El duelo consiste en una respuesta emocional experimentada como consecuencia a una pérdida significativa. Se trata de una reacción natural producida generalmente tras la muerte de un ser querido, pero también se aplica a otras situaciones de pérdida como una relación, estado de salud, trabajo o capacidad importante. El duelo implica un proceso de adaptación a esa nueva realidad.
Además de los tipos de duelos mencionados previamente, cuando el proceso se vuelve más intenso, prolongado y disruptivo se utiliza el concepto de duelo patológico o complicado.
El duelo acontecido después de un accidente cerebrovascular (ACV) puede llegar a ser una experiencia emocionalmente compleja para aquellas personas que lo sufren y sus seres queridos. Un ACV se podría definir como una emergencia médica que ocurre cuando se interrumpe el suministro de sangre a una parte del cerebro. Esta interrupción puede deberse a un coágulo que bloquea una arteria cerebral (ictus isquémico) o por la ruptura de un vaso sanguíneo (ictus hemorrágico). La sintomatología de un ACV difiere según la región del cerebro afectada.
Las emociones experimentadas durante el proceso de duelo pueden variar según la gravedad del ACV, el momento del proceso de la lesión, la capacidad de recuperación y las circunstancias individuales de la persona afectada (apoyo social percibido, historia personal de pérdida, resiliencia o capacidad de expresar emociones entre otros factores). Entre las fases comunes dentro del proceso de duelo y las emociones asociadas tras la lesión nos podemos encontrar con:
- Shock y negación: Las personas afectadas pueden tener dificultades para aceptar la realidad de lo que ha ocurrido y las consecuencias físicas, cognitivas, emocionales y conductuales derivadas de la lesión. Pueden sentirse sobrepasadas por la información médica (tecnicismos, planes de intervención, procedimientos realizados hasta la fecha y propuestas de tratamiento de futuro entre otros aspectos) y presentar dificultades para procesar correctamente la situación.
- Frustración: Algunas personas pueden llegar a sentir ira y frustración a medida que se asimila la nueva realidad que supone el ACV. Pueden cuestionarse por qué les ha ocurrido a ellos (o al ser querido). Esta frustración puede proyectarse a otros sectores como el sistema de atención médica, otras personas o con ellos mismos criticando el sistema de salud o las conductas de los demás y propias, expresando un estado de irascibilidad y crítica mayor.
- Tristeza: Es frecuente padecer tristeza a medida que se debe afrontar las consecuencias producidas por la lesión en su vida diaria. Es común sentir la pérdida de su estado de salud previo, habilidades e independencia.
- Adaptación: Tras el paso del tiempo es habitual entrar en una fase de adaptación a la nueva situación. Se reconoce el cambio que supone el ACV y se explora las formas de adaptarse y vivir de la manera más gratificante posible retomando actividades físicas, laborales, sociales y de ocio con las limitaciones producidas por la lesión.
- Aceptación y resolución: Según avanza el proceso de recuperación las personas pueden llegar a un estado de aceptación. Aprenden a encontrar nuevas formas de experimentar satisfacción y alegría a pesar de los cambios temporales y permanentes causados por el ACV.
- Esperanza y renovación: Una vez la persona es capaz de adaptarse a la nueva realidad, se establecen nuevas metas encontrando nuevas formas de conectarse con los demás, descubriendo una nueva apreciación por la vida. De esta manera, la persona afectada por un Ictus, por ejemplo, puede llegar a ser capaz de realizar actividades similares a las realizadas previamente a la lesión con una modificación adecuada como puede ser una adaptación al puesto de trabajo o realizar deporte ajustado a su estado físico.
Cabe destacar que las emociones y su duración no siguen un patrón lineal y pueden variar de una persona a otra. Según cada persona afectada, estas pueden vivir las diferentes fases en distinto orden o experimentar múltiples emociones al mismo tiempo como puede ser la desesperanza, tristeza, enfado, alegría, miedo, alivio o culpabilidad.
Es importante brindar apoyo emocional y comprensión tanto a las personas afectadas por el ACV como a sus seres queridos. La posibilidad de que pueda expresarse, la búsqueda de apoyo de profesionales de diferentes especialidades como psicología, fisioterapia, logopedia, terapia ocupacional o trabajadores sociales y el acceso a grupos de apoyo con otras personas que hayan sufrido este tipo de patología donde puedan expresar sus experiencias, emociones y consejos pueden ser recursos valiosos para afrontar las distintas fases y emociones durante el proceso de duelo.
La rehabilitación de un ACV se debe abordar desde diferentes áreas. Desde la neuropsicología, esta se centra en evaluar y tratar los cambios producidos en los diferentes procesos cognitivos (atención, memoria, lenguaje, funciones ejecutivas o gnosias), las emociones y el comportamiento como resultado de la lesión cerebral. El objetivo es ayudar a la persona afectada a recuperar y mejorar sus funciones cognitivas y adaptar su conducta adecuadamente al entorno en el que vive.
Esto se realiza mediante la rehabilitación en la propia función cognitiva afectada a través del entrenamiento de dicha función con el objetivo de incrementar el rendimiento que ofrece el proceso alterado. Por otra parte, otras técnicas de intervención incluyen el uso de ayudas externas como agendas, alarmas o dispositivos electrónicos para compensar las dificultades atencionales, de memoria o de planificación existentes y poder desarrollar una vida lo más autónoma e independiente posible. Asimismo, se aborda el estado emocional presente (ansiedad, miedo, tristeza…) para que la persona afectada pueda superar esa situación y percibir una mayor satisfacción en su vida diaria, cambiando aquellas situaciones desadaptativas como la ausencia de actividades u ocio por un estilo de vida activo que le permita obtener una mayor calidad de vida.
A pesar de que la situación vivida tras un ACV puede ser traumática tanto para la persona afectada como para sus seres queridos, se ha observado una mejora de la calidad de vida percibida tras un proceso de neurorrehabilitación, incrementándose la autonomía e independencia en diferentes entornos como son el social, laboral, familiar y personal.
Alberto Pereira, neuropsicólogo de Neuron