Vacaburros. Esta es la palabra que sacude mi mente cuando he sabido que en la antigua judería de Sevilla, en pleno barrio de Santa Cruz, junto a la trasera del convento de la Encarnación, unos monstruos sin corazón han destrozado la cruz de la placita de Santa Marta.

Más pronto que tarde la policía los detendrá. Seguro. Antes se coge a un vacaburro que a un cojo y, con esta manera tan burda de comportarse, hasta es posible que las bestias vacaburras hayan alardeado en sus redes sociales de la manera en la que echaron abajo este trocito del alma sevillana.   

Es posible que el abogado de estos bestiajos alegará en su defensa que iban hasta las trancas de alcohol y que no sabían nada del valor histórico y afectivo de nuestra cruz. 

Es seguro que nuestros representantes municipales seguirán condenando sin paliativos esta salvajada.

Pero hasta la fecha ninguno de ellos ha comentado que, siguiendo el ejemplo de otras  capitales europeas, nuestra ciudad debería ser considerada un museo abierto en sí misma, con códigos QR en nuestros elementos patrimoniales que faciliten detallada información sobre su historia y leyendas, con el mayor rigor sancionatorio hacia cualquier destrozo.

Esta conciencia requeriría restaurar con prontitud aquellos jirones del alma de Sevilla que fueron vandalizados por ignorantes vacaburros, sin que el tiempo y la desidia las sumerja en el olvido: los vandalizados azulejos tipo comic sobre don Quijote en la Glorieta de Cervantes, que fueron elaborados en 1929 por «Cerámicas Santa Ana» (los únicos que existen en el mundo junto a otros idénticos pero perfectamente cuidados, expuestos en la estación de Alcázar de San Juan, en Ciudad Real, patria chica del Quijote); la pluma que algún vacaburro quitó de la estatua del indio en la avenida Kansas City; la cruz del Monte Gurugú en el Parque de María Luisa, desaparecida también, que honraba a los sevillanos caídos en la guerra de Marruecos; la estatua de Fray Serafín Madrid, figura emblemática de la Orden de San Juan de Dios, expoliada de la Gran Plaza y no repuesta; etc…

En cualquier caso, se le esponja a uno el alma de orgullo sevillano, al ver ahora la placita herida. Porqur alguien con vergüenza, un vecino anónimo cualquiera, uno de los nuestros, ha colocado allí una bellísima cruz con flores rojas, hasta que se reponga la bellísima cruz del siglo XVI.

Nadie la dañará. Ningún vacaburro se atreverá a tentarla, porque ya estarán al loro de que vamos en serio. Enhorabuena a nuestro vecino.

Nunca más.

JOSÉ RODRÍGUEZ HERVELLA

SEVILLA

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