporcionando ayuda a heridos de guerra tanto en Reyhanli como dentro de Siria. Con las ayudas de donantes privados, compran sillas de ruedas manuales y eléctricas, muletas, prótesis e, incluso, costean desplazamientos para las víctimas que tienen que trasladarse a otras localidades para realizarse operaciones. «Queríamos ayudar a gente como nosotros, por eso creamos Rasul. Ya somos 13 en el equipo y solo este año se han beneficiado de nuestra ayuda más de 2.500 personas entre los dos países. Solamente en Reyhanli hemos ayudado a más de 1.000 personas, entre ellas Raya», asegura Muafak desde su despacho en la ciudad turca.
La familia vive en una casa humilde y se mantienen gracias al trabajo de Mohamed limpiando alfombras, algunos negocios de envíos de aceitunas a otras partes de Turquía y la ayuda de 800 liras turcas (unos 70 euros) que les proporciona la Media Luna Roja Turca, además de las cajas de comida que de vez en cuando reparten algunas ONG locales. «Sin la ayuda de Rasul, hubiera sido muy difícil costear el transporte para las operaciones de Raya, las prótesis y las sillas de ruedas», explica Mohamed. Ahora la joven sigue en el proceso de adaptación, aprendió turco en la escuela y sueña con ser arquitecta. «Me gusta mucho Zaha Hadid, es mi ejemplo a seguir y leo mucho sobre ella”, afirma Raya aludiendo a una conocida constructora iraquí. Mohamed añade orgulloso: “Le encanta ver Discovery Max y esos programas de edificaciones grandes, se queda embobada».
Nisrin saca varios cuadros con serigrafías árabes, bandejas y muñecas que hace en su tiempo libre con Raya, que mientras empieza a trabajar en uno de ellos haciendo trazos. «Me gusta dibujar. Y los colores. Paso mucho tiempo en casa y le pedí a mi madre que me enseñara a hacerlo. Me motiva y hacemos un gran equipo», explica mientras pinta. Antes del comienzo de la pandemia, la familia solía ir a la vecina ciudad de Antakya o a algunos parques públicos de Reyhanli a hacer exhibiciones y vender sus piezas. «Lo pasamos muy bien esos días y es bueno para que se conozca nuestro trabajo. Ahora hasta nos encargan obras concretas que luego vienen a recoger a casa», comenta Raya.
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