Es otoño y al aproximarme a Tarazona llego a entender que existen esas estaciones que no recuerdo en otras ciudades. Ésas en las que no reparo porque parecen de otro tiempo. Hojas de colores que del pardo al colorao invaden los campos; flores amarillas y esa luz que ilumina todo el entorno y así, en este lugar en donde convergen el arte, las gordillas, los huevos y la historia, llego entre los viñedos otoñales que dejo atrás y tal vez con la bendición de la Pilarica porque he venido desde Zaragoza. Casi nada.
Y así pasa la vida, despacio, porque —en estos lugares— ésta se detiene, acaso los milanos se posan y las horas transcurren con la cadencia necesaria. Al otear el horizonte vemos Tarazona en lo alto y el río Quelles, que no llegamos a cruzar porque a la izquierda, nada más entrar en la localidad nos damos de bruces con esa plaza de toros remozada en donde antaño se comerciaba con cosas. Y sin hacer el paseíllo nos adentramos ahí mismo en la tienda que regenta un paisano: un hombre que no se da importancia —como todas las personas que tienen tras de si la grandeza del alma—: José Manuel Val, un artista rodeado de inmensos troncos de madera.
El ejemplo vivo de una persona mayor que vive de lo que hace, sin edadismo ni mandangas.

Vive en la plaza y desde ahí ha creado un universo único en donde dibuja, esculpe madera, pinta cortezas de árbol e imparte clases. Así Val amanece cada día y muestra su lado más carismático, ése que le ha hecho ser quien es, quizá la persona de referencia en este lugar en donde el tiempo parece detenerse a cada instante: el escultor de los troncos de madera.
«Reinventarse siendo mayor no es difícil si apuestas por el arte y por la belleza de las cosas. un día empecé y hasta hoy» me dice.
Hablamos de su afición, de su criterio y de cómo, al ser autodidacto, la vida le llevó a buscar diversas maderas para esculpir sus propios trazos. Dibujos que dejan entrever que el arte se lleva en las venas a pesar de las cosas; aunque no dispongas de medios ni de estudios, el arte es arte.
Porque para el arte no existe edad ni tampoco fecha de caducidad, tan solo una dedicación absoluta y crear o morir, como dicen los que saben…

Desde paneles que se obtienen de los palets pasando por cortezas de fresno en donde pintar sus bocetos, José Manuel me cuenta cómo sus hijos ya no están en la localidad, sino que son músicos en Madrid: un orgullo, un honor para un hombre que los ha sacado adelante con tanto arte. Cuadros hechos con estuco, artículos modelados en barro que salen enteros del horno o una chaqueta motera y otros objetos que ha dibujado previamente.
«Esta cartera se esculpe desde un bloque: un talón ancho que se hace a golpe y se va tallando. Una madera con volumen de donde sacar un objeto», refiere. Un tronco en donde relata a unos personajes que él mismo diseña.
«Hago cosas de encargo. Usted me dice lo que quiere y yo lo pinto y luego lo esculpo. Por ejemplo, esta madera: aquí puedo poner una cara o el texto que quiera y hago un libro o un pergamino»
Antes de este verano montará un museo de la madera —el Arrendajo— en una finca que tiene en la proximidad, al lado de una casa que también ha construido él mismo, piedra a piedra.
«La madera se trata una vez esculpida, se barniza. Las que hace para el museo pone una tapa para evitar que la intemperie los dañe» me cuenta.
«Así tengo varias ya dispuestas en el terreno. Cuando tenga varias lo abriré al público. Mientras tanto, también tengo gallinas, que no sabe qué huevos me dan. Le voy a regalar media docena, ya verá cómo viene a por más…», añade.
Y mientras eso sucede, me voy con algo más que un trocito de su universo y me despido …con sus huevos, que dan pie a muchas frases cuando hablamos de coraje, fuerza, tesón, aquiescencia; quizás ésa, la que él tiene: el ejemplo de una persona mayor que vive del arte, de la escultura y en su pueblo; para más inri, acaso el mejor lugar del mundo.
