Dr. Ernesto Botella* para Prensa Social

—¿Tiene usted alguna pregunta acerca de lo que le acabo de explicar?

Con esa pregunta protocolaria daba por cerrada la parte del proceso en la que le había explicado al paciente la enfermedad que sospechábamos padecía, los pasos que íbamos a tomar y los posibles riesgos así como expectativas. Era una infección de orina en un paciente varón, con una alteración en la anatomía de la vía urinaria que complicaría algo más el proceso. Un caso que yo esperaba que no acabara mal.

—Sí, hay una cosa que quiero decirle, doctor.

Asentí, algo molesto porque pensaba que me había explicado con claridad. 

—Adelante— murmuré. Aguardaba paciente que me preguntara alguna cosa acerca de las infecciones de orina, los días de ingreso o el nombre del gérmen que causaba su infección. 

—Es usted un médico muy agradable, y quiero decírselo porque eso no siempre es así y es mucho más agradable cuando te topas con alguien con el que te sientes….¿Cómo decirlo? Cercano. 

Aquello me pilló a contrapié. Yo no era el centro y no quería serlo. Pero no era eso lo que me había sorprendido con la guardia baja. Todos los médicos recibimos de vez en cuando (especialmente si las cosas salen bien) el halago de algún paciente y no es cosa en la que uno gaste más tiempo del necesario: el halago debilita y al minuto siguiente cometerás un error que equilibrará la balanza. Por supuesto, hay médicos que viven montado en su halago y borrachos de notoriedad, pero la mayoría de esos están lejos de donde tiene lugar la medicina. 

«No. Lo que me descolocaba era el nudo en la garganta».

Con la bata puesta, tratas de que la mayoría de las veces tanto el insulto como la loa se queden, como una mancha de café, adheridas a esa capa superficial que puedes quitarte una vez termines de trabajar y dejes de ser el doctor Fulanito, y simplemente seas tu mismo otra vez.

Eres plenamente consciente de que has aplicado el conocimiento médico compartido y legado por tus colegas y que en la mayoría de las ocasiones otro en tu lugar habría tomado ésa misma decisión. Que el trabajo es una cosa de equipo y que el resultado te pertenece las más de las veces en un porcentaje pequeño. No siempre logras que el insulto no traspase y te cale hondo, y sin que debiera ser algo que se tolere, llegas a un nivel de experiencia que te permite lidiar con ello como otros problemas que pueden aparecer en el ejercicio de tu profesión.

Menos aún me suele afectar el halago. Y sin embargo esta vez había llegado a mí, a la persona que está debajo de la bata, con una facilidad inusitada. Sabía por qué me decía aquello el paciente. Él también veía la tele, las noticias donde amenazaban a los profesionales en los centro de salud y leía en las redes sociales el insulto y el desprecio hacia la profesión que últimamente se palpaba en el ambiente.

Médicos, enfermeras, y la gente del hospital emitiendo señales de agotamiento. Había una especie de tensión ambiental. “Fatiga pandémica” llamaban en las noticias, esos cronistas de la desgracia, agoreros sensacionalistas. Por eso él había querido tener ese gesto hacia mí. Supongo que en contra de lo que yo creía, ver como la gente para la que trabajas y a la que pretendes ayudar te insulta, me había afectado más de lo que me atrevía a admitir. 

En las últimas semanas, he visto gestos así más veces. Algunos pacientes aprovechan la ocasión de hablar contigo para contarte lo enfadados que están al ver esas imágenes -no hay derecho doctor, fíjese- Otras veces es más sutil, como en el caso de mi paciente, es una palabra de más o un gesto. Es ahí, en ese pequeño nicho, ese minúsculo espacio íntimo entre un médico y el paciente, donde está la esencia, la razón de ser de todo esto.

La relación por la que una persona pone su salud en manos de otras persona es y siempre será especial. Eso, por más que lo zarandeen, lo amenacen y lo intenten cambiar, nunca desaparecerá.

Y lo más importante, aunque a veces se olvide, es bidireccional. 

Dr. Botella*

Médico. Especialista en Medicina Interna.

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